domingo, 19 de abril de 2020

DOMINGO II DE PASCUA (A)


-Textos:

       -Hch 2, 42-47
       -Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24
       -1 Pe 1, 3-9
       -Jn 20, 19-31

Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.

Queridas hermanas benedictinas:

Hoy nos encontramos confinados y solos físicamente, la comunidad benedictina con el capellán. Sin embargo de ninguna manera nos sentimos solos. Hoy más que nunca nos encontramos en comunión con la Iglesia, que celebra el Domingo in “albis” y el domingo de la Divina Misericordia, y también en comunión con todas las personas que en tantas partes del mundo nos sentimos afectados de una manera u otra, por la pandemia del coronavirus; en comunión sobre todo con los sanitarios, y en oración, por los enfermos y por todas las víctimas que ya han fallecido

Tomamos del evangelio la frase, “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Yo no sé, si los discípulos, ante la sorpresa, el asombro por lo inesperado, y la alegría, pudieron en ese momento traer a la memoria el dolor, la angustia de Jesús en la Oración del Huerto, cuando dice: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad si no la tuya”.

No sé, si en ese encuentro primero de Jesús resucitado con sus discípulos, a ellos les pudo venir a la memoria aquella oración. Porque si lo hicieron bien pudieron haber entendido que el cumplimiento de la voluntad de Dios era el secreto divino que daba al sufrimiento y a la cruz de Cristo la fuerza para transformarse en gloria de Dios y en fuente de alegría, de felicidad y vida eternas, para él y para todos los hombres.

Hay una alegría natural, espontánea que brota cuando estamos de buena salud, cuando gozamos de buenas amistades y la familia está también en buenas condiciones de vida y el futuro, en lo posible, lo podemos mirar con optimismo.

Pero esta alegría se tambalea o se hunde cuando la enfermedad, la armonía familiar, imprevistos graves y dolorosos, o la misma muerte se nos vienen encima.

Los cristianos somos humanos y podemos experimentar los mismos sentimientos y reacciones ante el dolor, los contratiempos y la muerte. Pero la alegría cristiana es compatible incluso con los sufrimientos.

Porque contamos con la fe en Jesucristo resucitado, que sudó sangre en la Oración del Huerto, murió en la cruz, y ahora vive, resucitado y vencedor de la muerte y del dolor. Jesucristo hoy, viene a nuestro encuentro, como en la tarde del primer domingo de Pascua, y nos dice: “Soy yo, no temáis”, “la paz esté con vosotros”.

Jesucristo, ante los buenos momentos y las alegrías acudió a su Padre y le dio gracias. Y ante la persecución, la traición, los sufrimientos y la muerte de cruz, permaneció fiel y obediente a la voluntad de su Padre Dios.

Ser como Jesús, eso podemos hacer y debemos hacer nosotros: ante las alegrías humanas, no olvidarnos de Dios, sino acudir a Él y darle gracias; y ante el dolor, las desgracias, el sufrimiento y la muerte pedirle ayuda y fuerza, y aceptar su voluntad. Porque sabemos que de esta manera se nos abre una puerta que nos da el paso a la vida eterna, a la alegría y a la felicidad completas, en el cielo.