domingo, 24 de febrero de 2019

DOMINGO VII T.O. (C)


-Textos:

       -I Sam. 26, 2-9.12-13.22-23
       -Sal. 102, 1-4.8.10-13
       -I Cor.15, 45-49
       -Lc. 6,27-38

“Yo en cambio os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.

Escuchamos estas palabras y decimos: “¡Que admirable, pero qué difícil!”.

Quizás no las entendemos bien. Debemos escuchar este mensaje teniendo en cuenta lo que previamente nos ha anunciado: “El Reino de Dios está cerca…; Sígueme”. Jesucristo no nos pide nada que debamos hacer sin que nos haya dado antes la gracia y los medios para que podemos realizarlo. Es como si nos estuviera diciendo: “Si me seguís, si creéis en mí, vosotros podréis amar incluso a vuestros enemigos, por eso os digo “Amad a vuestros enemigos”; si creéis en mí, si os apoyáis en mi podréis hacer el bien incluso a los que os aborrecen, por eso os digo “Haced el bien a los que os aborrecen, rezad por los que os persiguen y calumnian”.

Esta es la gran noticia, este es el evangelio. Con la llegada al mundo de Jesucristo, el Hijo de Dios, un torrente, una catarata de amor divino ha venido sobre la creación entera. Y este torrente de amor infinito está al alcance de todos los hombres, está a nuestro alcance. Podemos amar no sólo con la capacidad natural que tenemos los seres humanos: amar al que nos ama, hacer el bien al quien nos hace el bien, prestar dinero a quien esperamos nos va a devolver… Está a nuestro alcance, aunque nos parezca increíble, “amar a los enemigos”, hacer el bien sin esperar nada a cambio; amar a los que nos odian y nos maldicen y nos calumnian.

El Reino de Dios ha llegado, este amor está a nuestro alcance. Una manera de pensar, unos valores alternativos, originales; sorprendentes para muchos, inútil para otros, pero que el mundo necesita.

Es la sal que sala y sana la sociedad, el fermento que transforma y fermenta toda la masa humana. Seguiremos trabajando por la justicia, por la libertad y el progreso, pero desde este espíritu y desde esta manera de pensar y de actuar.

Si actuamos así, sin duda tendremos un puesto en la mesa del mundo, un lugar propio que necesita y espera este mundo aún sin saberlo.

Si pretendemos estar entre dos aguas, y servir a Dios y al dinero, a la comodidad, a la buena imagen y nadar en las aguas tibias de lo políticamente correcto…, entonces los cristianos, nos quedamos sin sitio en la mesa del mundo; por hacer lo de todos, no servimos para nada. La sal se ha vuelto sosa, la levadura ha perdido su sabor, y el mundo nos deja de lado.

Pero si amamos a los enemigos, si llegamos a hacer bien al que nos odia, si somos misericordiosos como nuestro Padre Dios es misericordioso, entonces sí que tenemos algo nuevo que aporta a esta sociedad nuestra y a la creación entera.

Hermanos, Jesucristo es alguien absolutamente original, renovador y hasta revolucionario, aporta algo que nadie puede aportar, y que solo Dios lo puede dar: el amor divino a todo el que cree en él .

Hoy, esta mañana, tenemos que pedir con fuerza y con humildad la fe: la fe que es la compuerta que abre el torrente de amor infinito, divino, que por Jesucristo ha llegado al mundo. A nosotros, a los cristianos se nos ha encomendado anunciar esto y anunciarlo con la vida y el testimonio, para que ellos también crean y se puedan beneficiar de este don que nos viene por Jesucristo: Amar a Dios sobre todas a cosas, y al prójimo como a nosotros mismos; y más todavía: amar como Dios nos ama, amar como Jesucristo nos amó y nos ama.

Este amor lo podemos disfrutar y asimilar en la eucaristía.



domingo, 10 de febrero de 2019

DOMINGO V T.O. (C) FESTIVIDAD DE SANTA ESCOLÁSTICA



Textos:

       -Os 2, 14b. 19-20
       -Sal 44, 11-12. 14-17
       -Ap 19, 1. 5-9ª
       -Lc 10, 38-42

María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El papa S. Gregorio, a mediados del siglo VI, en su importante obra “Diálogos”, cuenta aquella anécdota tan conocida: Santa Escolástica, hermana de San Benito, iba cada año al monasterio de su hermano para visitarlo y hablar con él. Hablaban de cosas espirituales. Santa Escolástica disfrutaba escuchando la conversación de su hermano, que la recibía como si fuera palabra de Dios. Y no se le hacía hora de terminar la visita. 

Pasa el tiempo, se hace muy tarde y San Benito dice a su hermana que él tiene que volver a la comunidad. Santa Escolástica le pide que continúen la conversación, pero su hermano insiste en que tiene que ir a la comunidad. Ante esta situación Santa Escolástica se inclina sobre la mesa, y con la cabeza sobre las manos suplica ardientemente a Dios. En ese momento estalla una tormenta fortísima, que hace imposible que ella salga del monasterio de su hermano. De manera que San Benito tiene que quedarse con ella toda la noche. San Gregorio, en sus Diálogos concluye: “Dios es amor, y era muy justo que tuviese más poder quien más amaba”.

Esta escena, pienso, tiene gran parecido con la escena del evangelio que hemos proclamado en esta eucaristía. Muchos pintores han retratado el pasaje: María Magdalena, sentada en el suelo a los pies de Jesús, escucha encantada las palabras de Jesús. En un segundo plano, detrás de los dos, Marta, de pie, mira nerviosa a los dos y se permite hacer una observación, que le parece sobradamente justa: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola en el servicio? Jesús le responde: “Marta, Marta: una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte”.

No es que Jesús, en esta escena, quiera decir que la vida contemplativa es mejor y preferible a la vida activa. Jesús aprecia altamente el servicio. Recordar aquella otra enseñanza suya: “El que quiera ser el mayor entre vosotros sea vuestro servidor”. Jesús ni compara ni opone. Jesús lo que pretende es dejar claro que lo que importa es descubrir la razón última, el motivo verdadero que el hombre, todo ser humano, necesita para vivir. Jesús cae en la cuenta que María, al dejar todo para escucharle a él, ha descubierto que en él ha llegado el Reino de Dios. Algo nuevo, una energía, una gracia nueva ha irrumpido con Jesús, en su casa y en el mundo.

Al escuchar a Jesús María siente que su corazón vibra y ve correspondido el deseo más profunda que siempre había deseado.

Queridas hermanas y queridos hermanos, todos: los contemplativos, los misioneros y las misioneras, los que vivís en el empeño de formar una familia cristina, los que trabajáis por un mundo mejor, todos necesitamos escuchar, escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesucristo.

Escuchar: esta es el ansia profunda del corazón humano, la fuente de energía que da sentido a nuestra vida, a la vida de todos. La actividad, el servicio, el trabajo por más honestos, legítimos y necesarios que sean no son fecundos, nos desfondan, si no están precedidos o impregnados del reposo, del silencio, de la soledad y la reflexión.

Y esta necesidad tan humana, a punta a la necesidad imperiosa de escuchar a Dios, a Jesucristo, que es la Palabra misma de Dios y que es la vocación a la que todos estamos llamados.

Sí, Jesucristo, el Verbo encarnado, es la vocación última de todo ser humano, que llena de sentido toda otra vocación. Por eso Jesús dice a Marta, “Sólo una cosa es necesaria, María ha escogido la mejor parte”

Primero es escuchar a Dios y seguirle, después vienen todas las demás vocaciones concretas y particulares. Marta y María son dos amores, y dos tareas del mismo corazón humano.

Santa Escolástica se sentía feliz, a ella se le pasaban las horas del día y de la noche escuchando a su hermano las palabras espirituales, palabras de Dios, que salían de su boca.

Es preciso reconocer el gran favor que nos hacen estas hermanas benedictinas a todos, hombres y mujeres, bautizados y no bautizados, porque su forma de vida, “Ora et labora”, tan sabia, tan bendecida por la Iglesia, tan inspirada por Dios mismo en la Regla de San Benito, nos invita a garantizar lo único necesario, para realizar luego lo demás que Dios nos encomienda.


domingo, 3 de febrero de 2019

DOMINGO IV T.O. (C)


-Textos:

       -Jer 1, 4-5. 17-19
       -Sal 70, 1-4.15ab.17
       -1 Co 12, 31-13, 13
       -Lc 4, 21-30

¿No es este el hijo de José?”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Lo que le pasó a Jesús en Nazaret es muy sorprendente. Basta caer en la cuenta del contraste entre la primera reacción y la última ante las palabras de Jesús: Al terminar de explicar las palabras del profeta Isaías, los paisanos de Jesús que lo estaban oyendo “expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras que salían de su boca”. Al final de la reunión, cuando Jesús citó a los profetas Elías y Eliseo, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio…, con intención de despeñarlo”.

¿Qué les pasó a los habitantes de Nazaret que cambiaron de opinión tan radicalmente y que acabaron por rechazar a Jesús hasta casi despeñarlo?
La explicación podemos descubrirla en la frase que, en un segundo momento, empezó a correrse entre los oyentes de Jesús: ¿No es este el hijo de José?

Jesús tiene la osadía de decir que él es el Mesías salvador, enviado por Dios y esperado por todo Israel. Hasta cierto punto parece comprensible la pregunta de sus paisanos. “Pero, si lo conocemos todos, ¿qué pretende éste? “Haz los milagros que hiciste en Cafarnaún y creeremos”.

Jesús, sin embargo, ha dicho que él es de verdad el Mesías, pero que él no viene a conquistar el poder y a transformar a Israel en un imperio, sino “a anunciar la buena noticia a los pobres…, y a establecer el año de gracia y de perdón de Dios”.

Los vecinos de Nazaret rechazaron a Jesús e incluso quisieron matarlo.

Tenían una idea muy distinta de cómo debía ser el Mesías salvador; un Mesías a su medida y según su criterio y su razón; que hiciera los milagros que a ellos les parecía que tenía que hacer, los milagros que a ellos les convenían.

No me atrevo a decir, queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos, que nuestra actitud ante Jesús puede ser la misma que la de los habitantes de Nazaret. Pero sí creo que podemos participar en alguna medida de esa actitud. No sé si estamos abiertos al Jesús real que nació en Belén y se manifestó en Nazaret, que curo a enfermos y necesitados, alternó con pecadores y extranjeros, denunció los abusos en el culto, advirtió los peligros de la riqueza y el poder, y terminó muerto y abandonado, obediente solo y únicamente a la voluntad de su Padre Dios.

¿Estamos dispuestos a seguir a este Jesús? ¿Nos miramos en el espejo de este Jesús a la hora de planificar la vida, de orientarla o rectificarla? No es lo mismo seguir a Jesús y acudir a él para que nos haga un milagro y nos saque de apuros, que para decirle: Señor, ¿qué quieres tú de mí hoy y aquí?, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

Ayer, fiesta de la Presentación del Señor y de la Purificación de la Virgen, la Iglesia celebraba la “Jornada de la vida consagrada” con un lema: “La vida consagrada presencia del amor de Dios”. Jesucristo es la presencia viva y real del amor de Dios en el mundo. El amor de Dios en el mundo se hace presente cuando seguimos a Jesús, cuando somos como Jesús; cuando estamos dispuestos a cambiar de vida para seguir el evangelio y la misión de Jesús.

El próximo domingo, tendremos otra Jornada, la Jornada de Manos Unidas contra el hambre en el mundo. Otra oportunidad, otra gracia de Dios, para caer en la cuenta de si pretendemos domeñar a Jesús a nuestro capricho o estamos dispuestos a seguirlo incondicionalmente.