-Textos:
-Eclo
35, 12-14. 16-19a
-Sal
33, 2-3. 17-19.23
-2
Tim 4, 6-8. 16-18
-Lc
18, 9-14
“Porque
el que se ensalce será humillado y el que se humilla será
ensalzado”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
La humildad es la base la santidad, el humus, la
buena tierra donde crecen la fe, la esperanza, la caridad y todas las
virtudes. La humildad es la mejor disposición para acoger y recibir
la gracia, alcanzar una amistad verdadera y provechosa con Dios, y
también con los hombres.
¿Cómo ser humildes? ¿Cómo alcanzar esta virtud
tan fundamental?
San
Pablo nos dice: “Tened
entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios… y se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte y
una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó…”
La humildad, hermanas y hermanos, es un don de Dios
y se adquiere, sobre todo, mirando a Jesucristo, escuchando sus
enseñanzas, dejándonos ganar por su ejemplo y cultivando su
amistad.
La parábola que nos ha contado hoy en el evangelio
de este domingo no puede ser más ilustrativa: Al fariseo lo vemos
orgulloso de sus obras, seguro de su buena conducta, se cree bueno y
de ahí le nace el menospreciar a los demás, a los pobres.
Jesús
dice que Dios no da la gracia del perdón a esta persona; y no es
que Dios no quiera, sino que el orgullo y autosuficiencia cierra el
corazón del fariseo y le impide reconocer quién es Dios y cómo es
Dios, y por lo tanto le impide recibir su gracia.
En
agudo contraste vemos al publicano, en el último rincón, humilde,
temeroso; no lo dice, pero demuestra que cree en un Dios, que se
alegra por haber encontrado una oveja perdida más que por las
noventa y nueve que están bien guardadas en el redil, un Dios capaz
de perdonar a los pecadores, un Dios que atiende a los arrinconados
y mal-vistos por los hombres, y se dirige a él con una oración
impresionantemente sincera, humilde y salvadora: “Oh
Dios, ten compasión de este pecador “
Este, dice el Señor salió justificado, el otro no. Y la primera
lectura refuerza la sentencia de Jesús al afirmar: “El
Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas…,
sino que escucha la oración del oprimido”.
Y
antes de terminar una aplicación más y muy útil: La primera y más
necesaria condición para saber orar es ser humildes. Nos ha dicho el
libro del Eclesiástico: “La
oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que
alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo la atiende…”.
Vengamos al altar y unámonos a
las palabras de la plegaria eucarística: “Dirige
tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la
Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad”