-Textos:
-2Mac
7, 1-2. 9-14
-Sal
16, 1bcde, 5-6. 8.15
-2Tes
2, 16-3.5
-Lc
20, 27-38
“Se
acercaron alguno saduceos, los que dicen que no hay resurrección”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Después
de esta vida terrena hay otra vida. Esta otra vida no es solo vida
para siempre. No es lo mismo vida para siempre que vida eterna. Dios
tiene dispuesto para todos los hombres que la vida después de la
muerte sea vida eterna, es decir vida divina, vida que es la misma
vida de amor infinito y de felicidad infinita que tiene Dios.
Hoy
en día son muchos los que se muestran escépticos respecto a si hay
vida o no hay vida después de la muerte. Las razones y los motivos
para este escepticismo son muchos y muy variados. El más común o el
que se suele formular abiertamente es que “no sabemos”, “nadie
ha vuelto de allí”, “mejor es no darle vueltas”.
Sin
embargo, el concilio Vaticano segundo dice en la Gaudium et Spes:
“Ante la actual evolución del mundo, cada vez son más numerosos
los que plantean o advierten con agudeza nueva las cuestiones
totalmente fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido
del dolor, de mal, de la muerte…? ¿Qué seguirá después de esta
vida terrena?” Y sigue: “La Iglesia cree que Cristo, muerto y
resucitado, da al hombre luz y fuerza por su Espíritu, para que
pueda responder a su máxima vocación” (GS, 10).
Estos
interrogantes son inevitables para todo ser humano. No hay por qué
acallarlos. Es mejor afrontarlos con serenidad y escuchar a Jesús:
Él, Jesucristo, en el evangelio, a propósito de una objeción que
le ponen los que no creen en la resurrección, responde diciendo:
“Los que
sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro… ya no
pueden morir, ya que son como ángeles, y son hijos de Dios, porque
son hijos de la resurrección…
Y termina: “Dios
no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están
vivos”.
La
fe en la resurrección, reafirma el Catecismo, descansa en la fe en
Dios, que “no es un Dios de muertos sino de vivos”. Y Dios ha
amado tanto al mundo que envió a su propio Hijo, para
que todos los que creen en él tengan vida y vida eterna” (Jn 3,
16).
Y
Jesucristo que murió, que dio la vida por nosotros, que resucitó y
venció a los dos enemigos más poderosos del hombre, el pecado y a
la muerte, nos ha dicho:
“Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya
muerto vivirá, y todo el que cree en mí no morirá para siempre”.
Nosotros
creemos en la vida eterna y esperamos alcanzarla y vivirla
plenamente. Nuestra fe en la vida eterna y en la resurrección se
asienta, más que en la razón, en el amor infinito de Dios y de
Jesucristo.
Sí,
Jesucristo, por el Espíritu Santo, nos ha dado ya esa vida divina de
manera incipiente en este mundo por el bautismo. Somos hijos de Dios,
en nosotros bulle la vida de Cristo resucitado. Por eso, los
creyentes vivimos en este mundo la esperanza firme de alcanzar,
después de la muerte, esa misma vida eterna, pero en plenitud y para
siempre.