-Textos:
-Jer 1, 4-5. 17-19
-Sal 70, 1-4.15ab.17
-1 Co 12, 31-13, 13
-Lc 4, 21-30
“¿No es este el
hijo de José?”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Lo que le pasó a Jesús
en Nazaret es muy sorprendente. Basta caer en la cuenta del contraste
entre la primera reacción y la última ante las palabras de Jesús:
Al terminar de explicar las palabras del profeta Isaías, los
paisanos de Jesús que lo estaban oyendo “expresaban
su aprobación y se admiraban de las palabras que salían de su
boca”. Al final de la reunión,
cuando Jesús citó a los profetas Elías y Eliseo, todos
en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron
fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio…, con intención
de despeñarlo”.
¿Qué les pasó a los
habitantes de Nazaret que cambiaron de opinión tan radicalmente y
que acabaron por rechazar a Jesús hasta casi despeñarlo?
La explicación
podemos descubrirla en la frase que, en un segundo momento, empezó a
correrse entre los oyentes de Jesús: ¿No
es este el hijo de José?
Jesús tiene la osadía
de decir que él es el Mesías salvador, enviado por Dios y esperado
por todo Israel. Hasta cierto punto parece comprensible la pregunta
de sus paisanos. “Pero, si lo conocemos todos, ¿qué pretende
éste? “Haz los milagros que hiciste en Cafarnaún y creeremos”.
Jesús, sin embargo, ha
dicho que él es de verdad el Mesías, pero que él no viene a
conquistar el poder y a transformar a Israel en un imperio, sino “a
anunciar la buena noticia a los pobres…, y a establecer el año de
gracia y de perdón de Dios”.
Los vecinos de Nazaret
rechazaron a Jesús e incluso quisieron matarlo.
Tenían una idea muy
distinta de cómo debía ser el Mesías salvador; un Mesías a su
medida y según su criterio y su razón; que hiciera los milagros que
a ellos les parecía que tenía que hacer, los milagros que a ellos
les convenían.
No me atrevo a decir,
queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos, que nuestra
actitud ante Jesús puede ser la misma que la de los habitantes de
Nazaret. Pero sí creo que podemos participar en alguna medida de esa
actitud. No sé si estamos abiertos al Jesús real que nació en
Belén y se manifestó en Nazaret, que curo a enfermos y necesitados,
alternó con pecadores y extranjeros, denunció los abusos en el
culto, advirtió los peligros de la riqueza y el poder, y terminó
muerto y abandonado, obediente solo y únicamente a la voluntad de su
Padre Dios.
¿Estamos dispuestos a
seguir a este Jesús? ¿Nos miramos en el espejo de este Jesús a la
hora de planificar la vida, de orientarla o rectificarla? No es lo
mismo seguir a Jesús y acudir a él para que nos haga un milagro y
nos saque de apuros, que para decirle: Señor, ¿qué quieres tú de
mí hoy y aquí?, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
Ayer,
fiesta de la Presentación del Señor y de la Purificación de la
Virgen, la Iglesia celebraba la “Jornada de la vida consagrada”
con un lema: “La vida consagrada presencia del amor de Dios”.
Jesucristo es la presencia viva y real del amor de Dios en el mundo.
El amor de Dios en el mundo se hace presente cuando seguimos a Jesús,
cuando somos como Jesús; cuando estamos dispuestos a cambiar de vida
para seguir el evangelio y la misión de Jesús.
El próximo domingo,
tendremos otra Jornada, la Jornada de Manos Unidas contra el hambre
en el mundo. Otra oportunidad, otra gracia de Dios, para caer en la
cuenta de si pretendemos domeñar a Jesús a nuestro capricho o
estamos dispuestos a seguirlo incondicionalmente.