jueves, 18 de abril de 2019

JUEVES SANTO (C)


-Textos:

       -Ex 12, 1-8. 11-14
       -Sal 115, 12-13. 15-18
       -1 Co 11, 13-26
       -Jn 13, 1-15

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Hermanas y hermanos todos: Dios es amor, somos imagen de Dios, nuestra vocación más honda es el amor. Necesitamos amar y ser amados. Pero tantas veces no sabemos amar como conviene. Nada como la eucaristía, nada como esta celebración de Jueves Santo, puede templar nuestro corazón en el calor más saludable, en el amor de Cristo Jesús.

Pongamos mucha atención a estas palabras de san Pablo: “El Señor Jesús, en la noche en que iba ser entregado, tomo pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Y lo mimos hizo con el cáliz, después de cenar diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis en memoria mía”. Sí, las hemos oídos muchas veces, pero nunca agotaremos la capacidad de estas palabras, para despertar amor, amor verdadero, amor que hace felices y amor que salva.

La eucaristía, dice el Concilio Vaticano II, contiene en sí todo el bien espiritual que dispensa la Iglesia, es decir, Cristo, nuestra Pascua”. Cristo resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, Cristo nuestra esperanza, bajos las especies del pan y del vino, en cada eucaristía.

Queridos hermanos y hermanas, como nos cuenta san Pablo, de generación en generación y hasta esta tarde de dos mil diecinueve, cada domingo, en cada eucaristía, celebramos el acontecimiento que ocurrió el viernes Santo en el Calvario, y que adelantó sacramentalmente el mismo Jesús en la Últimas Cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… este es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros…”
Nos podemos preguntar: ¿Cuál es el motivo que lleva a Jesucristo a dar la vida? El amor. No hay otra explicación. Amor y sólo amor.

Amor de Dios Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”

Amor de Jesús mismo: -“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Necesitamos avivar el amor de Cristo. Vengamos a la eucaristía, bebamos en la fuente más fecunda del verdadero amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, nos dice Jesús en su testamento. En la eucaristía Jesucristo da la vida por nosotros. Si, tengámoslo muy en cuenta: En la eucaristía Jesucristo deja patente un amor que se da, un amor que se entrega a los demás.

Si nos dejamos contagiar por el amor que comunica la eucaristía, nosotros debemos vivir un amor que se entrega a los hermanos. Es san Juan, quien ahora, en su primera Carta, nos dice: “En esto hemos conocido el amor: en que él dio la vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.

Bien claro lo vemos en el “lavatorio de los pies”. Un gesto sorprendente y hasta escandaloso. Lavar los pies empolvados y sudorosos del caminante o del hermano que llega a tu mesa.

¡Qué lección de humildad la de Jesús! Ni siquiera a los esclavos de la casa se les encomendaba este servicio. Un servicio que si no se hace libremente y por amor es extremadamente humillante, pero si se hace por verdadero amor, deja patente la dignidad del obsequiado y enaltece la humildad y la grandeza de alma de quien hace tal obsequio. Además obedece al mejor sentimiento de nuestro corazón y nos hace felices.

Jesús quiere hoy lavar nuestros pies, y nos repite: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

Jesús quiere hoy invitarnos a beber en la fuente del verdadero amor. Oiremos, en el momento antes de comulgar: “Este es el Cordero de Dios. Dichosos los invitados a la Cena del Señor.