-Textos:
-Dt
30, 15-20
-Sal
1, 1-6
-Ro
6, 3-9
-Lc
9, 22-25
“Por
tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con
él”.
Ha
muerto Escolástica (Valentina, para la familia), en el monasterio,
en su casa, esmeradamente cuidada, constantemente acompañada,
envuelta en el rumor de las oraciones de sus hermanas de su familia
benedictina. ¡Qué bien y con cuánta paz se muere en el monasterio!
A
cuantos la hemos conocido y nos hemos beneficiado de sus atenciones
nos vienen a la memoria el sonido de sus pasos apresurados por el
pasillo de la clausura, corriendo para atender la llamada de la
portería. Cada vez que sonaba el timbre, era para ella como la
señal de salida de una carrera al encuentro del visitante que había
llegado al monasterio. “Recibir al huésped como a Cristo”, había
aprendido de su P. San Benito. Su modo de atender era la ventana
luminosa del monasterio. Trabajadora infatigable, disponible siempre
con sencillez, como quien hace lo que tiene que hacer, y … eso es
todo”.
La
hermana Escolástica nos hace pensar. ¿Es que ella ha sido todo y
solo actividad y buen hacer? ¿De dónde le salió esa manera de
vivir?
Y
llegamos al tema de su vocación. El texto evangélico que hoy
escuchamos en toda la Iglesia, en la misa de este jueves que acabamos
de comenzar la cuaresma, nos ayuda a entender un poco la vocación de
Escolástica y la vocación de sus hermanas benedictinas, y en
general de toda la vida consagrada: “El
que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la
perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” .
En
principio nos puede parecer muy radical y muy difícil. Y así es.
Pero esta propuesta de Jesús
tiene un subsuelo, un sentido profundo que a veces no llegamos a
descubrir. Es el siguiente: El que quiere seguir a Jesús ha
encontrado un nuevo centro en su propia vida; ya no es él su propia
razón de ser, su razón de ser y de vivir es Otro con mayúsculas.
No se pertenece a sí mismo, él o ella se siente pertenencia de
otro, de Jesucristo que lo ha llamado porque lo ama. Esta experiencia
de Jesús que le ama, despierta un amor en su corazón que es la
razón y el motivo que le lleva a renunciar a sí mismo y a vivir no
ya para él, sino para Jesús y para Dios. No se trata de un esfuerzo
heroico, de renuncias sobrehumanas, es una llamada del Señor que
unifica y moviliza toda la persona.
La
experiencia profunda de un encuentro personal con Jesucristo que me
llama porque me ama, es el secreto que dinamiza toda la vida del
monje y de la monja. La clausura, el silencio, las largas horas en
el coro, no son una penitencia sobreimpuesta, sino un cauce para
responder con amor a aquel que le ha llamado por amor.
Este
encuentro personal con Jesucristo en el amor, que explica la vida
del monje es lo que hace decir al papa Francisco estas preciosas
palabras acerca de la vida contemplativa: “La vida consagrada es
una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad
entera: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día
tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios,
en la relación íntima con él”. (VDq 9b).
Pero,
hagamos una observación muy importante: El evangelio que hemos
escuchado y hemos aplicado a la Hna. Escolástica y a las persona
consagradas y contemplativas, Jesucristo la pronunció pensando en
todos los discípulos de entonces y de todos los tiempos, pensando en
todos los que estamos aquí hoy. “El
que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la
perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” .
Y
estas, son palabras que la Iglesia nos propone para encauzar y vivir
el camino de la Cuaresma que acabamos de empezar. ¿Nos las hemos
planteado.? La Iglesia nos dice que son palabras que están a
nuestro alcance. Jesús, que nos las propone, nos da fuerza y nos da
su Espíritu para que las cumplamos. Jesucristo ya nos salió al
encuentro con su amor y su Espíritu en el bautismo. Somos hijos de
Dios, fue de manera germinal o incipiente, y nos considera discípulos
suyos. ¡Hemos muerto con Cristo, para resucitar con él! Estas
palabras de Jesús a sus discípulos, son palabras de Dios hoy para
nosotros.
Hoy
Jesucristo, a través del acontecimiento de la muerte de Sor
Escolástica, y a través de la liturgia cuaresmal, vuelve a
llamarnos. Sin duda, porque desea que nuestro encuentro personal con
él no sea un encuentro superficial, sino una autentica experiencia
de amistad con él; que nos saca de nosotros mismos y suscita tal fe
que nos da fuerza para renunciar a cualquier tentación, a cualquier
ídolo de este mundo, hasta hacernos capaces de perder la vida por
él. Porque perder la vida por él es encontrarla de verdad.