-Textos:
-Dt 30, 10-14
-Sal 68, 14 y
17. 30-31. 33-34. 36ab y 37
-Co 1, 15-20
-Lc 10, 25-37
“Anda y haz tú lo
mismo”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy, domingo, coincide
con el último día de los “sanfermines”. Algunos, amantes de la
fiesta, apurarán las horas hasta las doce de la noche para entonar
el “Pobre de mí”.
Nosotros, aquí,
venimos a celebrar el domingo, queremos escuchar la palabra de Dios y
salir con fuerza espiritual y alegría a recorrer el camino del
verano.
“Anda y haz tú lo
mismo”. La parábola del “Buen
samaritano” es sumamente aleccionadora, clara e incisiva. No
querría desvirtuarla con mi comentario.
Pero voy a empezar por
la primera parte del evangelio: “Maestro,
¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna”.
Hermanos, ¿pensamos en
la vida eterna? La vida eterna es la meta del camino y de la carrera
que estamos recorriendo en esta vida. Es el regalo de Dios más
precioso. Es vivir la comunión de vida y de amor con Dios y con
todos los santos, es la felicidad plena, a la que aspira el deseo más
profundo de nuestro corazón.
Nuestra meta es la vida
eterna. Esta esperanza llena de alegría nuestras alegrías y nos da
fuerza para soportar nuestras penas y sufrimientos.
“Qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna”- Jesús respondió: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda tu alma y con
toda tu fuerza y con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo”.
Esta es la respuesta de
Jesús para el camino de la vida, para el camino de la vida eterna,
para el camino en el que estamos todos matriculados, camino que nos
lleva al éxito seguro y feliz. El camino ancho de una libertad
entendida como hacer lo que a mí me sale, de comprometerme y
descomprometerme cuando a mí me parece, sin atarme ni a Dios ni a
los derechos de los demás, no es camino de vida ni de felicidad, y
mucho menos, camino de vida eterna.
“¿Y quién es mi
prójimo?”. Mi prójimo es mi
hermano necesitado, mi hermana necesitada, que aparece
inesperadamente en mi vida. No tiene por qué ser pariente, ni tener
mi fe ni mi color; basta que sea persona, persona humana, criatura
de Dios. Está necesitado, me lo he encontrado en mi camino: ese es
mi prójimo.
Pero antes de terminar,
dejemos que Jesús de vuelta a la cuestión y nos pregunte: “¿Cuál
de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos
de los bandidos?” Nosotros respondemos
sin dudar: -“El que practicó
misericordia con él”.
Efectivamente, prójimo
es el necesitado, pero prójimos tenemos que hacernos nosotros, todos
y cada uno, acercarnos nosotros a la persona necesitada, sea quien
sea; acercarnos a ella y actuar con misericordia y amor real y
efectivo. Como lo hacía Jesús. Y lo sigue haciendo.