Textos
-Hch
6, 1-7
-Sal
32, 1-2. 4-5. 18-19
-1Pe
2, 4-19
-Jn
14, 1-12
“Señor,
muéstranos al Padre y nos basta”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Cuántas
personas creéis vosotros que en esta situación de confinamiento
prolongado, en sus reflexiones e interrogantes habrán llegado a
invocar a Dios, “Señor ayúdanos”, o como ha dicho Felipe:
“Señor,
muéstranos al Padre y nos basta”?
Jesucristo,
en el evangelio de este domingo comienza por dirigirnos unas palabras
sumamente consoladoras y generadoras de esperanza:
“Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, creed en Dios y
creed también en mí”.
Se
refiere Jesús a sus discípulos y a toda la comunidad de bautizados
que le seguiremos a lo largo de los siglos, y viene a decirnos: “Vais
a dejar de verme físicamente, porque vuelvo a mi Padre Dios, pero yo
voy a prepararos un lugar mejor y definitivo a todos en el cielo”.
Pero
estas primeras palabras de Jesús, tienen también su sentido y su
fuerza aplicadas a la situación concreta en la que nos encontramos
por motivo de la pandemia del coronavirus: “Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, creed en Dios y creed
también en mí”.
Y
me pregunto y os pregunto a todos: - “El confinamiento, tantas
horas en casa intentando matar el tiempo, la situación penosa y el
horizonte oscuro que se nos presenta, todo esto, sin duda nos ha
hecho pensar, ¿pero habrá muchos que hayamos pensado y acudido a la
fe, a la Palabra de Dios y a Dios mismo?
Nuestro
papa Francisco, en una carta, muy alentadora, dirigida a los
sacerdotes españoles con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila,
que no se conmemora hoy, porque coincide con este domingo pascual,
nos dice que: “La
crisis del Covid-19, además de provocar mucho dolor y sufrimiento,
favorece algunas condiciones decisivas para el desarrollo de la
propia vida cristiana: la conciencia de fragilidad…, la caída de
tantas falsas seguridades, las preguntas por el sentido de la vida,
la necesidad de la solidaridad..., el testimonio de entrega, de fe y
esperanza de tantos hijos e hijas de la Iglesia
“, son reflexiones y experiencias lógicas y profundamente humanas
y cristianas.
Porque
son experiencias que en el fondo remiten a Dios, y se quedan podemos
decir, en el umbral de un encuentro con Dios y de una súplica
dirigida a Dios.
Pero
nosotros que decimos sinceramente que creemos en Dios y en Jesucristo
resucitado, nosotros, para quienes las palabras del evangelio: “Señor
muéstranos al Padre y nos basta”, o “Yo soy el camino, la
verdad y la vida”, son
poderosamente significativas y consoladoras,
tenemos la
responsabilidad de dar testimonio de estas afirmaciones de Jesús.
Porque a nosotros nos serenan el ánimo, dan sentido a nuestro dolor
e impulsan nuestra responsabilidad. Y debemos pensar que lo que a
nosotros nos ayuda en esta difícil situación puede ayudar también
a nuestros prójimos.
Invocar
a Dios y contar con él no impide, ni sustituye ni obstaculiza la
responsabilidad de observar las medidas que evitan los contagios, de
remediar los daños y sufrimientos de los afectados, de compartir
bienes materiales con los que quedan en necesidad. Dar testimonio de
la fe en medio de esta sociedad sufriente y necesitada es una labor
que nuestra condición de creyentes nos exige y que la sociedad, a
sabiendas o sin saberlo, espera.
No
en vano, “En
Dios vivimos, nos movemos y existimos” y
Jesucristo es “el
camino, la verdad y la vida”.