-Textos:
-Lc
24, 1-12
"No
está aquí. ¡Ha resucitado!”
¡Jesucristo
vive! Dos hombres con vestidos refulgentes, dos ángeles, se lo
anuncian a las mujeres fieles a Jesús, a nosotros nos lo comunica la
Iglesia, la celebración de esta noche luminosa nos hace presente el
anuncio y la verdad del acontecimiento. Cristo ha resucitado y vive y
vive para siempre; lleno de gloria, a la derecha del Padre, ha
vencido a la muerte y al pecado; en él resplandece la vida que le
pertenece, la vida eterna, la vida que ahora puede dar y quiere dar y
repartir a toda la humanidad, a la creación entera, la vida divina.
Noche
de luz, noche clara como el día; noche portadora de buenas noticias
que nos llenan de alegría a nosotros y al mundo entero.
En
esta noche queda manifiesta con verdad irrefutable, la fidelidad de
Dios Padre. Prometió una alianza con su pueblo y todos los hombres,
prometió reconducir y llevar a buen término el proyecto de la
creación desviado y pervertido por el pecado; prometió un Mesías,
que inaugurara un mundo nuevo, un cielo nuevo y una tierra nueva.
Esta noche todo queda cumplido. Dios, Padre es fiel. Aleluya.
Esta
noche luminosa confirma la fidelidad de Jesús, Hijo de Dios y
hermano nuestro: Prometió el Reino de Dios y el Reino de Dios ya ha
comenzado con su victoria sobre la muerte y el pecado; prometió el
Espíritu Santo y nos lo ha dado, Espíritu de la verdad para el
perdón de los pecados; prometió estar siempre con nosotros, y nos
dejó la eucaristía, y la comunidad de seguidores suyos y su
presencia en los pobres; prometió prepararnos un lugar en el cielo y
ha vuelto resucitado para llevarnos con él; prometió llevarnos al
Padre y nos da ser hijos de Dios Padre y hermanos de nuestro
prójimos.
Sí,
Jesucristo vivo y resucitado es fiel, cumple lo que promete, aún a
precio de tener que derramar su sangre y dar la vida. Es la buena
noticia, es la gran noticia. Merece la pena creer y fiarse del Señor
que ha vencido a la muerte y al pecado, y creer y tomar en serio la
promesa que queda por cumplir, que al atardecer de la vida vendrá
como Señor y juez para juzgarnos a todos en el amor.
La
resurrección de Cristo confirma la fidelidad de Dios Padre, de Dios
Hijo, Jesucristo, y también la fidelidad del Espíritu del Padre y
del Hijo. Nos había dicho Jesús: “El
que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a
él y haremos morada en él”. Promesa
definitiva, promesa total, que se cumple cuando recibimos el bautismo
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Sí,
nosotros somos sujetos y testigos privilegiados de la fidelidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hemos
recibido la plenitud de los dones que Jesucristo, el que vive, el que
resucitado, ha ganado para la humanidad entera. Y nosotros, los
bautizados, tenemos el don precioso e inmerecido, que se puede
recibir: La vida de Dios dentro de nosotros. Merced al triunfo de
Cristo resucitado, somos hijos de Dios, habitados por el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo.
Ahora,
cuando renovemos las promesas bautismales vamos a confesar nuestra
fe; una confianza en la fidelidad de Dios que es gratitud y que nos
impulsa a proclamar: Jesucristo no esta en la tumba, ha resucitado, y
el Señor ha hecho obras grandes en nosotros, por eso estamos
alegres.