-Textos:
-Ap 11,
19ª; 12, 1.3-6ª. 10ab
-Sal
44, 10-12ab. 16
-1Co
15, 20-27a
-Lc
1, 39-56
“Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy, y de
muy buena gana, nos apropiamos de la canción de nuestra madre del
cielo María, y cantamos y damos gracias precisamente por ella, por
la fiesta que la Iglesia y desde los primeros siglos viene celebrando
en Oriente y en Occidente, en la iglesia católica y en la ortodoxa,
la fiesta de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.
Es la
fiesta que pone en evidencia la plenitud de gracia, de felicidad y de
gloria que gozó nuestra madre del cielo y madre de Dios. Ella, llena
de gracia, inmaculada y pura en su alma no podía experimentar
corrupción alguna en su cuerpo. Así lo reconoce su Padre Dios y por
los méritos de su Hijo Jesucristo, la eleva en cuerpo y alma a los
cielos en el momento mismo de su muerte.
El
misterio de la Asunción de María a los cielos es un triunfo de
Jesucristo. “Cristo resucitó de
entre los muertos, el primero de todos”,
nos ha dicho san Pablo. Y después de Cristo, es María, la primera
que en cuerpo y alma sube a los cielos, demostrando así la fuerza y
la eficacia de la obra de Cristo en favor de todos los hombres. Los
efectos y beneficiosos resultados que la muerte y resurrección de
Cristo han tenido en María, pueden tener lugar en nosotros y en
todos los hombres. Dios quiere y Dios tiene previsto hacer con todos
nosotros lo que ya ha hecho con su Madre y Madre nuestra María.
Por todo
esto, la fiesta de la Asunción de María a los cielos, es una fiesta
que nos llena a todos de esperanza.
La Virgen
de la Asunción es la Virgen de la esperanza. María es profecía de
nuestra resurrección. Ella es anuncio y anticipo del pueblo de Dios
que llegará a la plenitud de la gloria futura.
¡Qué
alentadora la primera lectura que hemos leído del Apocalipsis!
Parece difícil de entender, pero es un retrato de la vida de la
Iglesia, en este valle de lágrimas, que vivimos todos los creyentes.
En medio del mundo actual el dragón, el demonio, sembrando el mal,
atacando con toda su fuerza a la Iglesia y tratando de que el Hijo de
Dios desaparezca del mundo. Pero Dios protege a la Iglesia que vive
como en un desierto.
Al final,
la Iglesia puede cantar un canto precioso y solemne de victoria:
“Ahora se estableció la salud y el
poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo”.
Y María, madre e hija de la Iglesia,
es la primera beneficiaria del triunfo de Cristo y del Reinado de
Dios.
No
tengamos miedo, el mundo sufre, los cristianos sufrimos también en
un mundo paganizado… No tengamos miedo, creamos en Cristo, pongamos
los ojos del corazón en María, ascendida a los cielos, “vestida
de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas”,
y que se empape nuestra alma de esperanza y de ganas de vivir y
luchar llenos de esperanza, por un mundo mejor.
Con toda
la Iglesia, con los cristianos de Oriente y Occidente, católicos y
ortodoxos, y también con los muchos pueblos de España y de Navarra
que celebran sus fiestas patronales, celebremos la fiesta.
El canto
que nos enseñó a cantar la Virgen: “Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador” sea la melodía que de
temple y tono a toda nuestra eucaristía.