-Textos:
-Is
52, 7-10
-Sal
95, 1-3. 7. 8a. 10
-1
Co 9, 16-19. 22. 23
-Mt
28, 16-20
“No
tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En
la segunda lectura, san Pablo nos dice una frase que define a san
Francisco Javier en su experiencia de fe más íntima y en su temple
misionero: “No
tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Está
tan convencido del bien que es para los hombres conocer a Jesús, y
tan importante para construir un mundo más humano, animado, además,
por la esperanza de una felicidad eterna, que no tiene más remedio,
que no puede pasar sin anunciarlo. Él, como Pablo, se ha hecho
“débil con
los débiles y todo a todos, para ganar como sea a algunos”.
Los
biógrafos de S. Francisco cuentan como en Malaca tuvo un encuentro
providencial con un joven japonés, llamado Angiro, que buscaba a san
Francisco Javier atraído por la fama que le rodeaba al santo y por
cuanto había oído de él. Tanto Angiro, como también muchos
navegantes portugueses le hablaron a Francisco de lo interesante que
sería predicar la fe a los japoneses, porque eran gente muy deseosa
de saber y muy racionales; duros para convencer, pero, una vez
convencidos, muy coherentes con sus convicciones.
Desde
este momento, a san Francisco Javier, tan saturado de trabajos y
viajes, que tenía tantas cosas que atender en la India, le nace un
sueño, y ya no parará hasta conseguir llegar a Japón y, después,
intentar entrar en China. “No
tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!
Hermanas
y hermanos, vamos a quedarnos con una pregunta. ¿Qué peso
específico tiene en nuestro ánimo transmitir la fe en Jesucristo?
Sé muy bien, queridas hermanas, que tenéis muy asimilado y que
practicáis el espíritu misionero que desde siempre y especialmente
los papas modernos han predicado: que la oración es el fundamento
mejor, el más necesario, a la hora de anunciar el evangelio.
Pero
atendiendo a los cristianos laicos, padres de familia y educadores de
la fe, a los jóvenes que se plantean su vocación y su misión en
la vida, los papas constatan que ha descendido el temple misionero de
la comunidad cristiana.
Todos
tenemos que dejarnos interpelar por la exclamación de san Pablo, de
la que san Francisco dio un testimonio tan admirable: “No
tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!
Y todos tenemos que afirmarnos en la convicción de que no podemos
transmitir mejor noticia para el mundo que la que pregonó tan
bellamente el profeta Jeremías: “¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la
paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a
Sión: “Tu Dios es Rey”!