domingo, 3 de febrero de 2019

DOMINGO IV T.O. (C)


-Textos:

       -Jer 1, 4-5. 17-19
       -Sal 70, 1-4.15ab.17
       -1 Co 12, 31-13, 13
       -Lc 4, 21-30

¿No es este el hijo de José?”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Lo que le pasó a Jesús en Nazaret es muy sorprendente. Basta caer en la cuenta del contraste entre la primera reacción y la última ante las palabras de Jesús: Al terminar de explicar las palabras del profeta Isaías, los paisanos de Jesús que lo estaban oyendo “expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras que salían de su boca”. Al final de la reunión, cuando Jesús citó a los profetas Elías y Eliseo, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio…, con intención de despeñarlo”.

¿Qué les pasó a los habitantes de Nazaret que cambiaron de opinión tan radicalmente y que acabaron por rechazar a Jesús hasta casi despeñarlo?
La explicación podemos descubrirla en la frase que, en un segundo momento, empezó a correrse entre los oyentes de Jesús: ¿No es este el hijo de José?

Jesús tiene la osadía de decir que él es el Mesías salvador, enviado por Dios y esperado por todo Israel. Hasta cierto punto parece comprensible la pregunta de sus paisanos. “Pero, si lo conocemos todos, ¿qué pretende éste? “Haz los milagros que hiciste en Cafarnaún y creeremos”.

Jesús, sin embargo, ha dicho que él es de verdad el Mesías, pero que él no viene a conquistar el poder y a transformar a Israel en un imperio, sino “a anunciar la buena noticia a los pobres…, y a establecer el año de gracia y de perdón de Dios”.

Los vecinos de Nazaret rechazaron a Jesús e incluso quisieron matarlo.

Tenían una idea muy distinta de cómo debía ser el Mesías salvador; un Mesías a su medida y según su criterio y su razón; que hiciera los milagros que a ellos les parecía que tenía que hacer, los milagros que a ellos les convenían.

No me atrevo a decir, queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos, que nuestra actitud ante Jesús puede ser la misma que la de los habitantes de Nazaret. Pero sí creo que podemos participar en alguna medida de esa actitud. No sé si estamos abiertos al Jesús real que nació en Belén y se manifestó en Nazaret, que curo a enfermos y necesitados, alternó con pecadores y extranjeros, denunció los abusos en el culto, advirtió los peligros de la riqueza y el poder, y terminó muerto y abandonado, obediente solo y únicamente a la voluntad de su Padre Dios.

¿Estamos dispuestos a seguir a este Jesús? ¿Nos miramos en el espejo de este Jesús a la hora de planificar la vida, de orientarla o rectificarla? No es lo mismo seguir a Jesús y acudir a él para que nos haga un milagro y nos saque de apuros, que para decirle: Señor, ¿qué quieres tú de mí hoy y aquí?, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

Ayer, fiesta de la Presentación del Señor y de la Purificación de la Virgen, la Iglesia celebraba la “Jornada de la vida consagrada” con un lema: “La vida consagrada presencia del amor de Dios”. Jesucristo es la presencia viva y real del amor de Dios en el mundo. El amor de Dios en el mundo se hace presente cuando seguimos a Jesús, cuando somos como Jesús; cuando estamos dispuestos a cambiar de vida para seguir el evangelio y la misión de Jesús.

El próximo domingo, tendremos otra Jornada, la Jornada de Manos Unidas contra el hambre en el mundo. Otra oportunidad, otra gracia de Dios, para caer en la cuenta de si pretendemos domeñar a Jesús a nuestro capricho o estamos dispuestos a seguirlo incondicionalmente.