-Textos:
-Sof
3, 14-18ª
-Sal Is
12, 2-6
-Fil
4, 4-7
-Lc, 10-18
Entonces, ¿qué
debemos hacer?
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Entonces, ¿qué
tenemos que hacer? ¿Por qué tenemos que preguntarnos hoy esta
pregunta?
Porque el Señor está
cerca. Sí, el Señor, está cerca y viene a salvar este mundo, esta
sociedad nuestra y a todos nosotros.
Lo sabemos muy bien: el
Señor Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino y nació en Belén de
la Virgen María, y este mismo Hijo de Dios encarnado. vendrá al
final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos y establecerá
plenamente el Reinado de Dios.
Pero sabemos muy bien,
también, que Jesús viene en cada Navidad, gracias al misterio de la
liturgia.
El día de Navidad la
Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. Los cristianos reunidos en
el nombre del Señor, venimos a la eucaristía, escuchamos la palabra
de Dios que nos cuenta el nacimiento de Jesús en Belén y la
adoración de los pastores, y el canto de gloria de los ángeles;
hacemos un acto de fe en la verdad de lo que se nos anuncia, pedimos
y, luego, en la consagración adoramos y en la comunión participamos
del cuerpo y la sangre de Jesús. Nosotros celebrando y participando
así, en la liturgia de Navidad, sabemos que tenemos la misma suerte
y nos beneficiamos de la misma gracia que tuvieron los pastores de
Belén y los vecinos que acudieron al portal.
Sí, Jesús viene de
una manera muy especial en la fiesta de Navidad. No es una pura frase
retórica lo que nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura: “El
Señor está cerca… Alegraos en el Señor”. Os
recuerdo esta verdad con toda intención.
Estamos asistiendo en
las calles, en los medios de comunicación en los programas que nos
preparan algunos de los que nos gobiernan, y muchos de los que tratan
de hacer negocio a propósito de la fiesta de Navidad, y vemos una
realidad que se pretende celebrar la Navidad sin nacimiento. Celebrar
la Navidad sin mencionar el acontecimiento que es el alma y el
motivo de la fiesta universal que celebramos. Perdonad la
trivialidad, pero es como ofrecer coca-cola laid, leche desnatada o
vino sin alcohol.
Pero lo más doloroso
es que muchos están muy de acuerdo con esta manera de celebrar la
Navidad, y se entregan con entusiasmo a comprar, vender, gastar y
divertirse.
¿Por qué les ocurre
esto? Porque han cambiado de dios. Ya no piensan ni adoran al Niño
de Belén como al Salvador divino, sino al placer de los sentidos y a
la alegría de unas horas que provoca el champán.
La pregunta de esta
mañana: “Entonces, ¿qué tenemos
que hacer”.
Hoy más que nunca
tenemos que activar nuestra fe y asumir la responsabilidad de ofrecer
a la sociedad, a los amigos, a los vecinos, a los hijos y nietos, a
los que nos visitan y visitamos, ofrecerles el secreto que da alma y
vida a la fiesta de Navidad y a todas las fiestas navideñas.
Tres propuestas para
preparar la Navidad que viene y dar testimonio del secreto que
encierra.
Una es participar en
las celebraciones litúrgicas. Porque sabemos que son celebraciones
que ofrecen una gracia especial de fe y de alegría verdaderas.
Y después las dos
consignas que san Juan Bautista nos dice hoy en el evangelio:
“El
que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene; el que tenga
comida, que haga lo mismo”. Y
además: “No hagáis extorsión, no
exijáis más de lo establecido”. Es
decir, caridad y justicia. La caridad y la justicia, y no sólo ni
principalmente las posibilidades económicas, sean las que marquen la
pauta de las fiestas que se avecinan.