-Textos:
-Hch
2, 14. 22-33
-Sal
15, 1-2. 5. 8. 9-11
-1
Pe 1, 17-21
-Lc
24, 13-35
“Nosotros
esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Los
discípulos que abandonaban Jerusalén y caminaban hacia Emaús
vivían en su ánimo una experiencia en gran medida parecida a la de
tantos cristianos bautizados, que en algún tiempo han sido
seguidores de Jesús y practicantes en la Iglesia, pero ahora han
abandonado toda práctica religiosa cristiana.
Los
motivos, más o menos justificados, más o menos conscientes, son muy
complejos: los desastres de la naturaleza, los muchos y terribles
sufrimientos, las injusticias… Pero hay un motivo de fondo que
explica los demás: “No se explica un Dios bueno que permita un
mudo doliente e inhumano”, “Después de Jesús, las cosas siguen
tan mal como siempre, y la Iglesia deja mucho que desear”.
En
la boca de muchos de los que han abandonado la fe podría ponerse la
frase de los discípulos de Emaús: “Nosotros
esperábamos”.
Es decir nosotros esperábamos que Jesús hubiera hecho las cosas de
otra manera, es decir, más al modo como a mí y a la razón humana
nos parece lógico”.
¿Qué
respuesta da Jesús Resucitado a quienes, creyentes o no creyentes,
pasan por esta experiencia humana y religiosa?
Jesús
Resucitado les sale al encuentro, justo en el camino de la vida
distinta que pretenden seguir. Entra
en conversación y pregunta por sus preocupaciones y problemas.
Después toma la iniciativa y, siempre de camino con ellos, les da
dos pistas luminosas.
Dos
pistas de luz: La primera, escuchar la Palabra de Dios, la segunda
acudir y participar en la eucaristía.
Primero,
escuchar la palabra de Dios. Porque si escuchamos la palabra de Dios,
no sólo se nos harán aceptables y comprensibles los acontecimientos
favorables, sino también, los doloroso y absurdos. La palabra de
Dios, nos dice que Jesús, tenía que pasar por el dolor, la derrota
y la muerte. Pero ese trance no es lo definitivo en Jesús. Jesús,
en su vida pública, cumplió la voluntad de Dios y amó a los
hombres hasta darlo todo por ellos. Por eso, Dios lo resucitó.
Y
al resucitar venció el pecado, la muerte y el dolor, y abrió la
puerta a la esperanza de un mundo nuevo y una vida eterna, el Reino
de Dios.
Y
esta esperanza nos anima y nos impulsa a trabajar por una humanidad
nueva, que ciertamente llegará, si vamos por el camino de cumplir la
voluntad de Dios y de amar al prójimo como Cristo nos amó.
La
segunda pista, que Jesús dio a los caminantes, es partir y compartir
el cuerpo y la sangre del Señor, la eucaristía. La eucaristía
mantiene y alimenta la fe en Jesús presente hoy y resucitado.
Además, al comulgar con él, recibimos la fuerza necesaria para
continuar por el camino que él empezó, es decir, para trabajar
responsablemente y sin desfallecer por un mundo nuevo, conforme al
plan de Dios,
“un cielo nuevo y una tierra nueva”.