-Textos:
-Prov 8, 22-31
-Sal 8, 4-9
-Rom 5, 1-5
-Jn 16, 12-15
“En virtud de la
fe estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
“Nos hiciste, Señor
para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Son palabras célebres de san Agustín.
En el fondo, fondo,
hermanos y hermanas: nuestras soledades secretamente sentidas,
nuestras esperanzas y desesperanzas cantadas o silenciadas apuntan a
Dios. Las prisas y los agobios de la vida a veces no nos permiten
llegar al fondo de nuestro corazón y preguntarnos qué nos pasa.
Pero nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios.
¿Qué podemos aprender
de Jesucristo sobre esta experiencia tan universal? Él es la
Sabiduría y “la luz del mundo, el camino y la verdad y
la vida”. Él nos sorprende diciendo: “Te
doy gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y se
las has revelado a los humildes”.
Es decir: Jesús
habla con Dios y lo trata como Padre, y además revela cosas
sorprendentes, dice: “Yo y el Padre somos una misma
cosa”. En el evangelio de hoy dice otra novedad:
“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará
hasta la verdad plena”. Es decir, Jesús habla también
del Espíritu Santo, que viene del cielo.
Hermanos y hermanas:
Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios. Y Jesús
nos dice que Dios es Padre, él se dice Hijo igual al Padre, uno con
el Padre, y él nos envía al Espíritu Santo, que viene de Dios y es
Dios como el Padre y el Hijo.
Y Jesucristo, jamás
dijo que hay tres dioses, siempre habló de Dios, como único Dios.
Más aún, siempre habló de su Padre Dios, como un Dios lleno de
amor y de misericordia: “Tanto amó Dios al mundo, que
envió a su propio Hijo, para que el mundo se salve por él. San
Juan, en su primera Carta, saca la conclusión definitiva:
“Dios es amor”.
Hermanos: Reconocer al
único Dios como Trinidad no es un galimatías, es descubrir que
Dios es amor y, que, porque nos ama, nos abre de par en par su
misterio íntimo y personal, para que le amemos.
Esto explica también
en parte la vocación y el secreto de los contemplativos y de las
contemplativas; el secreto de estas hermanas nuestras que nos abren
cada domingo su iglesia para que compartamos lo mejor que tenemos los
cristianos para compartir: la eucaristía.
Hoy domingo de la
Santísima Trinidad es también la “Jornada pro orantibus”. Una
Jornada para tomar conciencia que en el pueblo de Dios tenemos
hermanas y hermanos que se sienten llamados a vivir dedicados
principalmente a la oración. Impresionados por el misterio del Dios
Trinidad que revela Jesucristo. Atraídos y “tocados” porque Dios
sea una relación de amor infinito entre tres personas. Ellos y
ellas han escuchado la voz de su corazón inquieto y quieren ver el
rosto de Dios: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas
tu rostro”.
Y así nuestras
hermanas contemplativas se convierten en el corazón orante y
misionero de la Iglesia, como reza el lema de esta Jornada: “La
vida contemplativa, corazón orante y misionero”.
Las comunidades
monásticas y de clausura nos hacen un gran favor a la Iglesia y al
mundo; su vocación y su forma de vida sacan a luz y ponen en valor
esa voz del corazón que muchos tenemos olvidada y dormida, y que es
la verdad más esencial de nuestra vida: “Nuestro corazón está
inquieto y suspira por Dios”.
Y
nos invitan a dar sentido a toda nuestra vida desde esa dedicatoria
que culmina la plegaria eucarística de todas las misas: “Por
Cristo, con él y en él a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad
del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”.