-Textos:
-Sb
18, 6-9
-Sal
32,1 y 12. 18-20 y 22
-Heb
11, 1-2. 8-19
-Lc
12, 32-48
“No
temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre (Dios) ha tenido a bien
daros el reino”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hemos de
agradecer a Dios que en medio del verano nos dedique unas palabras
tan cariñosas y tan reconfortantes: -“No
temas, pequeño rebaño”, nos dice.
El Reino
de Dios es el proyecto de Dios para salvar el mundo. Y nos lo ha
regalado a nosotros, al pequeño rebaño, a los seguidores de Jesús,
a la Iglesia; a nosotros que hemos recibido la gracia de la fe y el
bautismo.
El Reino
de Dios, dicho en pocas palabras, es el amor de Dios esparcido a
raudales sobre el mundo, el Reino de Dios es Jesucristo mismo y el
proyecto de vida que ha propuesto a los hombres en su evangelio.
El Reino
de Dios es, queridos hermanos, un don y es una responsabilidad.
Es un
don: Jesucristo nos dijo que es una perla tan preciosa que merece la
pena venderlo todo para adquirirla. Por eso nos ha dicho hoy en este
mismo evangelio: Vended vuestros bienes
y dad limosna, haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro
inagotable en el cielo, a donde no se acercan los ladrones ni la
polilla”.
La verdad
es que Jesús no anda en chiquitas, ojalá que no nos asusten estas
palabras. En el fondo nos está diciendo: Confiad en Dios, no gastéis
la vida en adquirir cosas y bienes caducos que se corrompen y que
al final los tenemos que dejar. Creed en el Reino, en la oferta de
amor que Dios os hace, seguidme a mí y aceptad como proyecto de vida
mi evangelio. -“No temas, pequeño
rebaño, porque vuestro Padre (Dios) ha tenido a bien daros el
reino”.
El Reino
de Dios es un don divino, pero es también una responsabilidad.
“Quien es el administrador fiel y
prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para
que reparta la ración de alimentos a su hora?”.
A este
pequeño rebaño, como cariñosamente nos ha llamado Jesús, Jesús
le encomienda la importante misión de anunciarlo a todos los
hombres. Imaginad el mundo, como una gran sala a la que acuden como
comensales todos los hombres y mujeres que han nacido y nacerán a
través de los tiempos. Nosotros, el pequeño rebaño de Jesús, la
Iglesia, tenemos la responsabilidad de servir al mundo el mejor
plato: ponerles sobre la mesa el Reino de Dios, el alimento que no
perece, el tesoro inagotable del cielo.
Entonces,
¿qué tenemos que hacer?
La
respuesta de Jesús es: Estar atentos, vigilar. Porque el Señor
Jesús, que vino y dio la vida por el Reino que anunció, va a
volver para juzgar y ver si hemos dado un testimonio gozoso del
Reino que nos regaló, y si hemos cumplido la misión de anunciarlo a
todos los hombres.
Hermanos,
nosotros, la Iglesia, que somos administradores y servidores del
banquete del Reino, somos también comensales de ese banquete. Por
eso, nos acercamos a la eucaristía.