-Textos:
-Dt 6, 2-6
-Sal 17, 2-4. 47 y 51
-Heb 7, 23-28
-Mc 12, 28b-34
“¿Qué
mandamiento es el primero de todos?
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Estamos ante el texto más
conocido y venerado en toda la tradición judeocristiana, y conocido
también fuera del mundo judeocristiano. Un texto esencial que pone
el sentido de la vida en el amor.
Este es el primer
mandamiento, dice Jesús: “Escucha,
Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”.
Dos anotaciones a la
primera parte de este mandamiento: La primera:
“El
Señor, nuestro Dios es el único
Señor”. Dios es único, no hay, y no
puede haber, más que un solo Dios. Otros bienes seductores del
corazón humano, no son dioses, son ídolos que engañan y
esclavizan. La segunda anotación sobre la frase: “Amarás…
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo
tu ser”. Cuatro veces repite
insistentemente la palabra “Todo”. El corazón humano, entero,
para sólo Dios. Dios, el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
no puede compartir con otros dioses tu corazón. Ni el dinero, ni el
prestigio, ni la comodidad, ni la seguridad, ni mi yo, mi “ego”,
ni ninguna criatura, que tanto poder tienen para seducirnos, pueden
suplantar a Dios.
Puede que algunos queden
retratados en la frase “Dios, sí, pero los ídolos, también”.
Pues, no: amar a Dios sobre todas las cosas, todas las demás
criaturas amarlas desde Dios y para Dios.
Permitidme ahora acercarme
a la segunda parte de este primero y principal mandamiento. Jesús
equipara en importancia y une indisolublemente los dos preceptos:
Amor a Dios con todo el corazón y amor al prójimo como a nosotros
mismos.
No podemos separar el amor
a Dios y el amor al prójimo. Y más aún: el amor a Dios y el amor
al prójimo se apoyan mutuamente.
No se puede amar a Dios,
si no amamos al prójimo. Recordad la primera Carta de San Juan:
“Quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a quien no ve. Hemos recibido de él este
mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”.
Y vale igualmente la afirmación inversa: No podemos amar al prójimo,
si no amamos a Dios.
A todos nos parece muy
bien y muy bueno el mandamiento principal que nos propone hoy Jesús,
sin embargo, a todos nos cuesta amar y amar al prójimo, como él se
merece, y como Dios quiere que le amemos. ¿Qué pasa en nuestra
sociedad, y qué nos pasa a cada uno de nosotros? ¿Por qué nos
cuesta tanto ser consecuentes y amar al prójimo como a nosotros
mismos?
Dios es amor y Dios es la
fuente de toda manifestación de amor que hay en el mundo.
El evangelio de Jesús hoy
nos dice que si no amamos a Dios, si no acudimos a la fuente del amor
verdadero que es Dios, las criaturas humanas no tenemos fuerza ni
calidad de amor suficientes para amar al prójimo como el prójimo
merece ser amado siempre.
Nuestra
conciencia personal y nuestra buena voluntad, son débiles y
volubles. Si no tienen en cuenta a Dios, que nos ama y que se ofrece
a nosotros como fuente del amor verdadero, equivocamos en el amor, lo
desfiguramos y lo maleamos; y desfallecemos en el intento de amar.
Dios es amor, nos manda que amemos, y se ofrece como fuente del
verdadero amor.
Esta fuente del amor de
Dios la encontramos nosotros en la eucaristía. Vengamos a ella, y
seamos testigos de que en este mundo es posible amar a Dios con todo
el corazón y al prójimo como a nosotros mismos.