-Textos:
-Hch
2, 42-47
-Sal
117, 2-4. 13-15. 22-24
-1
Pe 1, 3-9
-Jn
20, 19-31
“Y
los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Queridas
hermanas benedictinas:
Hoy
nos encontramos confinados y solos físicamente, la comunidad
benedictina con el capellán. Sin embargo de ninguna manera nos
sentimos solos. Hoy más que nunca nos encontramos en comunión con
la Iglesia, que celebra el Domingo in “albis” y el domingo de la
Divina Misericordia, y también en comunión con todas las personas
que en tantas partes del mundo nos sentimos afectados de una manera u
otra, por la pandemia del coronavirus; en comunión sobre todo con
los sanitarios, y en oración, por los enfermos y por todas las víctimas que ya han
fallecido
Tomamos
del evangelio la frase, “Y
los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Yo no sé, si los discípulos, ante la sorpresa, el asombro por lo
inesperado, y la alegría, pudieron en ese momento traer a la memoria
el dolor, la angustia de Jesús en la Oración del Huerto, cuando
dice: “Padre,
si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad
si no la tuya”.
No
sé, si en ese encuentro primero de Jesús resucitado con sus
discípulos, a ellos les pudo venir a la memoria aquella oración.
Porque si lo hicieron bien pudieron haber entendido que el
cumplimiento de la voluntad de Dios era el secreto divino que daba al
sufrimiento y a la cruz de Cristo la fuerza para transformarse en
gloria de Dios y en fuente de alegría, de felicidad y vida eternas,
para él y para todos los hombres.
Hay
una alegría natural, espontánea que brota cuando estamos de buena
salud, cuando gozamos de buenas amistades y la familia está también
en buenas condiciones de vida y el futuro, en lo posible, lo podemos
mirar con optimismo.
Pero
esta alegría se tambalea o se hunde cuando la enfermedad, la armonía
familiar, imprevistos graves y dolorosos, o la misma muerte se nos
vienen encima.
Los
cristianos somos humanos y podemos experimentar los mismos
sentimientos y reacciones ante el dolor, los contratiempos y la
muerte. Pero la alegría cristiana es compatible incluso con los
sufrimientos.
Porque
contamos con la fe en Jesucristo resucitado, que sudó sangre en la
Oración del Huerto, murió en la cruz, y ahora vive, resucitado y
vencedor de la muerte y del dolor. Jesucristo hoy, viene a nuestro
encuentro, como en la tarde del primer domingo de Pascua, y nos dice:
“Soy yo, no temáis”, “la
paz esté con vosotros”.
Jesucristo,
ante los buenos momentos y las alegrías acudió a su Padre y le dio
gracias. Y ante la persecución, la traición, los sufrimientos y la
muerte de cruz, permaneció fiel y obediente a la voluntad de su
Padre Dios.
Ser
como Jesús, eso podemos hacer y debemos hacer nosotros: ante las
alegrías humanas, no olvidarnos de Dios, sino acudir a Él y darle
gracias; y ante el dolor, las desgracias, el sufrimiento y la muerte
pedirle ayuda y fuerza, y aceptar su voluntad. Porque sabemos que de
esta manera se nos abre una puerta que nos da el paso a la vida
eterna, a la alegría y a la felicidad completas, en el cielo.