-Textos:
-Jos 5, 9a. 10-12
-Sal 33, 2-7
-2 Co 5, 17-21
-Lc 15,1-3. 11-32
“Era preciso
celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo…, Estaba perdido y lo hemos encontrado”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Conocemos todos muy
bien esta parábola del “Hijo pródigo”, que hoy en día muchos
prefieren llamar del “Padre de la misericordia”.
Es conmovedora la
escena que maravillosamente describe Jesús cuando el hijo pequeño
llega a su casa maltrecho, desengañado y con la autoestima por los
suelos.
Él va preparando las palabras que va a decir para que su
padre lo acepte: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti no merezco llamarme hijo tuyo”. Jesús
nos muestra la reacción admirable, conmovedora del padre: “Se
le conmovieron las entrañas; y echando a correr, se le echó al
cuello y lo cubrió de besos”. No le
echa en cara el pecado ni la malversación de la herencia, todo lo
contrario, se preocupa de que se arregle y quede vestido como hijo, y
organiza un banquete de fiesta.
San Juan Pablo II,
comentando esta escena, dice que el gesto tan lleno de amor y de
misericordia que tuvo el padre, hizo que en ese momento el hijo
cayera en la cuenta que para el padre él había sido y seguía
siendo siempre hijo. Su mala vida no le había borrado su dignidad de
hijo. Él era más que su pecado. El padre lo amaba de tal manera que
despertó en el hijo lo mejor de sí mismo, la dignidad de hijo. Y
concluye san Juan Pablo II: Así debemos también amar y perdonar
nosotros a nuestros prójimos, de tal manera que demos lugar a que el
otro descubra lo mucho bueno y lo mejor que tiene dentro de sí
mismo.
Y yo me permito añadir:
Nosotros, en esta cuaresma podemos tener la misma experiencia del
hijo pródigo, retomar la alegría de ser hijos de Dios, si nos
acercamos al amor y a la misericordia de Dios en el sacramento de la
penitencia.
Pero permitidme todavía
resaltar la figura del padre, desviviéndose y derrochando amor y
misericordia también con el hijo mayor: “Hijo,
tú estás siempre conmigo, todo lo mío es tuyo; pero era preciso
celebrar un banquete y alegrarse”.
Es como si le dijera: “Hijo mío, entra en mi corazón y trata de
entenderme. Hay otra manera de entender la vida y otros valores mucho
más esenciales. Soy tu padre, y este es tu hermano, somos familia.
No es un contrato laboral lo que nos une. Es el amor y la
misericordia el secreto y el alma de nuestra vida y de nuestra casa.
“Es preciso celebrar un banquete y
alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida”.
Hermanos, así terminó
Jesús esta parábola. No sabemos si el hijo mayor hizo caso a los
argumentos del padre. Pero sí sabemos que Jesús esta mañana nos
invita a un banquete donde él, por amor, se nos da como alimento.