-Textos:
-Is
7, 10-14
-Sal
23, 1b-4b. 5-6
-Rom
1, 1-7
-Mt
1, 18-24
“… y
le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
He
aquí el mensaje trascendente e importantísimo que nos trae la
liturgia de este domingo cuarto de adviento.
Salimos
a la calle y vemos a tanta gente corriendo de una tienda a otra, de
una mercado a otro, de un gran almacén a otro; luces por la noche
que dibujan siluetas de no se sabe qué, pero que suplantan las
figuras pertinentes de la Navidad.
Por
otra parte, Cáritas nos comunica que hay muchos prójimos nuestros
que no encuentran trabajo, y otros, jóvenes sobre todo, que sí
tienen trabajo, pero el sueldo no les llega para poder pagar un piso
ni sufragar los gastos que exige traer hijos al mundo y educarlos.
Y
nosotros, los que estamos aquí reunidos, hoy tenemos todavía los
sentimientos de sorpresa y de pena por la muerte inesperada de
nuestro querido Rafael, sacerdote, hermano, compañero y amigo
querido.
Y
en estas circunstancias, el Señor nos regala la gracia de escuchar
el relato de los acontecimientos y los sentimientos íntimos que
vivieron María y José en aquellos días previos a la primera
Navidad.
Envueltos
los dos en la penumbra del misterio, María, la Virgen Inmaculada,
guarda silencio, espera y confía en Dios. José se siente perplejo y
desconcertado, no duda de María, su duda está en que no sabe cómo
debe comportarse ante el misterio que tiene delante, que le
sobrecoge y le sobrepasa. Está a punto de tomar una decisión, él
es un Israelita creyente, un hombre Justo. Y en esta situación, tan
comprometida, Dios le sale al encuentro, y Dios le explica el
misterio por medio de un ángel: “No
temas acoger a María, tu mujer, la criatura que hay en ella es obra
del Espíritu Santo”.
Dios no defrauda a los que confían en él.
Tomemos
nota de esta verdad, Dios es fiel y sale valedor de los que quieren
cumplir su voluntad. Dios a José no sólo le disipa las dudas, sino
que además le encomienda una misión: “Dará
a luz un hijo y tú le podarás por nombre Jesús, porque salvará a
su pueblo de sus pecados. O
como dice el profeta: “Le
pondrás por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.
Hermanas
y hermanos: Este es el mensaje que tenemos que retener, a dos días
que nos encontramos, de la Navidad, Dios con nosotros, cercano,
perceptible, tangible. Para librarnos de la dependencia más letal y
tóxica que nos amenaza, el pecado.
Y
este mensaje es el que explica la razón de por qué y para qué
estamos los cristianos en medio de esta sociedad paganizada, que
intenta iluminarse con luces, que solo logran dejar patente la
terrible oscuridad de un universo sin Dios. Nuestra misión, hoy, más
necesaria que nunca es gritar en público y en privado, en todo
lugar: “Dios ha venido a salvarnos”; es posible la inocencia, la
justicia, la paz. Merece la pena trabajar para que haya trabajo y
salarios justos para todos; merece la pena contribuir a un mundo más
fraterno, porque “Dios con nosotros” va a construir un cielo
nuevo y una tierra nueva.
Y
al terminar traemos de nuevo a la memoria a nuestro querido Rafael:
bautizado, hijo de Dios, sacerdote. Somos testigos y recordamos el
entusiasmo y la convicción con que proponía a todos, pero sobre
todo a los jóvenes, que Jesucristo era, sí, Emmanuel, Dios con
nosotros; que Dios es misericordioso, que no defrauda, que su mano
providente nos guía por los vericuetos de nuestra vida y nos salva.
En
esta eucaristía de adviento pedimos a Dios que cumpla con nuestro
querido Rafael la verdad del evangelio que hoy hemos escuchado y que
Rafael con tanta sencillez y convicción vivió y predicó.