-Textos:
-Eclo.
24, 1-2. 8-12
-Sal
147, 12-15. 19-20
-Ef.
1, 3-6. 15-18
-Jn
1, 1-18
“Pero
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El
tiempo de Navidad va pasando; hoy tenemos puesta la atención en la
cabalgata de reyes y en la fiesta de mañana, lunes, la Epifanía, o
fiesta de los Reyes Magos. Pero este segundo domingo de Navidad tiene
también un mensaje muy importante para todos nosotros. Desde la misa
del gallo en la Nochebuena hemos ido adentrándonos en el misterio
admirable de la Navidad. Nuestra atención se centró al principio
en el Niño Dios que nació en Belén, el primer domingo de Navidad
contemplábamos a la Sagrada Familia al completo, el ejemplo de
Jesús, José y María viviendo en Nazaret.
Después, comenzábamos
el Año Nuevo con alegría y esperanza acogiéndonos al manto de
Santa María Madre de Dios. Hoy, en este segundo domingo de Navidad,
repetimos en la palabra de Dios textos que ya hemos escuchado, se nos
presenta un mensaje sumamente importante que nos afecta directamente
a nosotros, como cristianos bautizados y seguidores de Jesús: Hoy
es nuestra Navidad, la Navidad de cada uno de nosotros que, como
bautizados, somos llamados, y lo somos de verdad, hijos de Dios. Hoy
celebramos nuestro nacimiento a la vida de hijos de Dios. “Vino
a su casa y los suyos no le recibieron”,
dice el evangelio de hoy. “Pero
a cuantos le recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los
que creen en su nombre”. San
Agustín, y otros Padres de la Iglesia, dicen breve y profundamente:
“El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres podamos llegar
a ser hijos de Dios”.
Hijos
de Dios, queridas hermanas y queridos hermanos, hoy es un día para
tomar conciencia de nuestra identidad cristiana, de alegrarnos y
regocijarnos por la suerte que nos ha tocado, al recibir la fe y el
bautismo. Este domingo es una oportunidad para redescubrir y ahondar
en lo que el sacramento del bautismo supone en nuestra vida entera.
¿Qué
nos da el bautismo? El mismos evangelio de Juan nos dice algo que
bien mirado resulta impresionante, los bautizados ¡”hemos
nacido de Dios”!
Sí hemos nacido de nuestros padres; eso ya es un don de Dios y una
gracia. Pero todo lo que hemos recibido de nuestros padres es caduco,
pasa y muere. La vida de Dios, que recibimos en el bautismo es
eterna, no muere; si la cultivamos, se acrecienta y va “gracia
tras gracia”,
y se acrecienta hasta la vida eterna, plenamente felices con
Jesucristo en Dios. Esta es nuestra identidad y este es nuestro
destino.
A
veces oímos decir: “A mí qué me da el ser cristiano y bautizado
“ . Nada. Yo para ser honrado, trabajador, respetar a los demás y
enseñar a mis hijos lo mismo, no necesito de lo que enseñan los
curas y la Iglesia, me basta con lo que me dice el sentido común!”.
¿Cómo
hacer entender a a cuantos piensan así, lo mucho, lo bueno, bello y
motivador que no han descubierto, y que de descubrirlo les daría
poder vivir con mucha más alegría, y tener muchas más fuerza para
superar los malos tragos de la vida y para defenderse de los modos de
pensar y de sentir de la sociedad de consumo, en la que más o menos
conscientemente viven sumergidos?
Mirad,
y con esto acabo, lo que en la segunda lectura hemos escuchado a san
Pablo sobre la identidad cristiana, sobre lo que somos y recibimos
por ser hijos de Dios: Primero nos dice que por el bautismo
adquirimos una sabiduría especial para conocer a Jesucristo, y luego
termina diciendo: “que
Dios Padre ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis
cuál es la esperanza a la que os llama, y cuál la riqueza de
gloria (de felicidad) que da en herencia a los santos”.