-Textos:
-Ap 7,
2-4. 9-14
-Sal 23,
1b-4b. 5-6
-1 Jn 3,
1-3
-Mt 1,
1-11
“Después
de esto vi una muchedumbre inmensa…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La fiesta
solemne y alegre que celebramos hoy es fiesta en el cielo. Conviene
releer el texto del Apocalipsis y percibir una imagen que, en alguna
manera, podemos entender y nos acerca a algún aspecto de lo qué es
el cielo: Ángeles y Santos, muchedumbre innumerable, todos en torno
al trono de Dios cantando cantos de alegría, gozo y reconocimiento
de la majestad y el amor de Dios.
Es también
nuestra alegría; miles y miles y millones de fieles cristianos, unos
reconocidos y venerados en los altares, otros desconocidos, pero
felices de Dios. Creyeron en Jesucristo, cumplieron con amor la
voluntad de Dios. Algunos dejaron estela de evangelio, de buenas
obras en la tierra, otros no dejaron sus obras, sino su amor a Dios y
a los hombres. Entre ellos están muy probablemente antepasados
nuestros. Esto nos llena de esperanza y de alegría. Y también de
gratitud a Dios por ellos y a ellos, por lo que nos han dejado de
Dios y del Evangelio.
Hoy es la
fiesta del triunfo de Jesucristo. Murió como un malhechor, pero
resucito para gloria del Padre y beneficio de todos los hombres.
Mártires, santos y santas, cristianos seguidores de Jesús que
experimentaron la felicidad que da amar a Dios sobre toda las cosas y
al prójimos como Jesucristo nos ama. Experimentaron la felicidad y
el dolor, sí, pero infinitamente más grande y plena la felicidad
que gozan eternamente, que el dolor que ya terminó y quedó
enterrado en este mundo.
Hoy es día
de celebrar nuestra suerte, la de los creyentes que vivimos en este
mundo, y a quienes nos ha tocado la herencia de ser hijos de Dios, en
el Hijo Jesucristo, triunfador del pecado, de la muerte y primicia de
todos los que le han seguido y hoy gozan con él en la Presencia de
Dios, en el cielo. Como personas somos criaturas amadas de Dios,
seres para la eternidad; como bautizados corre por nuestras venas la
vida de Cristo, destinados a la comunión de vida divina en Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, vida que es amor y amor que es
divino. Nuestro destino es el cielo.
¿Qué
tenemos que hacer? En la fiesta de hoy, la liturgia nos propone un
camino, y si queréis mejor, un programa de vida, un proyecto, que
tiene dos páginas: en la primera página están los mandamientos de
la ley de Dios, que se resumen en amar a Dios sobre todas las cosas,
y al prójimo como a nosotros mismos; en la segunda están las
bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña, que se resumen en
obedecer a Dios y amar al prójimo, como Jesús obedeció a su Padre,
y nos amó a nosotros.
Recordemos:
somos familia de Dios y familia de santos y de mártires.
Ahora en
torno al altar nos estamos solamente quienes nos encontramos reunidos
en asamblea festiva, están con nosotros los ángeles, los santos,
también los hermanos que se disponen para poder disfrutar sin sombra
ninguna de Dios en el purgatorio. Y nosotros, por Cristo, con él y
en él, en la unidad del Espíritu Santo, dedicamos al Padre todo
honor y toda gloria.