-Textos:
-Is 42, 1-4. 6-7
-Sal 28, 1ª y 2. 3ac.
4. 3b y 9c-10
-Hch 10, 34-38
-Lc 3, 15-16. 21-22.
“Tú eres mi hijo,
el amado, en ti me complazco”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
El acontecimiento del
bautismo de Jesús fue de enorme trascendencia para Jesús. En el
bautismo del Jordán, Jesús tomó conciencia de que ya había
llegado el momento de lanzarse a la vida pública y cumplir la
misión que el Padre Dios le había encomendado.
En el bautismo de Jesús,
nosotros podemos examinar y descubrir el significado de nuestro
propio bautismo.
¿Os habéis preguntado
en algún momento cómo se explica que siendo todavía tan
mayoritario el número de bautizados en nuestra sociedad, se vaya
imponiendo entre nosotros progresivamente y a ritmo acelerado unos
modos de vida y unos valores cada vez más paganos y contrarios a
la fe y a la moral cristianas?
Y quizás, ante este
fenómeno nos dejamos llevar del pesimismo. La Iglesia, decimos, en
vez de avanzar retrocede. Y ahí nos quedamos.
Necesitamos imperiosamente
poner los ojos en Jesús: ¿Qué podemos aprender del bautismo de
Jesús para nuestro propio bautismo?
En el bautismo de Jesús,
Dios Padre se hace presente, lo avala ante los hombres y lo envía.
Además aparece el Espíritu Santo. Estaba anunciado en el Antiguo
Testamento que el verdadero Mesías, el enviado de Dios, tendría el
Espíritu Santo. Y sobre todo tenemos la declaración solemne de
parte de Dios Padre: Jesús es el Hijo de Dios: “Tú
eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco”.
Tenemos todavía otra nota
importante en esta escena: “También
Jesús fue bautizado”.
Se bautizaban los pecadores que querían convertirse. Jesús no tenía
pecado, ¿por qué se bautizó? -Porque cargó con el pecado de
todos. Es un gesto admirable de solidaridad y de amor a los hombres.
Jesús es lo que es, Hijo de Dios que tiene el Espíritu de Dios.
Pero Jesús es lo que es para una misión: Luchar contra el pecado y
liberar a los hombres del pecado y de sus consecuencias.
Jesús tomó conciencia de
su vocación y se lanzó a la misión. Pasó por momentos de triunfo
y de desencantos, por alabanzas y calumnias, pero él siempre
obediente a la voluntad del Padre y fiel al Espíritu que lo animaba.
Por un momento pareció que el pecado, los pecados de los hombres, lo
aplastaban y lo vencían. Murió crucificado. Pero fue fiel y Dios lo
resucitó, y el pecado y la muerte quedaron vencidos definitivamente.
Y desde entonces nació en
el mundo una esperanza cierta: Está al alcance de la humanidad una
vida eterna y feliz.
Y ahora vengamos a
nosotros: Somos bautizados. Dios
Padre nos ha llamado por nuestro nombre, y nos ha hecho hijos
adoptivos suyos. Nos llamamos hijos de Dios, ¡y de verdad, lo
somos! Tenemos el Espíritu de Dios, la fuerza de Dios en nosotros. Y
claro, todo esto para una misión. Dios Padre cuenta con nosotros,
hemos sido bautizados para luchar contra el pecado, para liberar a
nuestros prójimos, de la esclavitud del pecado y de todas las
esclavitudes consecuencia del pecado. Y ahora una pregunta: Nosotros
bautizados, ¿qué hemos hecho de nuestro bautismo?
Es extraordinariamente
grande nuestra dignidad de bautizados, pero es también
extraordinariamente grande nuestra responsabilidad. Tenemos en
nuestras manos un mensaje extraordinario para el mundo, para los
jóvenes, para nuestros hijos: Nosotros podemos amar como Jesucristo
nos ama, podemos perdonar como Jesucristo nos perdona, podemos
liberar del pecado y de la injusticia a nuestros prójimos. Tenemos
la eucaristía, la Palabra de Dios, los sacramentos.
No cabe el pesimismo ni el
desaliento, solo cabe la alegría y la esperanza…, y salir a la
calle y al mundo.