-Textos:
-Re
17, 10-16
-Sal
145, 7-10
-Heb
9, 24-28
-Mc
12, 38-44
”Esta,
que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo treinta y dos
del año litúrgico. Nos acercamos al final al final de este año
litúrgico. Pero, hoy, además
celebramos el “Día de la ayuda a la iglesia diocesana”.
Tenemos más conciencia
de ser pertenecientes a una parroquia que a ser pertenecientes a una
diócesis. La diócesis tiene
mucha más importancia que la parroquia.
La diócesis es la
Iglesia en un lugar o en un grupo de personas. La diócesis tiene
todos los elementos esenciales que tiene la Iglesia universal. La
parroquia es parte de la dióceis, pero la diócesis es más que
parte de la Iglesia, es la Iglesia en esencia. Porque tiene todos los
elementos esenciales que tiene la Iglesia.
En la diócesis tenemos
al obispo, que nos pone en comunión con el Colegio apostólico, con
el grupo de los Doce que convivió con Jesús y que Jesús puso como
fundamentos del Nuevo Pueblo de Dios. El obispo, además, nos pone en
comunión con la Iglesia universal, con la totalidad de comunidades
diocesanas que se extienden por el mundo.
Esta naturaleza de la
Iglesia diocesana que tiene todos los elementos propios de la Iglesia
universal, nosotros sabemos, por ejemplo , que la misa que celebramos
es la actualización de la “Última Cena" que celebró Jesús,
en el primer Jueves Santo.
En la diócesis encontramos todas las
fuentes de gracia que Jesucristo creo para la santificación de todos
los que quisieran seguirle a través de todos los tiempos y en todos
los lugares del mundo: El bautismo, la eucaristía, el sacramento del
perdón, los demás sacramentos. La Palabra de Dios y, sobre todo, la
pertenencia a la comunidad de seguidores de Jesús, animada por el
Espíritu Santo.
Es preciso sentir y
amar a la diócesis, y agradecerle tantos beneficios que tenemos
gracias a ser nosotros miembros de la esta comunidad diocesana.
El “Día de la
Diócesis” a veces lo planteamos sólo como ocasión para hacer
una colecta económica a favor de ella. Pero, sobre todo, es para
caer en la cuenta de los muchos bienes espirituales, que recibimos de
ella.
La viuda que echa su
limosna al cepillo del templo, si fue tan generosa es sin duda,
porque confiaba mucho en Dios, y le estaba muy agradecida. Hoy se nos
pide una limosna económica para sostener los gastos económicos que,
evidentemente, supone el gobierno de nuestra comunidad diocesana.
Pero seremos tanto más generosos en nuestra aportación, cuanto más
convencidos estemos de los muchos y valiosos beneficios que recibimos
por ser miembros pertenecientes a la comunidad de la diócesis de
Pamplona.