-Textos:
-Sb
11, 22-12, 2
-Sal
144, 1b-2. 8-11. 13c-14
-Tes 1,
11-2,2
-Lc 19,
1-10
“Zaqueo,
date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En el
evangelio de hoy nos llama la atención espontáneamente Zaqueo.
Zaqueo era ciertamente un hombre poco recomendable: él mismo
confiesa haber cometido sustracciones indebidas para su bolsillo de
los impuestos que cobraba. Pero Zaqueo, jefe de publicanos y rico,
tenía mucho interés por ver a Jesús. Como era bajito, se sube a la
higuera.
Es
importante este detalle, las riquezas y el buen cargo no ahogan una
gran inquietud. No sabemos por qué le pasa esto a Zaqueo: ¿es
simple curiosidad? ¿Siente remordimientos de conciencia? ¿Por qué no
pensamos que Zaqueo y nosotros y todo ser humano tenemos en el fondo
del alma un deseo de inocencia, de perdón, de salvación y, en el
fondo, de Dios?
Y Jesús
lo sabe, y levanta los ojos y mira a Zaqueo. Jesús se fija en él,
lo ve en la higuera, pero su mirada penetra hasta el fondo del
corazón de Zaqueo. Por eso le dice algo que nos parece atrevido,
provocativo, se invita él mismo a entrar en casa de Zaqueo. Zaqueo
baja enseguida muy contento y le abre la puertas de su casa.
Jesús,
en esta ocasión, deja de lado a los que lo siguen y lo observan, y
va al encuentro de un pecador. Y lo hace de tal manera que el
pecador, Zaqueo, encuentra la salvación.
El
encuentro personal con Jesús, la presencia de Jesús en su casa es
gracia de Dios, gracia y fuerza de Dios. Con Jesús ha entrado en su
casa y en su corazón el Reino de Dios. El reino de la verdad y de la
vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la
justicia, el amor y la paz”.
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos:
Nuestra
situación, y probablemente tampoco nuestra conciencia, son las de
Zaqueo. Pero, ¿dejamos que aflore en nuestra conciencia la palabra
más verdadera que resuena en nuestro corazón? Porque, ya sabemos,
“nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios”.
Sin duda no somos pecadores del mismo modo que era Zaqueo. Pero
quizás estamos instalados en un modo de vida demasiado cómodo, y
un modo de practicar la fe sin inquietud alguna; nos creemos buenos,
y no sentimos necesidad de esforzarnos por conocer a Jesús.
Y
entonces, nos perdemos la llamada provocativa de Jesús: “Baja
enseguida, date
prisa, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
Sí,
Jesús, nos hace esta petición, esta mañana, en esta eucaristía.
Jesús quiere ser nuestro huésped. Y ante esta petición, nosotros
respondemos:”Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”.
Recibir a Jesús como huésped tiene como consecuencia sacudir de
nuestro corazón cualquier ídolo, el dinero, la comodidad, los malos
quereres, incompatibles con la presencia de Dios, en nuestra
conciencia y en nuestra vida.