-Textos:
-Hch 15, 1-2. 22-29
-Sal 66, 2-3.5-6.8
-Ap 21, 10-14. 22-23
-Jn 14, 23-29.
“La paz os dejo,
mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo”.
Queridas hermanas
benedictinas:
No sé si habéis
votado ya, si estáis pensando en ir a votar o si queréis votar o no
votar. De todas las maneras, no me cabe la menor duda de que lo que
más queréis es que, cuales quiera que sean los resultados, podamos
todos vivir en paz.
Nos sabe muy agradable
venir esta mañana a la eucaristía y escuchar estas palabras de
Jesús: -“La paz os dejo, mi paz os
doy. No os la doy yo como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón
ni se acobarde”.
Las palabras de Jesús
no se quedan solo en palabras bonitas, pero vacías. Son palabras
que, si la escuchamos y ponemos en práctica, nos traen la paz que
deseamos.
Jesús, en primer
lugar, apunta a la paz interior, a que nosotros vivamos en paz con
nosotros mismos, y nos dice: “El que
me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él,
y haremos morada en Él”.
Hemos recibido el
bautismo, somos hijos adoptivos de Dios, estamos habitados por el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si nosotros escuchamos la
palabra de Dios, si la meditamos, la asimilamos y la ponemos en
práctica, esta promesa de Jesús: “Mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”,
se hace experiencia real en nuestra vida. Interiormente vivimos una
paz que no nos la quita nadie ni ninguna circunstancia externa que
podamos vivir.
Es la experiencia de
vivir y respirar la fe a pleno pulmón: Soy hijo de Dios, Jesucristo
es el camino la verdad y la vida, sé lo que quiero y a dónde voy.
Sé a dónde acudir para tomar decisiones: a Jesucristo, a la fe de
la Iglesia. Me siento habitado por Dios. Esta experiencia llena de
paz y serenidad mi vida. El fruto de esta paz interior es la paz
exterior.
Vivir la fe a tope, el
sentirnos hijos de Dios y discípulos de Jesús nos convierte en
hombres de paz, y hombres hacedores de la paz. En medio de esta
sociedad, que aspira a vivir en paz, pero dolorosamente sufre por
tantas situaciones contrarias a la paz: injusticias, desigualdades,
violación de derechos, instigaciones al odio, explotación y
menosprecio de las personas…, nosotros, discípulos de Jesús,
podemos ofrecer, y estamos comprometidos a ofrecer, la paz que Él
nos trae y nos da: “La paz os dejo,
mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo”.
La paz de Jesús es la
paz fundada en el amor, y se empeña a trabajar por la justicia. “La
justicia y la paz se besan”, dice el
salmo que nuestras hermanas benedictinas canta tantas veces en el
coro. El papa, ya santo, Pablo VI, dejó una frase inolvidable: “Si
quieres la paz, lucha por la justicia”.
Sexto domingo de
pascua, como ciudadanos vivimos un domingo de elecciones. Los votos
arrojarán unos resultados. Ojalá sean los mejores para una
convivencia en paz y justicia.
Pero,
gracias a Dios, nosotros, hoy y cada vez que participamos en la
eucaristía, recibimos, por boca del sacerdote, momentos antes de
comulgar, una palabra que es don y gracia: “Que la paz del Señor,
esté con todos vosotros”.