-Textos:
-Sab
9, 13-18
-Sal
89, 3-6. 12-14.17
-Fil
9b-10. 12-17
-Lc
14, 25-33
Quien
no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo
mío”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesús
camina hacia Jerusalén; sabe que allí lo van a condenar y acabarán
crucificándolo. En este camino hacia Jerusalén y hacia el calvario
le siguen sus discípulos más incondicionales. Son discípulos
entusiasmados con la persona y las enseñanzas de Jesús. Aman de
verdad a Jesús. Para ellos Jesús es el tesoro escondido y
descubierto por el que merece la pena dejarlo todo.
Jesús
lo sabe, y quiere precaverlos sobre las consecuencias que
puede acarrearles el seguimiento. Y les dice con toda crudeza y
claridad: “Si
alguno viene en pos de mí y no pospone a su padre, a su madre, a su
mujer, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, incluso a sí
mismo, no puede ser discípulos mío”.
¿Cómo entender estas palabras?
En
primer lugar, tenemos que entender bien lo que nos está diciendo
Jesús: Él no quiere que odiemos al padre ni a la madre ni a la
familia, no quiere que todos renunciemos a todos los bienes y
riquezas y nos quedemos en la pobreza y en la indigencia total.
En
el fondo, lo que Jesús nos dice con ese lenguaje tan radical y tan
provocativo es que pongamos a Dios el primero y por encima de todas
las cosas, por encima incluso de bienes y valores como la familia u
otros bienes temporales necesarios para vivir.
Si
la familia nos lleva a Dios y nos enseña y ayuda a amar al prójimo,
Dios nos dice que sí, que amemos a la familia y construyamos
familias que nos eduquen en los valores humanos y cristianos. Pero
si se diera el caso, de que la familia entorpece e incluso nos impide
cumplir la voluntad de Dios, entonces desoigamos a la familia y
sigamos a Jesús y a cuanto nos enseña en su evangelio.
Tenemos
experiencia: Cumplir enteramente los mandamientos de la ley de Dios,
seguir a Jesucristo y cumplir lo que él nos dice sobre el perdón,
sobre el uso del dinero y de las riquezas, sobre dar la vida por los
hermanos, sobre amar al prójimo…, en una palabra, ser cristianos
de verdad en medio de este mundo es, en muchos casos, nadar contra
corriente, es difícil, es duro y cuesta cruz y sacrificios.
Y
entonces, ¿por qué seguir a Jesús?
Conviene
que nos hagamos esta pregunta. ¿Es que seguir a Jesús es para mí
sólo una cruz? ¿O es que Jesús para mi es aquel que me ha ganado
el corazón y lo ha iluminado, y así Jesús es aquel que da sentido
a mis cruces, y me da fuerza para en las penas y en las alegría, en
la salud y en la enfermedad, llevar adelante una vida impulsada desde
el amor? Desde Jesús sé y puedo amar a mi familia como se merece, y
se desprenderme de ella, para seguir mi vocación y mi destino.
En
definitiva, hemos descubierto que él es la perla y el tesoro por los
que merece la pena venderlo todo y sufrirlo todo.
Hacemos
nuestra las palabras de Pedro: “A
donde quién vamos a ir, solo tú, Señor, tienes palabras de vida
eterna”.