Esquema
de homilía
-Textos:
-Gn
1, 1-2,2
-Ex
14, 15-15, 1
-Is
54, 5-14
-Ro
6, 3-11
-Mt
28, 1-10
“Ya
sé que buscáis a Jesús, el crucificado: No está aquí, ha
resucitado”.
“Jesús
les salió al encuentro y les dijo: “¡Alegraos!”
¡Ante
la noticia tan buena y siempre nueva del Ángel a María Magdalena y
la otra María, no podemos menos de alegrarnos.
Lo
primero que tenemos que pedir es la gracia de la fe. Que el Señor,
que nos ha convocado a la celebración de esta noche santa, nos
conceda la gracia de la fe, o quizás mejor, pedir que despierte,
avive y aumente nuestra fe. Ahora mismo, en la proclamación del
evangelio, Jesucristo resucitado viene a nuestro encuentro y nos
dice: “¡Alegraos!”.
Que nuestra
fe sea tan viva e intensa que esta palabra de Jesús penetre, nuestro
corazón, nuestra voluntad y hasta nuestra sensibilidad emocional.
Es
demasiado importante la noticia: Jesucristo, el crucificado, ha
resucitado y con su resurrección ha vencido a la muerte, al
sufrimiento, a las desgracias, y sobre todo, al poder del Maligno y
del pecado. Los que sufren y también los pecadores no tienen motivos
justificados para desesperarse: Desde que Cristo está resucitado hay
siempre, y en cualquier situación humana, un puerta abierta a la
esperanza. Esta es la gran noticia que hemos recibido, hemos creído
y tenemos que dar a conocer. Que nos alegre a nosotros en primer
lugar, para que nuestro anuncio sea convincente. Jesucristo
resucitado nos ha salido al encuentro en esta noche, y nos dice:
“¡Alegraos!”.
Creamos de verdad, para que saltemos de alegría.
En
segundo lugar, esta noche es noche de gratitud y de acción de
gracias a Dios. Hemos escuchado en la epístola previa al evangelio:
“Los que
por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su
muerte….Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él”.
¡Que
extraordinario regalo nos ha hecho Dios al concedernos el bautismo!
El Espíritu Santo y la vida de Cristo resucitado, es decir, la vida
divina, la vida eterna, la misma vida que Cristo vive y comparte con
el Padre y el Espíritu Santo habita en nosotros; y por decirlo de
alguna manera, corre por nuestras venas. Somos criaturas de Dios y
semejanza suya, pero esta condición humana está enriquecida,
impregnada por la vida misma de Cristo Resucitado, que es vida
divina, eterna. Somos hijos de Dios en el Hijo de Dios resucitado. En
nuestra carne mortal está injertada la semilla de la vida eterna. La
muerte física no es el final del camino, nuestro destino es la vida
feliz con Dios para siempre en el cielo.
Pero
permitidme una pregunta: ¿Estas verdades que describen la maravilla
que es ser bautizados, las vivimos con gozo? ¿Somos conscientes de
esta fuente de gracia divina que nos riega y nos regenera?
El
bautismo es también morir con Cristo al pecado, y al modo de vivir
del mundo que menosprecia y lucha contra el proyecto de Dios: ¿No
nos estará pasando que no hemos muerto de verdad al pecado, que
pretendemos encender una vela a Dios y otra al diablo, y esta vida
ambigua y mediocre nos impide vivir y gustar las riquezas que nos
aporta el bautismo?
Y
termino con otra palabra de Jesús a María Magdalena y la otra
María: “No
tengáis miedo, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea,
allí me verán”. La
alegría de la fe impulsa a la misión: ¡Vayamos alegres a anunciar
que Cristo ha resucitado!