-Textos:
-Ex 12, 1-8. 11-14
-Sal 115, 12-13. 15-18
-1 Co 11, 13-26
-Jn 13, 1-15
“Habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Hermanas y hermanos
todos: Dios es amor, somos imagen de Dios, nuestra vocación más
honda es el amor. Necesitamos amar y ser amados. Pero tantas veces no
sabemos amar como conviene. Nada como la eucaristía, nada como esta
celebración de Jueves Santo, puede templar nuestro corazón en el
calor más saludable, en el amor de Cristo Jesús.
Pongamos mucha atención
a estas palabras de san Pablo: “El
Señor Jesús, en la noche en que iba ser entregado, tomo pan y,
pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi
cuerpo que se entrega por vosotros… Y lo mimos hizo con el cáliz,
después de cenar diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi
sangre; haced esto cada vez que lo bebáis en memoria mía”.
Sí, las hemos oídos muchas veces, pero nunca agotaremos la
capacidad de estas palabras, para despertar amor, amor verdadero,
amor que hace felices y amor que salva.
“La eucaristía, dice
el Concilio Vaticano II, contiene en sí todo el bien espiritual que
dispensa la Iglesia, es decir, Cristo, nuestra Pascua”. Cristo
resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, Cristo nuestra
esperanza, bajos las especies del pan y del vino, en cada eucaristía.
Queridos hermanos y
hermanas, como nos cuenta san Pablo, de generación en generación y
hasta esta tarde de dos mil diecinueve, cada domingo, en cada
eucaristía, celebramos el acontecimiento que ocurrió el viernes
Santo en el Calvario, y que adelantó sacramentalmente el mismo Jesús
en la Últimas Cena: “Esto es mi
cuerpo que se entrega por vosotros… este es el cáliz de mi sangre
derramada por vosotros…”
Nos podemos preguntar:
¿Cuál es el motivo que lleva a Jesucristo a dar la vida? El amor.
No hay otra explicación. Amor y sólo amor.
Amor de Dios Padre:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó
a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna.”
Amor de Jesús mismo:
-“Habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Necesitamos avivar el
amor de Cristo. Vengamos a la eucaristía, bebamos en la fuente más
fecunda del verdadero amor. “Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”,
nos dice Jesús en su testamento. En la eucaristía Jesucristo da la
vida por nosotros. Si, tengámoslo muy en cuenta: En la eucaristía
Jesucristo deja patente un amor que se da, un amor que se entrega a
los demás.
Si nos dejamos
contagiar por el amor que comunica la eucaristía, nosotros debemos
vivir un amor que se entrega a los hermanos. Es san Juan, quien
ahora, en su primera Carta, nos dice: “En
esto hemos conocido el amor: en que él dio la vida por nosotros.
También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.
Bien claro lo vemos en
el “lavatorio de los pies”. Un gesto sorprendente y hasta
escandaloso. Lavar los pies empolvados y sudorosos del caminante o
del hermano que llega a tu mesa.
¡Qué lección de
humildad la de Jesús! Ni siquiera a los esclavos de la casa se les
encomendaba este servicio. Un servicio que si no se hace libremente y
por amor es extremadamente humillante, pero si se hace por verdadero
amor, deja patente la dignidad del obsequiado y enaltece la humildad
y la grandeza de alma de quien hace tal obsequio. Además obedece al
mejor sentimiento de nuestro corazón y nos hace felices.
Jesús quiere hoy lavar
nuestros pies, y nos repite: “Si yo,
el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros”.
Jesús
quiere hoy invitarnos a beber en la fuente del verdadero amor.
Oiremos, en el momento antes de
comulgar: “Este es el Cordero de
Dios. Dichosos los invitados a la Cena del Señor.