-Textos:
-Hch
2, 1-11
-Sal
103, 1ab. 24bc-30.31.34
-1 Co, 12, 3b-7. 12-13-Jn 20, 19-23
“Sopló
sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
Queridas
hermanas benedictinas:
Domingo
de Pentecostés, cumbre y corona del tiempo pascual. Fiesta grande,
día de alegría y de acción de gracias a Dios por la gracia de la
fe y la revelación de su misterio.
Las
lecturas de la misa de esta fiesta de Pentecostés nos permiten
descubrir cuatro tesoros de gracia divina que Jesús resucitado
transmite a sus discípulos para hacerlos capaces de continuar la
obra del Reino de Dios, que él comenzó en este mundo: El don de la
paz, resumen de todos los dones divinos; el perdón de los pecados,
que abre las puertas a la vida eterna; la misión de anunciar el
evangelio a todas las gentes, el fruto de la unidad en la comunidad
de seguidores, es decir, la Iglesia, y sobre todo, para dar, impulso
y vida a estas fuentes de gracia y de salvación, les otorga el gran
don prometido antes de su muerte y concedido después de su
resurrección, el Espíritu Santo.
Estos
dones divinos son el legado de Cristo glorioso y resucitado que
encomienda a los primeros discípulos, y a los discípulos de todos
los tiempos, a nosotros, bautizados y miembros de la Iglesia.
Hermanas
y hermanos: Hemos escuchado la alegría, el entusiasmo que el
Espíritu Santo despertó, el día de Pentecostés en los mismos
discípulos y en el público que los escuchaba con asombro. Cuántos
se convirtieron, allí nació la Iglesia, y comenzó a brotar el
germen de un mundo nuevo.
Y
esta es la buena noticia de esta fiesta: La misma gracia, los mismos
dones que legó Jesús a sus discípulos la tarde del primer domingo
de resurrección y que se manifestaron en Pentecostés, permanecen
vivos y activos hoy en la Iglesia, que vive en medio del mundo.
Hoy
siguen activos para la vitalidad de la misma Iglesia y para la
trasformación de este mundo, en un mundo nuevo, anticipo del Reino
de Dios, permanecen con nosotros: la paz, el perdón de los pecados,
la Iglesia, la evangelización, y sobre todo, el Espíritu Santo,
dador de todos los dones.
Abramos
los ojos: Padres cristianos que bautizan a sus hijos, personas
adultas que piden el catecumenado y el bautismo, movimientos
evangelizadores, que reavivan, en muchos bautizados, la llama
adormecida de la fe, comunidades parroquiales y de religiosos y
religiosas, que se adentran en las periferias marginadas para
anunciar la fe y aliviar la marginación. Comunidades contemplativas,
que en el silencio mantienen viva la esencia de la adoración y de
la alabanza al Dios trascendente y encarnado que nos reveló Jesús;
sacerdotes jóvenes y mayores, que se desviven por animar unas vidas,
laicos cristianos comprometidos en hacer una sociedad más conforme a
los valores del evangelio; voluntarios cristianos y no cristianos que
llevan su preparación profesional y cultural a pueblos menos
desarrollados; el testimonio vivo y reciente de tantos sanitarios y
responsables de servicios sociales arriesgando su vida para salvar
vidas del coronavirus…
Todos
estos hechos muestran la presencia viva y activa del Espíritu
Santo, y la fecundidad de la paz de Dios, del perdón de los pecados
y de la Iglesia, que celebra hoy el acontecimiento salvador de
Pentecostés.