-Textos:
-I
Sam. 26, 2-9.12-13.22-23
-Sal.
102, 1-4.8.10-13
-I
Cor.15, 45-49
-Lc.
6,27-38
“Yo
en cambio os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.
Escuchamos
estas palabras y decimos: “¡Que admirable, pero qué difícil!”.
Quizás
no las entendemos bien. Debemos escuchar este mensaje teniendo en
cuenta lo que previamente nos ha anunciado: “El
Reino de Dios está cerca…; Sígueme”.
Jesucristo
no nos pide nada que debamos hacer sin que nos haya dado antes la
gracia y los medios para que podemos realizarlo. Es como si nos
estuviera diciendo: “Si me seguís, si creéis en mí, vosotros
podréis amar incluso a vuestros enemigos, por eso os digo “Amad a
vuestros enemigos”; si creéis en mí, si os apoyáis en mi podréis
hacer el bien incluso a los que os aborrecen, por eso os digo “Haced
el bien a los que os aborrecen, rezad por los que os persiguen y
calumnian”.
Esta
es la gran noticia, este es el evangelio. Con la llegada al mundo de
Jesucristo, el Hijo de Dios, un torrente, una catarata de amor divino
ha venido sobre la creación entera. Y este torrente de amor infinito
está al alcance de todos los hombres, está a nuestro alcance.
Podemos amar no sólo con la capacidad natural que tenemos los seres
humanos: amar al que nos ama, hacer el bien al quien nos hace el
bien, prestar dinero a quien esperamos nos va a devolver… Está a
nuestro alcance, aunque nos parezca increíble, “amar a los
enemigos”, hacer el bien sin esperar nada a cambio; amar a los
que nos odian y nos maldicen y nos calumnian.
El
Reino de Dios ha llegado, este amor está a nuestro alcance. Una
manera de pensar, unos valores alternativos, originales;
sorprendentes para muchos, inútil para otros, pero que el mundo
necesita.
Es
la sal que sala y sana la sociedad, el fermento que transforma y
fermenta toda la masa humana. Seguiremos trabajando por la justicia,
por la libertad y el progreso, pero desde este espíritu y desde esta
manera de pensar y de actuar.
Si
actuamos así, sin duda tendremos un puesto en la mesa del mundo, un
lugar propio que necesita y espera este mundo aún sin saberlo.
Si
pretendemos estar entre dos aguas, y servir a Dios y al dinero, a la
comodidad, a la buena imagen y nadar en las aguas tibias de lo
políticamente correcto…, entonces los cristianos, nos quedamos sin
sitio en la mesa del mundo; por hacer lo de todos, no servimos para
nada. La sal se ha vuelto sosa, la levadura ha perdido su sabor, y el
mundo nos deja de lado.
Pero
si amamos a los enemigos, si llegamos a hacer bien al que nos odia,
si somos misericordiosos como nuestro Padre Dios es misericordioso,
entonces sí que tenemos algo nuevo que aporta a esta sociedad
nuestra y a la creación entera.
Hermanos,
Jesucristo es alguien absolutamente original, renovador y hasta
revolucionario, aporta algo que nadie puede aportar, y que solo Dios
lo puede dar: el amor divino a todo el que cree en él .
Hoy, esta mañana, tenemos
que pedir con fuerza y con humildad la fe: la fe que es la compuerta
que abre el torrente de amor infinito, divino, que por Jesucristo ha
llegado al mundo. A nosotros, a los cristianos se nos ha encomendado
anunciar esto y anunciarlo con la vida y el testimonio, para que
ellos también crean y se puedan beneficiar de este don que nos viene
por Jesucristo: Amar a Dios sobre todas a cosas, y al prójimo como a
nosotros mismos; y más todavía: amar como Dios nos ama, amar como
Jesucristo nos amó y nos ama.
Este
amor lo podemos disfrutar y asimilar en la eucaristía.