-Textos:
-Jer 38,
4-6. 8-10
-Sal 39,
2-4.18
-Heb 12,
1-4
-Lc 12,
49-53
“He
venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté
ardiendo!
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
San Lucas
en el pasaje evangélico que hemos leído nos presenta una faceta de
Jesús, sorprendente pero a la vez admirable. Jesús dice: “He
venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté
ardiendo!
Jesús es
de verdad una persona apasionada locamente por Dios y por cumplir la
voluntad de Dios: que se resume en amarle a él por encima de todo y
al prójimo como a nosotros mismos, y como él nos ama.
Todos
sabemos también cómo Jesús, a su vez, ha dado lugar a cristianos
apasionados locamente por Él: S. Pablo, San Francisco de Asís, San
Francisco de Javier, Santa Teresa de Calcuta, a tantos y tantos
seguidores de Jesús, que han roto con su entorno social y familiar,
han sacudido la conciencia dormida de la sociedad, y han anunciado
el amor a Dios y al prójimo por todo el mundo.
Y
nosotros, ¿Qué hacemos? El evangelio de hoy es hoy para nosotros:
“He venido a traer fuego a la
tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!
¿Sentimos
la fe como llama que nos quema por dentro y nos impulsa a incendiar
la sociedad actual con el fuego del evangelio?
Os aporto
un pensamiento del papa Francisco hablando a los jóvenes: “El
gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo
y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la
conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los
propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran
los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente.
¿Es
esta la epidemia que padece el mundo occidental cristiano?
El
papa Francisco viene a decir que el consumismo enfría el entusiasmo
y la alegría de la fe, apaga el fuego apostólico y debilita la
valentía para anunciar el evangelio.
Vosotras,
queridas hermanas benedictinas, tenéis la gracia y la suerte de
contar con la Regla de san Benito. Os basta seguirla con fidelidad.
Pero, ¿nosotros?
La
fiebre consumista, la pasión por el dinero y el nivel social alto,
las ideas y valores contrarios al evangelio y a las enseñanzas de la
Iglesia, impregnan el ambiente que respiramos… ¿Cómo mantener en
el corazón el fuego de la fe y el entusiasmo por transmitirla y
comunicarla?
Me
permito releeros lo que dice la carta a los Hebreos de la segunda
lectura: “Recordad
(a Jesús) al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os
canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la
sangre en vuestra pelea contra el pecado”.
Pero
sí hemos llegado, gracias a Dios, a poder participar del Cuerpo y de
la Sangre del Señor en la eucaristía. Es la eucaristía el hogar
que alimenta el fuego y la llama de la fe.