-Textos:
-
Gén, 3, 19-15.20
-Sal.
97, 1-4
-Ef.
1, 3-6.11-12
-Lc.
1,26-38
“Alégrate, llena
de gracia; el Señor está contigo”
Fiesta
de la Inmaculada Concepción de la Virgen, fiesta de alegría en
medio del Adviento, fiesta para felicitar a la Madre de Dios y Madre
nuestra del cielo; fiesta para dar gracias a Dios por las obras
grandes que ha hecho en María y las que hace también en nosotros.
Este
es el misterio que celebramos: La escogida y predestinada para ser
Madre del Salvador, fue preservada de pecado original y llena de
gracia desde el momento mismo de ser concebida. El Concilio dice:
“María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión
tan importante”. Y el Catecismo añade: “Para poder dar el
asentimiento libre de su fe era preciso que ella, La Virgen María,
estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios”.
Y así
ocurrió en efecto: Cuando, en la oscuridad de la fe y en el no
comprender el misterio, María recibe la llamada de Dios para la
misión más importante que criatura humana puede tener en la
historia, ella libremente dice “sí”, se fía de Dios, y acepta
responsablemente el encargo. “Hágase en mí
según tu palabra”. Y así, la humilde
esclava del Señor, la Inmaculada, viene a ser Madre de Dios; se
ilumina el Adviento y estalla la Navidad.
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos: También nosotros “hemos
sido bendecidos en la persona de Cristo con toda clase de vienes
espirituales y celestiales”, nos ha dicho
S. Pablo en la segunda Lectura. Se refiere a nuestro bautismo, por el
que hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios.
Por
eso, es para nosotros tan conveniente aprender de María e imitar su
ejemplo. Desde
el momento en que responde al ángel: “Hágase
en mí según tu palabra”, hasta el momento
doloroso al pie de la cruz de su Hijo, e incluso hasta el día de
Pentecostés con los apóstoles, María mantiene su “sí” y su
entrega total a la voluntad de Dios. Y ya vemos los frutos: Nadie en
el mundo ha dado al mundo un bien mayor y fruto más saludable. Ella
nos trajo a nuestro Salvador.
En el
espejo de esta preciosa fiesta de María Inmaculada, podemos hacernos
con sinceridad algunas preguntas: ¿Vivo convencido de que Dios a mí,
en el bautismo, me ha bendecido en la persona de Cristo con toda
clase de bienes espirituales y celestiales?
¿Entiendo mi vida y mi
fe bautismal como una llamada, para amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como Cristo nos ama, es decir, a vivir el amor,
el perdón el trabajo por la justicia, la ayuda real a los pobres y a
los necesitados? Como María, le digo sí a Dios en todo momento y
ante cualquier tentación de dinero injusto, de sexo indebido,
envidia, de vanidad, de mentira?
Miremos
a María y volvamos a la fiesta. La liturgia de hoy canta, en muchos
momentos, la alegría de la Virgen Inmaculada. No hay mayor alegría
que vivir en gracia. No hay nada que nos realice más plenamente como
personas que escuchar la llamada de Dios y cumplir su voluntad. Y
María Inmaculada, Madre del Salvador Y Madre nuestra, nos ayuda para
un empeño y el otro. Demos gracias a Dios.