-Textos:
-Sam
16, 1b. 6-7. 10-13ª
-Sal
22, 1-6
-Ef
5, 8-14
-Jn
9, 1-41
“Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.
Queridas
hermanas benedictinas, y queridos hermanos todos:
Hoy,
día 22 de Marzo, estamos casi solos en esta capilla vuestra. La
tarea de contención contra el coronavirus y a la que todos tenemos
que incorporarnos responsablemente, ha dado lugar a que cada uno se
confine en su casa y no salga a la calle, si no es por necesidades
extremas y elementales.
Actuar
con escrupulosa responsabilidad, es la primera llamada que nos hace
el Señor ante esta situación de pandemia mundial que estamos
sufriendo.
¿Pero
es solo eso lo que nos está pidiendo el Señor? Dios nos está
hablando con fuerza en esta calamidad que estamos padeciendo.
“Señor, ¿qué quieres tú de mí hoy y aquí? Es una pregunta
pertinente que nos debemos hacer en estas circunstancias; y
hacérnosla desde dentro del corazón, comprometiendo en ella toda
nuestra persona, sintiéndonos responsables las autoridades
competentes, ante la familia y ante Dios.
Nos
está llegando información abundantísima de análisis científicos
que se están haciendo y de opiniones menos científicas; también,
gracias a Dios, nos están llegando invitaciones a recurrir a Dios y
a rezar.
Pero
los creyentes tenemos además otra fuente de información, con la
que debemos conectar, e incluso de la que debemos hablar y compartir
con otros, sean creyentes o no, para que conecten y alcancen a ver
las cosas desde otro punto de vista.
Esta
fuente de información es Jesucristo. Hoy, en el evangelio que hemos
escuchado, le hemos oído decir: -“Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. La
frase nos puede parecer demasiado pretenciosa, exagerada, pero no nos
encontramos en las mejores condiciones para desoír y rechazar
anuncios como este de Jesús.
Los
fariseos se creían seguros, poseedores de la verdad, jueces capaces
de decidir quién era digno de pertenecer a la comunidad y quien
debería ser excluido de ella. Estos fariseos prepotentes no se
enteraron de quién era Jesús y no se beneficiaron ni de su
mensaje, ni de su capacidad para curar y salvar plenamente a los
hombres.
Por
otra parte, vemos en el evangelio al ciego de nacimiento, necesitado,
mal visto y mal juzgado por los sabios fariseos, también por los
discípulos de Jesús, y mal defendido por sus mismos padres. Este
fue atendido y curado por Jesús, y éste llegó hasta reconocer a
Jesús como Señor y Dios, y adorarlo.
El
coronavirus nos está llevando a una consideración más humilde de
nosotros mismos y, sin duda, más verdadera: Nos creíamos
todopoderosos, autosuficientes, confiados quizás excesivamente en la
ciencia y en la técnica. Dios no nos hacía falta. “Comamos y
bebamos que mañana moriremos” Y ved que un virus minúsculo nos
está reduciendo a una más justa dimensión de lo que somos en
realidad: Criaturas limitadas y frágiles, que no dominamos la vida
plenamente; personas muy dependientes de la naturaleza, del prójimo,
y sí, también y, sobre todo, de Dios. “En Dios vivimos, nos
movemos y existimos”, nos escribió hace dos mil años S. Pablo. El
ciego pobre y humilde recibió de Jesucristo la curación y la fe.
Reconoció que Jesucristo era el Señor y Dios; que Jesucristo era
“La luz del
mundo”.
Si
desde la humildad aceptamos a Jesús como “Luz del mundo”, desde
su Cruz y resurrección podremos entender la cruz de la pandemia que
nos aflige; desde su acercamiento al pobre, al ciego y al marginado,
podremos ver toda la profundidad y el alcance que tiene el testimonio
de tantos sanitarios y otros trabajadores, que están arriesgando su
vida por los enfermos infectados. Desde Jesús, “Luz del mundo”,
pobre y trabajador humilde en Nazaret, podremos descubrir la necedad
de tanto tiempo dedicado al devaneo, a la ostentación y al consumo
superfluo; desde Jesús, humilde trabajador en la familia de Nazaret,
podremos reconocer el valor de la familia, la importancia de las
relaciones de amistad, la alegría de pertenecer a la clase humilde o
a la clase media.
Sí,
Jesús se viene hoy a nuestro encuentro y nos dice con absoluta
convicción: -“Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. ¿Creemos
en él o arrogantes y autosuficientes, menospreciamos su envite?