-Textos:
-Eclo
3, 2-6.12-14
-Sal
127, 1b-5
-Col
3, 12-21
-Mt
2, 13-15.19-23
“Levántate,
coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo
de la Sagrada Familia dentro de la octava de la Navidad. Hoy tenemos
la oportunidad de contemplar el misterio de la Navidad en su
manifestación más plena. La liturgia nos invita no sólo a
contemplar al Niño Dios, sino a la familia entera donde nació
nuestro Salvador.
Las
lecturas nos ofrecen dos mensajes valiosos y complementarios: El
evangelio nos invita a contemplar a la Sagrada Familia. Hoy no
deberíamos fijarnos solamente en el Niño Dios en el portal, sino en
los tres miembros de la familia situados ya en su casa de Nazaret.
Lo
más patente a nuestros ojos es que Dios, el Hijo de Dios, Jesucristo
ocupa el centro de la familia. Es muy fácil imaginar que José y
María hacen todo lo que hacen para dar lugar a que Jesús crezca en
edad, en sabiduría y en gracia ante los hombres y ante Dios.
Es
la primera enseñanza que nos interpela y nos expone a un examen de
conciencia: ¿Qué ambiente flota en nuestra familia? Los criterios
que damos los padres, los temas que se exponen en conversación…,
están a tono con la fe cristiana o son criterios más conformes a
una sociedad de consumo, que sólo pretende el éxito y el confort,
la vida cómoda y egoísta?
La
bendición de la mesa, el crucifijo o la imagen de María en la
cabecera, deben ser signo de la fe en Dios y en Jesucristo que
impregna toda la vida familiar.
Si
tenemos en cuenta la preciosa exposición de san Pablo en la Carta a
los Colosenses, aprendemos que si el centro de atención en Nazaret
es Jesucristo, el clima y el espíritu que se respira en ese hogar es
el amor. No un amor cualquiera, sino un amor como el que ha
predicado y practicado Jesús en su vida pública y que sin duda vio
y experimentó en sus largos años de Nazaret junto a José y María:
“Revestíos
de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia..
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad
perfecta… Sed también agradecidos”.
Este
amor ideal,
cuyo
programa muchos matrimonios han querido que se proclame en su boda,
es posible, está a nuestro alcance, no debemos renunciar a llegar a
vivirlo en nuestras familias.
Esa
posibilidad nos la dio Jesucristo al encarnarse en una familia, y la
alcanzamos mediante la fe.
Pero
es cierto y no podemos olvidar que este amor tan admirable tiene
también aplicaciones sociales comprometidas y muy exigentes.
Volvamos
a la escena final del evangelio de hoy: La sagrada familia tuvo que
refugiarse y emigró a Egipto, y después, a la vuelta, tuvo que
andar de un sitio para otro buscando el mejor modo de poder vivir y
trabajar.
El
Hijo de Dios se ha encarnado en la experiencia de emigrante y
refugiado para redimir esas experiencias tan dolorosas. A los ojos
de Dios los refugiados y emigrantes merecen redención. Por eso,
nosotros desde la fe, tenemos que decir que es posible solucionar
esos problemas y evitar la tragedia humana que encierran. Porque
Jesucristo ya ha aportado toda la gracia y el favor de Dios para que
sean redimidas. Es ahora un reto para los cristianos y para todos los
hombres de buena voluntad aplicarse con sinceridad a solucionarlos.
Ya
veis, queridas hermanas y hermanos, todos: La fiesta de la Sagrada
Familia nos sitúa con realismo en lo que el misterio de la Navidad
implica como gracia y estímulo para vivir en nuestra familia y a lo
que nos compromete para contribuir a una sociedad más humana y a un
mundo mejor.