-Textos:
-Nu 6, 22-27
-Sal 66, 2-3. 5-6. 8
-Gal 4, 4-7
-Lc 2, 16-21
“María, por su
parte, conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Feliz y próspero Año
Nuevo!
Cuántas veces hemos dicho
ya, y vamos a decir, esta frase a lo largo de este primero de enero
de 2019. Los deseos retratan a la persona y manifiestan su calidad
humana. Este buen deseo de felicidad demuestra el aprecio que tenemos
de la persona a la que nos dirigimos, pero además, deja patente una
faceta muy buena y muy positiva de nuestra personalidad. De todas
formas el “Feliz y próspero Año Nuevo”, tan repetido hoy crea
un ambiente de alegría, y deja al descubierto mucho de lo bueno que
tenemos las personas. Y esto sin duda lo bendice Dios.
Pero, la liturgia que los
cristianos celebramos en este primero de año nos invita en llenar de
contenido precioso los buenos deseos que pronunciamos.
Hoy celebramos, “La
Jornada por la paz”. Así lo estableció el papa san Pablo VI. A
decir verdad, la paz no es algo que se desea, es algo que se hace.
Desear la paz es comprometernos a hacer la paz y a vivir en paz.
Paz, en primer lugar, en
nosotros mismos, que requiere, paz con Dios, y coherencia con
nuestros principios y valores.
Paz también con los
demás; con nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, y
hermanas de comunidad, también. Hacer la paz con todos, supone
pensar, si las queremos y cuánto las queremos.
Paz también a nivel
global. No digamos fácilmente: “Yo poco puedo hacer para parar las
guerra, o para solucionar la emigración”. Podemos dar una opinión
en una conversación, aportar una ayuda a una campaña, formar parte
de una asociación, que me merece toda confianza. No podemos olvidar
lo que nos ha dicho también san Pablo VI: “Si quieres la paz,
lucha por la justicia”.
Y dejó para el final el
tema más importante de la fiesta litúrgica de hoy: Santa María
Madre de Dios. María es invocada con el título de Madre de Dios
tanto en la Iglesia Occidental como en la Oriental; es el título que
nos lleva al núcleo central del misterio de María. Todas las demás
gracias y prerrogativas de María, Dios se las regaló para hacerla,
eso, Madre de Dios, Madre suya.
La imagen de María, Madre
de Dios, con Jesús en los brazos, tan conocida, expresa muy bien
todo el misterio que celebramos. María concibió a Jesús y lo amó
como nadie lo ha amado. Su corazón inmaculado tenía todas las
virtudes: era generoso, activo, fiel al servicio de Jesús desde que
lo concibió y sintió en su seno, en el anonimato de Nazaret, en la
manifestación de la Bodas de Caná, en el Calvario, al pie de la
cruz: Nadie ha amado y ama a Jesús, como María.
Precisamente por eso,
nadie mejor que María puede ofrecer su Hijo a nosotros, los
hombres y mujeres de esta tierra que necesitamos a Jesucristo para
llegar al cielo. María, Madre de Dios, es para nosotros Madre de
todas las gracias, y la más poderosa abogada e intercesora que
podemos tener ante Dios en el cielo y en la tierra.
Esta
mañana, en torno al altar, más que nunca, vamos a sentir, junto a
nosotros, a la Madre de Dios y Madre nuestra, María, en el acto
supremo de acción de gracias que, por Jesucristo podemos hacer los
cristianos, la eucaristía.