domingo, 13 de enero de 2019

DOMINGO II (C), BAUSTISMO DEL SEÑOR


-Textos:

       -Is 42, 1-4. 6-7
       -Sal 28, 1ª y 2. 3ac. 4. 3b y 9c-10
       -Hch 10, 34-38
       -Lc 3, 15-16. 21-22.

Tú eres mi hijo, el amado, en ti me complazco”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El acontecimiento del bautismo de Jesús fue de enorme trascendencia para Jesús. En el bautismo del Jordán, Jesús tomó conciencia de que ya había llegado el momento de lanzarse a la vida pública y cumplir la misión que el Padre Dios le había encomendado.
En el bautismo de Jesús, nosotros podemos examinar y descubrir el significado de nuestro propio bautismo.

¿Os habéis preguntado en algún momento cómo se explica que siendo todavía tan mayoritario el número de bautizados en nuestra sociedad, se vaya imponiendo entre nosotros progresivamente y a ritmo acelerado unos modos de vida y unos valores cada vez más paganos y contrarios a la fe y a la moral cristianas?

Y quizás, ante este fenómeno nos dejamos llevar del pesimismo. La Iglesia, decimos, en vez de avanzar retrocede. Y ahí nos quedamos.

Necesitamos imperiosamente poner los ojos en Jesús: ¿Qué podemos aprender del bautismo de Jesús para nuestro propio bautismo?

En el bautismo de Jesús, Dios Padre se hace presente, lo avala ante los hombres y lo envía. Además aparece el Espíritu Santo. Estaba anunciado en el Antiguo Testamento que el verdadero Mesías, el enviado de Dios, tendría el Espíritu Santo. Y sobre todo tenemos la declaración solemne de parte de Dios Padre: Jesús es el Hijo de Dios: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco”.

Tenemos todavía otra nota importante en esta escena: “También Jesús fue bautizado”. Se bautizaban los pecadores que querían convertirse. Jesús no tenía pecado, ¿por qué se bautizó? -Porque cargó con el pecado de todos. Es un gesto admirable de solidaridad y de amor a los hombres. Jesús es lo que es, Hijo de Dios que tiene el Espíritu de Dios. Pero Jesús es lo que es para una misión: Luchar contra el pecado y liberar a los hombres del pecado y de sus consecuencias.

Jesús tomó conciencia de su vocación y se lanzó a la misión. Pasó por momentos de triunfo y de desencantos, por alabanzas y calumnias, pero él siempre obediente a la voluntad del Padre y fiel al Espíritu que lo animaba. Por un momento pareció que el pecado, los pecados de los hombres, lo aplastaban y lo vencían. Murió crucificado. Pero fue fiel y Dios lo resucitó, y el pecado y la muerte quedaron vencidos definitivamente.

Y desde entonces nació en el mundo una esperanza cierta: Está al alcance de la humanidad una vida eterna y feliz.

Y ahora vengamos a nosotros: Somos bautizados. Dios Padre nos ha llamado por nuestro nombre, y nos ha hecho hijos adoptivos suyos. Nos llamamos hijos de Dios, ¡y de verdad, lo somos! Tenemos el Espíritu de Dios, la fuerza de Dios en nosotros. Y claro, todo esto para una misión. Dios Padre cuenta con nosotros, hemos sido bautizados para luchar contra el pecado, para liberar a nuestros prójimos, de la esclavitud del pecado y de todas las esclavitudes consecuencia del pecado. Y ahora una pregunta: Nosotros bautizados, ¿qué hemos hecho de nuestro bautismo?

Es extraordinariamente grande nuestra dignidad de bautizados, pero es también extraordinariamente grande nuestra responsabilidad. Tenemos en nuestras manos un mensaje extraordinario para el mundo, para los jóvenes, para nuestros hijos: Nosotros podemos amar como Jesucristo nos ama, podemos perdonar como Jesucristo nos perdona, podemos liberar del pecado y de la injusticia a nuestros prójimos. Tenemos la eucaristía, la Palabra de Dios, los sacramentos.

No cabe el pesimismo ni el desaliento, solo cabe la alegría y la esperanza…, y salir a la calle y al mundo.