-Textos:
-Mi 5, 1-4ª
-Sal 79,
2-3.15-16.18-19
-Heb 10, 5-10
-Lc 1, 39-45
“En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi
vientre”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
A un día de la
Navidad, estamos sin duda pensando los últimos detalles antes de que
llegue la fiesta: el pescado, la carne, el turrón; cuántos, por
fin, nos vamos a juntar… Pero, ¿esto es todo? ¿No nos falta
ningún detalle? ¿Hemos contado con lo que nos dice la palabra de
Dios, a la hora de preparar la Navidad?
La escena del
Evangelio, la visita de la Virgen María a su prima Isabel, es
encantadora, rezuma alegría y está llena de sabiduría. Ella, mejor
que ninguna otra recomendación, nos muestra lo que de ninguna manera
puede faltar en la fiesta de Navidad.
Tres consignas: la fe,
la alegría y el servicio a los hermanos:
Vamos a empezar por la
última frase del evangelio: “Bienaventurada
la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”.
La fe es mirar la fiesta desde la
palabra de Dios. Lo que contaron los apóstoles y los primeros
testigos, los que tenemos la buena suerte de escuchar en la liturgia
de la Iglesia, estos relatos son los que nos llevan a la esencia y a
la identidad de la fiesta. La buena mesa contenta nuestro paladar,
pero sólo la Palabra de Dios, saciará el hambre y la sed de nuestro
corazón. Activar nuestra fe, refrendarla escuchando la historia de
lo que vivieron María e Isabel, de lo que pasó en Belén y Nazaret
es lo mejor y más importante que podemos hacer en esta Navidad.
Ahora, sobre todo, cómo estamos viendo que hasta el nombre de la
fiesta pretenden algunos silenciar y otros se avergüenzan de
pronunciar.
La alegría de la
Navidad, ¿de dónde nos viene? ¿De la buena mesa, de los regalos,
de la familia reunida? Hoy la palabra de Dios y la fe nos dicen que
la fuente de la verdadera alegría es Jesús. “En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría
en mi vientre”. La exclamación
alborozada de Isabel nos invita a acercarnos hoy y siempre, y hoy más
que nunca a María, causa de nuestra alegría, porque es ella la que
nos lleva a la fuente de la verdadera alegría: Jesús, Salvador del
mundo y revelador del amor y de la misericordia de Dios.
La alegría de Jesús
no está reñida, todo lo contrario, está dando fondo, alma y
consistencia a las alegrías de una comida especial, a la armonía de
la reunión familiar, a las visitas y a los saludos que refuerzan la
amistad de nuestras relaciones personales. Sí, desde Jesús nuestras
alegrías se llenan de alma y sentido, y no nos dejan ni vacío ni
tristeza.
Finalmente el servicio
de amor al prójimo. Dice el evangelio: “En
aquellos mismos día, María se levantó y se puso en camino de
prisa hacía la montaña”. Es decir,
María, corre a casa de su prima para compartir las alegrías mutuas
y ayudar a Isabel, embarazada ya de seis meses.
Si tenemos la dicha y
el privilegio de poder celebrar las fiestas de Navidad en la fe y en
la armonía familiar, no podemos dejar de pensar en tantos hombres y
mujeres, familias enteras que no tienen posibilidad de disfrutar de
estos dones preciosos de Dios.
Cáritas nos pide, sí,
pero Cáritas nos hace un gran favor al invitarnos a servir y a
compartir alimentos, dinero, salud, familia, amistad, tatos bienes
que tenemos, ofrecerlos y compartirlos con tantos prójimos, hermanos
nuestros, personas como nosotros, pero que carecen de ellos. María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña.
Fe, alegría de Jesús,
servir y compartir: ¿Cómo preparamos la Navidad?