Textos:
-Os
2, 14b. 19-20
-Sal
44, 11-12. 14-17
-Ap
19, 1. 5-9ª
-Lc
10, 38-42
“María
ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El
papa S. Gregorio, a mediados del siglo VI, en su importante obra
“Diálogos”, cuenta aquella anécdota tan conocida: Santa
Escolástica, hermana de San Benito, iba cada año al monasterio de
su hermano para visitarlo y hablar con él. Hablaban de cosas
espirituales. Santa Escolástica disfrutaba escuchando la
conversación de su hermano, que la recibía como si fuera palabra de
Dios. Y no se le hacía hora de terminar la visita.
Pasa el tiempo,
se hace muy tarde y San Benito dice a su hermana que él tiene que
volver a la comunidad. Santa Escolástica le pide que continúen la
conversación, pero su hermano insiste en que tiene que ir a la
comunidad. Ante esta situación Santa Escolástica se inclina sobre
la mesa, y con la cabeza sobre las manos suplica ardientemente a
Dios. En ese momento estalla una tormenta fortísima, que hace
imposible que ella salga del monasterio de su hermano. De manera que
San Benito tiene que quedarse con ella toda la noche. San Gregorio,
en sus Diálogos concluye: “Dios es amor, y era muy justo que
tuviese más poder quien más amaba”.
Esta
escena, pienso, tiene gran parecido con la escena del evangelio que
hemos proclamado en esta eucaristía. Muchos pintores han retratado
el pasaje: María Magdalena, sentada en el suelo a los pies de Jesús,
escucha encantada las palabras de Jesús. En un segundo plano, detrás
de los dos, Marta, de pie, mira nerviosa a los dos y se permite hacer
una observación, que le parece sobradamente justa: “Señor,
¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola en el servicio?
Jesús le responde: “Marta, Marta: una sola
cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte”.
No
es que Jesús, en esta escena, quiera decir que la vida contemplativa
es mejor y preferible a la vida activa. Jesús aprecia altamente el
servicio. Recordar aquella otra enseñanza suya: “El que
quiera ser el mayor entre vosotros sea vuestro servidor”.
Jesús ni compara ni opone. Jesús lo que pretende es dejar claro que
lo que importa es descubrir la razón última, el motivo verdadero
que el hombre, todo ser humano, necesita para vivir. Jesús cae en la
cuenta que María, al dejar todo para escucharle a él, ha
descubierto que en él ha llegado el Reino de Dios. Algo nuevo, una
energía, una gracia nueva ha irrumpido con Jesús, en su casa y en
el mundo.
Al
escuchar a Jesús María siente que su corazón vibra y ve
correspondido el deseo más profunda que siempre había deseado.
Queridas
hermanas y queridos hermanos, todos: los contemplativos, los
misioneros y las misioneras, los que vivís en el empeño de formar
una familia cristina, los que trabajáis por un mundo mejor, todos
necesitamos escuchar, escuchar la Palabra de Dios, escuchar a
Jesucristo.
Escuchar:
esta es el ansia profunda del corazón humano, la fuente de energía
que da sentido a nuestra vida, a la vida de todos. La actividad, el
servicio, el trabajo por más honestos, legítimos y necesarios que
sean no son fecundos, nos desfondan, si no están precedidos o
impregnados del reposo, del silencio, de la soledad y la reflexión.
Y
esta necesidad tan humana, a punta a la necesidad imperiosa de
escuchar a Dios, a Jesucristo, que es la Palabra misma de Dios y que
es la vocación a la que todos estamos llamados.
Sí,
Jesucristo, el Verbo encarnado, es la vocación última de todo ser
humano, que llena de sentido toda otra vocación. Por
eso Jesús dice a Marta, “Sólo una cosa es necesaria,
María ha escogido la mejor parte”
Primero
es escuchar a Dios y seguirle, después vienen todas las demás
vocaciones concretas y particulares. Marta y María son dos amores, y
dos tareas del mismo corazón humano.
Santa
Escolástica se sentía feliz, a ella se le pasaban las horas del día
y de la noche escuchando a su hermano las palabras espirituales,
palabras de Dios, que salían de su boca.
Es
preciso reconocer el gran favor que nos hacen estas hermanas
benedictinas a todos, hombres y mujeres, bautizados y no bautizados,
porque su forma de vida, “Ora et labora”, tan sabia, tan
bendecida por la Iglesia, tan inspirada por Dios mismo en la Regla de
San Benito, nos invita a garantizar lo único necesario, para
realizar luego lo demás que Dios nos encomienda.