domingo, 10 de febrero de 2019

DOMINGO V T.O. (C) FESTIVIDAD DE SANTA ESCOLÁSTICA



Textos:

       -Os 2, 14b. 19-20
       -Sal 44, 11-12. 14-17
       -Ap 19, 1. 5-9ª
       -Lc 10, 38-42

María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El papa S. Gregorio, a mediados del siglo VI, en su importante obra “Diálogos”, cuenta aquella anécdota tan conocida: Santa Escolástica, hermana de San Benito, iba cada año al monasterio de su hermano para visitarlo y hablar con él. Hablaban de cosas espirituales. Santa Escolástica disfrutaba escuchando la conversación de su hermano, que la recibía como si fuera palabra de Dios. Y no se le hacía hora de terminar la visita. 

Pasa el tiempo, se hace muy tarde y San Benito dice a su hermana que él tiene que volver a la comunidad. Santa Escolástica le pide que continúen la conversación, pero su hermano insiste en que tiene que ir a la comunidad. Ante esta situación Santa Escolástica se inclina sobre la mesa, y con la cabeza sobre las manos suplica ardientemente a Dios. En ese momento estalla una tormenta fortísima, que hace imposible que ella salga del monasterio de su hermano. De manera que San Benito tiene que quedarse con ella toda la noche. San Gregorio, en sus Diálogos concluye: “Dios es amor, y era muy justo que tuviese más poder quien más amaba”.

Esta escena, pienso, tiene gran parecido con la escena del evangelio que hemos proclamado en esta eucaristía. Muchos pintores han retratado el pasaje: María Magdalena, sentada en el suelo a los pies de Jesús, escucha encantada las palabras de Jesús. En un segundo plano, detrás de los dos, Marta, de pie, mira nerviosa a los dos y se permite hacer una observación, que le parece sobradamente justa: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola en el servicio? Jesús le responde: “Marta, Marta: una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte”.

No es que Jesús, en esta escena, quiera decir que la vida contemplativa es mejor y preferible a la vida activa. Jesús aprecia altamente el servicio. Recordar aquella otra enseñanza suya: “El que quiera ser el mayor entre vosotros sea vuestro servidor”. Jesús ni compara ni opone. Jesús lo que pretende es dejar claro que lo que importa es descubrir la razón última, el motivo verdadero que el hombre, todo ser humano, necesita para vivir. Jesús cae en la cuenta que María, al dejar todo para escucharle a él, ha descubierto que en él ha llegado el Reino de Dios. Algo nuevo, una energía, una gracia nueva ha irrumpido con Jesús, en su casa y en el mundo.

Al escuchar a Jesús María siente que su corazón vibra y ve correspondido el deseo más profunda que siempre había deseado.

Queridas hermanas y queridos hermanos, todos: los contemplativos, los misioneros y las misioneras, los que vivís en el empeño de formar una familia cristina, los que trabajáis por un mundo mejor, todos necesitamos escuchar, escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesucristo.

Escuchar: esta es el ansia profunda del corazón humano, la fuente de energía que da sentido a nuestra vida, a la vida de todos. La actividad, el servicio, el trabajo por más honestos, legítimos y necesarios que sean no son fecundos, nos desfondan, si no están precedidos o impregnados del reposo, del silencio, de la soledad y la reflexión.

Y esta necesidad tan humana, a punta a la necesidad imperiosa de escuchar a Dios, a Jesucristo, que es la Palabra misma de Dios y que es la vocación a la que todos estamos llamados.

Sí, Jesucristo, el Verbo encarnado, es la vocación última de todo ser humano, que llena de sentido toda otra vocación. Por eso Jesús dice a Marta, “Sólo una cosa es necesaria, María ha escogido la mejor parte”

Primero es escuchar a Dios y seguirle, después vienen todas las demás vocaciones concretas y particulares. Marta y María son dos amores, y dos tareas del mismo corazón humano.

Santa Escolástica se sentía feliz, a ella se le pasaban las horas del día y de la noche escuchando a su hermano las palabras espirituales, palabras de Dios, que salían de su boca.

Es preciso reconocer el gran favor que nos hacen estas hermanas benedictinas a todos, hombres y mujeres, bautizados y no bautizados, porque su forma de vida, “Ora et labora”, tan sabia, tan bendecida por la Iglesia, tan inspirada por Dios mismo en la Regla de San Benito, nos invita a garantizar lo único necesario, para realizar luego lo demás que Dios nos encomienda.