-Textos:
-Is
2, 1-5
-Sal
121, 1b-2. 4-9
-Ro
13, 11-14ª
-Mt
24, 37-44
“Comportaos
reconociendo el momento en que vivís…, porque ahora la salvación
está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy
comenzamos el tiempo de adviento; tiempo de preparación para la
Navidad. Es un tiempo de gracia. Un tiempo en el que Dios tiene la
voluntad de dispensar su gracia y su favor sobre nosotros en una
medida mucho más abundante que en el tiempo normal u ordinario. En
este tiempo nosotros tenemos la oportunidad de fortalecer nuestra
identidad cristiana para dar, en la sociedad de hoy, testimonio de
amor a Dios y al prójimo, sobre todo al pobre y al necesitado, como
lo hizo Jesucristo. Entonces,
¿qué tenemos que hacer?
El
adviento, antes que a hacer cosas, nos invita a entrar dentro de
nosotros mismos y descubrir el deseo más profundo que bulle en
nuestro interior. Pensemos un poco: ¿Qué es lo que de verdad
añoramos, aquello que obtenido, nos aquietaría del todo, y nos
haría felices? ¿Qué es? ¿Lo sabemos?
Deseamos
una jubilación asegurada, deseamos una vida de familia en armonía,
deseamos que nuestros hijos hereden la fe y los valores en los que
nosotros creemos. Vemos también que la gente desea le caiga la
lotería, consumir y gastar en el “viernes negro”, tener dinero,
tener buena imagen, tener salud… son deseos ciertamente, pero el
conseguirlos ¿nos aquietan el corazón, nos dejan plenamente
satisfechos?
El
deseo verdadero y genuino del corazón humano, de todo corazón
humano, es el deseo de Dios. Hemos oído muchas veces la frase
célebre de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Vosotras, queridas hermanas, lo sabéis muy bien. Ese deseo explica vuestra
vocación. Nuestro papa Francisco nos ha dicho claramente: “La
búsqueda del rostro de Dios atraviesa la historia de la humanidad…
El hombre y la mujer, en efecto, tienen una dimensión religiosa
indeleble que orienta su corazón hacia la búsqueda del absoluto,
hacia Dios”. Deseo de Dios, ese es el anhelo hondo que nos
inquieta y que da lugar a que nada de este mundo nos deje plenamente
satisfechos.
El
adviento, hermanos todos, es el tiempo propicio para tomar conciencia
de este deseo, expresarlo, y suplicar al Señor que venga a colmarlo
y satisfacerlo.
Una
manera óptima de vivir el adviento puede ser: repetir una y mil
veces, a cualquier hora del día y en cualquier circunstancia, esta
súplica: “Ven,
ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.
La
palabra de Dios hoy nos dispone y nos despierta el deseo de Dios para
que nuestro corazón grite el grito que más quiere gritar: “Ven,
ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.
Isaías
nos anima: “Casa
de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”; San
Pablo nos dice:
“Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación
está más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer”. Y,
por fin, Jesucristo, en el evangelio: “Por
tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro
Señor”.
Sea,
pues, nuestro grito en este adviento:
“Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.
Después de la consagración vamos a poder decirlo de otra manera:
“Anunciamos
tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!