-Textos:
-Je
20, 10-13
-Sal
68, 8-10. 14 y 17. 33-35
-Ro
5, 12-15
-Mt
10, 26-33
No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma… Hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El
evangelio de este domingo y también la primera lectura nos sitúan
en un contexto de persecución religiosa. Algunos podéis pensar que
aquí en nuestra tierra, en España y en el mundo occidental no
tenemos ese contexto y, por lo tanto, no vemos que la palabra de Dios
de este domingo tenga mucha aplicación para nosotros.
Pero,
en primer lugar, somos cristianos católicos, y somos familia de
mártires. Sabemos que en varios países del mundo los cristianos
están perseguidos, amenazados y martirizados por su fe. Ellos
continuamente viven bajo la amenaza de muerte y continuamente nos dan
ejemplo de superar ese miedo. No los podemos olvidar.
Pero,
además, también, en nuestros países occidentales tan desarrollados
materialmente, somos tentados por el miedo a la hora de dar
testimonio de nuestra fe cristiana.
Esta
sociedad nuestra, que tiene tantos valores positivos, tiene otros
muchos negativos y contrarios al evangelio de Jesús y a las
enseñanzas de la Iglesia. Hay un modo de pensar, sentir y hablar,
que choca frontalmente con los valores evangélicos y cristianos. Por
ejemplo: El derecho y respeto a la vida desde la concepción hasta
el fallecimiento; la ayuda eficaz a las personas mayores o enfermos
irreversibles, que ocasionan muchos gastos a la sociedad y no aportan
beneficio económico; un ritmo de vida ostentoso y de consumo sin
control, por encima de las posibilidades económicas reales; un no
salirse en las conversaciones y tertulias de lo que se dice
“políticamente correcto”, para no desentonar…
Estos
y otros modos de pensar, de sentir y de vivir nos crean un clima que,
por un lado desafía nuestra fe cristiana y compromete nuestro
testimonio y por otro, lo descalifica y a nosotros nos amenaza con la
condena y la exclusión social.
Este
clima hostil, no es literalmente una persecución religiosa, pero es
realmente un desafío y una presión moral que genera sutilmente
coacción y miedo para expresarnos libremente y cumplir con la misión
de evangelizar.
Ante
esta situación sí que tienen sentido las palabras de Jesús en el
evangelio de hoy: “No
tengáis miedo a los hombres…
No tengáis
miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma…
Y luego en positivo, una invitación a la confianza en Dios: “Hasta
los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados”.
Esta
llamada a la confianza en Dios es también una buena recomendación
para el miedo que nos induce la amenaza del coronavirus. Hoy finaliza
la situación social de alarma, que por el bien común ha impuesto el
gobierno de la nación. El cese de la norma política debemos
entenderla como una apelación a la responsabilidad. Primero de todo,
como creyentes debemos confiar en Dios. Pero la confianza en Dios no es un salvoconducto para liberarnos de las reglas y normas de
prudencia. La confianza en Dios ha de reforzar nuestro sentido de
responsabilidad. Responsabilidad para cuidar de nuestra salud, y
también para cuidar y ayudar a la salud de los demás.
La liberación
de normas externas políticas, ha de remitirnos a reforzar nuestra
responsabilidad personal, y a asumir normas que nuestra conciencia y
nuestro sentido común nos aconsejan y nos obligan en bien nuestro y
en bien de nuestros prójimos.
Y
el mejor antídoto contra el miedo la gracia y la fuerza de la
eucaristía.