-Textos:
-Eclo 3,
17-18. 20. 28-29
-Sal 67,
4-5ac. 6-7ab. 10-11
-Heb 12,
1-19. 22-24ª
-Lc 14,
1. 7-14
“Hijo,
actúa con humildad en tus quehaceres”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La
palabra de Dios hoy nos invita a ser humildes. Muchos de los que no
están muy familiarizados con el evangelio de Jesús piensan que la
humildad es cosa de personas apocadas que no tienen el coraje de
luchar ni de hacer algo grande en la vida.
Sin
embargo, alguien que ha hecho tanto bien y es tan reconocida
universalmente, como santa Teresa dice que la humildad es la verdad.
Un maestro de la vida espiritual de nuestros días suele decir:
“¿Para crecer en el camino de la fe, ¿que hace falta? – Ser
humilde; y cuando lleguemos a la cumbre de la santidad y nos veamos
junto a Dios, ¿qué seremos?: -Humildes”.
Ser
humilde es ser cabalmente hombre, mujer. La persona humilde es libre,
es alegre y es agradecida con Dios y colaboradora con los hombres.
Porque se acepta como es, ni más ni menos, y así está en
disposición de aceptar a los demás como son, ni más ni menos. Es
decir respetarlos, amarlos y colaborar con ellos, para hacer un
mundo mejor, conforme a la voluntad de Dios.
Pero son
muchos, muchísimos que no piensan así. Piensan que la felicidad
está en tener dinero, no importa cómo, en provocar la admiración y
la envidia de todos aun viviendo más de la imagen falsa, que de lo
que es en verdad, en poder decir que es amigo de fulano, persona
importante y famosa...
Como
Jesucristo hoy nos habla desde un banquete, sin duda muchos tenemos
conocimiento de gente que llegan a pedir préstamos para pagar la
boda de su hijo o de su hija con tal de que sea tan ostentosa y el
banquete tan sobreabundante y sofisticado como lo fue el de la casa
vecina o del el pariente rico.
Dios
Padre, no piensa así, nos dice en la primera lectura: “Cuanto más
grande seas, más debes humillarte”. Jesucristo, Hijo de Dios,
tampoco piensa así, más bien piensa todo lo contrario: “Notando
que los convidados escogían los primeros puestos... acabó
diciendo, Todo el que se enaltece será
humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
¿Cómo
alcanzar la humildad, la verdadera humildad, la que nos hace libres,
alegres, agradecidos con Dios y colaboradores con los hombres?
Os
propongo tres consignas: Primero, reconocer que soy criatura de
Dios, segundo, que soy débil y pecador, y tercero, poner los ojos
en Jesucristo, en sus enseñanzas y en su ejemplo.
Amplío
un poco esta última: El concilio Vaticano segundo, en una frase de
enorme calado moral y religioso dijo: “Jesucristo, el nuevo Adán,
revela el hombre al propio hombre”. Es decir: ¿Cómo llegar a ser
una persona lograda? Es decir, cómo conseguir el fin último de mi
vida, mi vocación, el éxito, la felicidad? ¿Cómo realizarme
plenamente? – Mira a Jesucristo, trata de ser como él; Jesucristo
revela quién es el hombre logrado y perfectamente realizado.
Pues
bien, Jesucristo nos dice: “El hijo
del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”; “Si yo, el
maestro os he lavado los pies, también vosotros os debéis lavar los
pies unos a otros”. Y hoy nos dice:
“Cuando des un banquete, invita a
pobres, lisiados, cojos y ciegos: y serás bienaventurado”.
Fijémonos bien: haz esto,
“y serás bienaventurado”.
Y
para rubricar estas enseñanzas, hermanos, Jesucristo se hizo humilde
hasta la muerte, y humilde hasta hacerse alimento para nosotros,
eucaristía, bajo las especies humildes del pan y del vino.