-Textos:
-Ex
12, 1-8. 11-14
-Sal
115
-1
Co 11, 23-28
-Jn
13, 1-15
“Haced
esto en memoria mía”
Queridas
hermanas benedictinas:
En
esta tarde, preludio del Triduo Pascual, celebramos la eucaristía
que actualiza sacramentalmente la última cena del Señor, revelación
suprema del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
El
apóstol San Pablo, en la segunda lectura, a veinte años no más de
la muerte de nuestro Señor Jesucristo, nos transmite una tradición
que él ha recibido. A veinte años de la muerte y resurrección del
Señor, ya se ha hecho tradición de la eucaristía.
Permitidme
comentar algunas de las frases que él nos relata:
“Cada vez que coméis de este pan, proclamáis la muerte del Señor,
hasta que vuelva”. Queridas
hermanas, proclamamos la muerte del Señor, no tanto porque
anunciemos con la boca que ha muerto y resucitado, que también, sino
porque al comulgar con el cuerpo de Cristo, nos hacemos cuerpo
místico de Cristo. Cristo nos cristifica y los cristianos somos
presencia de Cristo, porque alimentados por la eucaristía, nosotros
asimilamos la vida de Cristo, o mejor, somos asimilados por la vida
de Cristo y nos transformamos en Cuerpo místico de Cristo, con todo
lo que esto significa y compromete.
La eucaristía hace a la Iglesia,
nos hace comunidad, nos hace hermanos a los unos de los otros.
“El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
Uno es el pan y uno es el cuerpo que todos formamos pues todos
compartimos el único pan” (1 Co 10, 16b-17). Lo
sabéis muy bien queridas hermanas: vosotras no sois comunidad
principalmente porque profesáis la santa Regla benedictina, sois
comunidad porque sois cristianas, y cada día comulgáis todas con el
Cuerpo de Cristo. El Cuerpo místico de Cristo es la tierra madre
donde puede arraigar vigorosa vuestra comunidad y fraternidad
benedictina.
Pero
dejadme que termine, recalando en el evangelio del “Lavatorio de
los pies”. El evangelista Juan ha sustituido el relato de la
eucaristía por este episodio sorprendente aleccionador y
revolucionario en el que Jesús lava los pies de sus discípulos.
Poned atención: el Hijo de Dios, ha considerado digno de sí ponerse
a los pies de los hombres. Terminado este gesto les dice: “También
vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros”.
Esta
catequesis que suple al relato de la eucaristía, está diciéndonos,
según interpretan todos la intención del evangelista, que de la
eucaristía se supone que el servicio por amor y por reconocer la
dignidad, ya no solo de mis hermanos cristianos, sino de todos los
hombres, de todos mis prójimos, es una exigencia esencial de todos
los que participamos en la celebración sacramental de la Cena del
Señor.
En
esta celebración del Jueves Santo tan singular, a causa de las
circunstancia creada por la calamitosa pandemia del corona virus,
Cáritas ya nos ha hecho notar que este año, más que nunca,
deberíamos contribuir a la colecta en favor de los más
desfavorecidos que esta organización hace cada Jueves Santo, porque
este año, sin duda alguna, las demandas de ayudas van a ser más
numerosas que nunca.
Hermanas:
Tarde de Jueves Santo, manifestación suprema del amor de Dios, “Si
yo, el maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros”.