-Textos:
-Nu
6, 22-27
-Sal
66
-Gal,
4, 4-7
-Lc
2, 16-17
“Como
sois hijos de Dios, Dios infundió en vuestro corazón el Espíritu
de su Hijo”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Feliz
Año Nuevo a todos, si, esta fórmula convencional, aquí, en la
eucaristía no queda en pura fórmula, queda llena de contenido. La
liturgia de hoy es rica y nos ofrece varios motivos para celebrar.
Hoy celebramos la jornada por la paz, pero, sobre todo, hoy es la
fiesta de la virgen Madre de Dios.
La
fiesta de Santa María Madre de Dios es el título, quizás más
antiguo, se encuentra en los muros de las catacumbas romanas; es el
más digno y noble que tiene la Virgen; razón y fuente de todos los
demás títulos que le reconocemos.
Confesar
a María, Madre de Dios, es un acto de fe por nuestra parte, que
atañe al núcleo de la fe cristiana. Porque si podemos llamar a
María, Madre de Dios, es porque reconocemos que su Hijo Jesús, es
Hijo de Dios, verdadero Dios, Dios de Dios y Luz de Luz.
Y
de aquí otra verdad sumamente consoladora para nosotros: Si María
es Madre de Dios y Madre de Jesucristo, también es madre nuestra,
madre de todos los cristianos. ¡Qué bueno poder comenzar el año
contando con tan extraordinaria y poderosa intercesora. “Bajo tu
amparo nos acogemos santa Madre de Dios”.
Y
podemos mencionar el segundo tema de la celebración de hoy: la
Jornada por la paz.
¿Qué
le vamos a pedir a María, nuestra madre y Madre de Dios, para este
año que comienza? –La paz. La paz concentra en sí todos los
bienes que deseamos y necesitamos los hombres. Es el bien por
excelencia. En la primera lectura hemos escuchado la bendición de
Dios a nosotros. Nos bendice y nos da la paz.
Pero
la paz que nos da Dios es para que la pongamos en práctica nosotros.
No podemos olvidar el gran pensamiento del papa san Juan Pablo
segundo: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”.
A
María nuestra Madre le pedimos que nos ayude para que seamos este
año y siempre constructores de la paz, hacedores de la paz. Pero una
paz verdadera la que nace de un corazón que sabe perdonar, evitar
rencores y allanar el camino de relaciones humana en verdad y
justicia.
Ahora
vengamos a la eucaristía. La eucaristía, fuente y cumbre de la vida
cristiana: queremos poner en ella el Año Nuevo que tenemos
delante, y también el propósito firme de hacernos constructores y
hacedores de paz. Esta es nuestra ofrenda. La Virgen María, Madre de
Dios y Madre nuestra, es la que nos invita hoy a participar en el
banquete. Ella se ofrece a presentar nuestra ofrenda ante su Hijo, a
presentarla y a interceder para que la llevemos a la práctica
durante todo el año que comienza y siempre.