-Textos:
-Is
62, 1-5
-Sal 95,
1-3. 7-10
-1 Co 12,
4-11
-Jn
2, 1-11
“Haced lo que él
os diga”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
El evangelio de hoy
nos recuerda el milagro de las bodas de Caná. Un banquete de bodas
es siempre un acontecimiento que nos atrae y nos predispone el ánimo
para la fiesta y la alegría.
Pongamos nuestra
atención primero en María. Es la madre de Jesús y madre nuestra.
Ella es una invitada, pero, como mujer y madre, está en todo,
atenta siempre a las necesidades del prójimo. Dice a Jesús: “No
tienen vino”.
Que este gesto de
María, hermanos y hermanas, nos llene de confianza en ella y nos
lleve a acudir a ella. Ella está atenta a nuestros problemas y
necesidades y, además, nos da ejemplo, para que nosotros, también
en todo momento, estemos pendientes de las necesidades de nuestros
hermanos.
María, dice también
otra frase que define muy bien el papel que ella desempeña en el
plan de salvación que Dios ha diseñado para la humanidad: La misión
de María es llevarnos a Jesús: “Haced
lo que Él os diga”, nos dice. Ella
nos lleva a lo que es más importante, a lo que de verdad es
esencial en nuestra vida: creer en Jesús y seguirle.
Es cierto, nos abruman
los problemas y las responsabilidades, y a veces también ídolos y
dioses falsos que nos distraen y apartan del Dios único y
verdadero. María nos lleva a lo esencial: con dulzura, sabiduría y
amor de Madre, nos dice hoy: “Haced lo
que él os diga”.
Puestos los ojos en
Jesús, ¿Qué le vemos hacer? Saca de apuros a los novios y
convierte el agua en vino. El vino nuevo, el vino bueno, el vino que
trae la alegría a los invitados y al mundo entero.
El evangelista tiene
muy claro lo que quiere decirnos: Jesús es Mesías de Dios, el Hijo
enviado por el Padre, para traer la alegría y la salvación al mundo
entero.
Estamos invitados esta
mañana a reafirmarnos en la fe.
El final de la escena
termina con una información: “Así
se manifestó la gloria (de Dios, se entiende) y los discípulos
creyeron en él”. Ante Jesús, que
se manifiesta como el enviado de Dios para salvar al mundo, somos
invitados a reafirmarnos en la fe.
Si la palabra de Dios
nos hace esta invitación es porque lo necesitamos. Estamos
necesitados de creer más firmemente en Jesús. Estamos padeciendo a
nuestro alrededor la marea, el sunami, diría yo, de la increencia,
del paganismo, de un materialismo que deshumaniza la vida. ¿Por qué
será?
Las causas son muy
variadas y complejas. Pero entre ellas puede que una sea
responsabilidad nuestra, de los creyentes cristianos: “Hemos aguado
nuestra fe”. No manifestamos la alegría del Espíritu de Jesús
que hemos recibido en el bautismo.
El papa Francisco en la
primera exhortación de su pontificado “Evangelii gaudium” nos
dice: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida de los
que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son
liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, de
aislamientos. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
Hermanas
y hermanos hemos recibido la gracia inconmensurable, impagable del
bautismo. Tenemos el Espíritu Santo, el vino mejor, el Espíritu de
la fortaleza, de la alegría; tenemos la eucaristía, el banquete de
bodas incomparablemente más espléndido y sabroso que el de Cana,
que nos alimenta del amor de Dios y nos predispone para la vida
eterna. Sigamos a Jesús, vengamos al banquete.