Texto:
-Ex 3, 1-8a13-15
-Sal 102
-Icor 10, 1-6. 10-12
-Lc 13, 1-9
“He visto la opresión de mi pueblo, me he
fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a liberarlos”.- “Señor,
déjala todavía este año”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
“He visto la opresión de mi pueblo… Voy a bajar
a liberarlos”… ¡Y bajó! Ciertamente,
Dios bajó al barro del mundo. “Y se hizo
hombre y habitó entre nosotros”. Y no sólo
bajó, sino que se rebajó: “Hasta someterse
a la muerte y una muerte de cruz”.
¡Qué Dios tenemos! ¡Qué Dios hemos conocido gracias
a Jesucristo! Jesucristo, su persona, su vida, sus obras y sus
palabras nos hablan de un Dios, que no se desentiende del
sufrimiento humano, que sufre con el dolor de los hombres, se
compadece y se compromete. “Voy a bajar a
liberarlo”.
¿Cómo nos libera Jesús? No con ejércitos ni
dominando políticamente a las naciones, ni siquiera proporcionando
fórmulas científicas para el progreso de la humanidad. Jesús
respeta nuestra libertad y pide que nos hagamos responsables de
nuestro mundo y de nuestro destino. Jesús nos libera venciendo al
pecado y a la muerte, acercándose a los pobres y devolviendo la
dignidad a todos los hombres; nos libera dándonos la posibilidad de
amar hasta dar la vida y de perdonar incluso al enemigo; nos libera
regalándonos un germen real y una esperanza verdadera de vida
eterna.
Son muchos, muchísimos, los que ayer y hoy han
experimentado que Dios, por Jesucristo y en Jesucristo, es un Dios
que se compadece de nuestro sufrimientos y de nuestros problemas y
acude a liberarnos.
Lo muestran los mártires de ayer en Roma, y los de hoy
en el Medio Oriente y en África; lo muestran santos como S. Benito,
cuya fe y cuya Regla Santa ha impregnado de sabiduría de Dios y de
cultura verdaderamente humana una civilización entera; y Teresa de
Calcuta, pobre entre los pobres, y llena de caridad para aliviar la
miseria de tantos necesitados. Y lo muestra el Papa Francisco, libre
y dispuesto para aceptar la máxima responsabilidad de regir la
Iglesia, y libre y dispuesto para para aplicar medidas duras que
restablezcan la credibilidad justa y merecida de los consagrados en
la iglesia.
Pero a pesar de ser tantos los que han experimentado y
experimentan la fuerza liberadora de Dios en Jesucristo, hoy,
queridos hermanos, la humanidad sigue sufriendo, ¡y mucho!: Hambres,
enfermedades, guerras, injusticias, explotación… Ya es hora de
que los más responsables, y todos, reconozcamos que no se trata
sólo de la quiebra del bienestar material. Está cada vez más claro
que se trata sobre todo de una quiebra de la conciencia moral y, en
último término, de la quiebra del sentido último de la vida. Y
todo, porque hemos abandonado a Dios. A Dios que libera y salva de
verdad.
“Señor, déjala todavía este año”.
Señor, danos todavía un año más, una cuaresma más para
convertirnos. Que escuchemos la voz de nuestra madre, la Iglesia, que
nos recuerda que tú eres un Dios que te compadeces de los
sufrimientos y los males que nos aquejan.
Danos un tiempo, una cuaresma, un año más para rehacer
nuestra fe en Jesucristo, tu Hijo, el que realmente nos libera del
pecado, de la muerte y siembra en nosotros la esperanza de un mundo
distinto, un cielo nuevo y una tierra nueva, donde reina la justicia,
la paz y la vida feliz junto a ti, Dios compasivo y amigo de los
hombres.