-Textos:
-Hch
1, 1-11
-Sal
46, 2-3. 6-9
-Ef
1, 17-23
-Mt
28, 16-20
“¿Qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?” “Sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” “Id y haced
discípulos de todos los pueblos”.
Queridas
hermanas benedictinas: Nos encontramos aquí, solitos y en número
reducido, pero la fiesta grande que celebramos en este domingo de la
Ascensión de nuestro Señor Jesucristo a los cielos ensancha el
horizonte de nuestra fe a los límites del orbe y hasta el cielo
infinito.
“¿Qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?”, dicen
los ángeles a los discípulos. La frase en muchas ocasiones la
hemos entendido en el sentido casi de un reproche. Que no nos
quedemos estáticos y parados mirando al cielo, sino que vayamos
cuanto antes al mundo a vivir en la esperanza. Pero la frase antes
que una advertencia, afirma un dato: los apóstoles miraban al cielo.
Mirar hacia el cielo no tiene por qué impedir que nos evadamos de
los asuntos de la tierra. “Estamos llamados a mirar al cielo hacia
la realidad divina”, dijo en su día el papa emérito Benedicto
XVI. Mirar al cielo es una señal de nuestra confianza en Dios y un
gesto profético que anuncia la presencia de Dios en un mundo que
pretende vivir “como si Dios no existiera”.
Y
mientras vemos a Jesús triunfante que sube a los cielos, retengamos
en la memoria de nuestro corazón sus últimas palabras en la tierra:
“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo”.
El Señor Jesús resucitado se va físicamente de la tierra, pero se
queda con nosotros espiritual y glorioso, todos los días, hasta el
fin del mundo. Estas palabras dichas en este solemne momento debieron
dejar muy consolados a los discípulos, que pronto iban a recibir al
Espíritu Santo en Pentecostés.
Estas palabras tienen validez
permanente. Son palabras para nosotros hoy y deben llenarnos de
consuelo y alegría. Jesucristo que nos amó hasta el extremo, que
resucitó y venció a la muerte y al pecado y subió a los cielos,
Jesucristo está con nosotros hoy y todos los días de nuestra vida.
Está presente en la eucaristía, está presente en su palabra
proclamada en la comunidad de seguidores, que es la Iglesia, está
presente en la misma comunidad reunida en su nombre, está presente
en los pobres, en los enfermos, en el prójimo necesitado y, además,
Jesucristo sube a los cielos para enviarnos el Espíritu Santo que
nos ayuda a descubrir cómo Jesucristo nos sale al encuentro
continuamente en el camino de la vida.
Recojamos
por último otro mensaje esencial en la fiesta de la Ascensión del
Señor, dirigido a todos, absolutamente a todos los que estamos
celebrando la fiesta:
“Id y haced discípulos de todos los pueblos,… bautizándolos…
y enseñándoles a guardar todo lo que os he enseñado”.