domingo, 21 de junio de 2020

DOMINGO XII T.O.



-Textos:

       -Je 20, 10-13
       -Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35
       -Ro 5, 12-15
       -Mt 10, 26-33

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… Hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El evangelio de este domingo y también la primera lectura nos sitúan en un contexto de persecución religiosa. Algunos podéis pensar que aquí en nuestra tierra, en España y en el mundo occidental no tenemos ese contexto y, por lo tanto, no vemos que la palabra de Dios de este domingo tenga mucha aplicación para nosotros.

Pero, en primer lugar, somos cristianos católicos, y somos familia de mártires. Sabemos que en varios países del mundo los cristianos están perseguidos, amenazados y martirizados por su fe. Ellos continuamente viven bajo la amenaza de muerte y continuamente nos dan ejemplo de superar ese miedo. No los podemos olvidar.

Pero, además, también, en nuestros países occidentales tan desarrollados materialmente, somos tentados por el miedo a la hora de dar testimonio de nuestra fe cristiana.

Esta sociedad nuestra, que tiene tantos valores positivos, tiene otros muchos negativos y contrarios al evangelio de Jesús y a las enseñanzas de la Iglesia. Hay un modo de pensar, sentir y hablar, que choca frontalmente con los valores evangélicos y cristianos. Por ejemplo: El derecho y respeto a la vida desde la concepción hasta el fallecimiento; la ayuda eficaz a las personas mayores o enfermos irreversibles, que ocasionan muchos gastos a la sociedad y no aportan beneficio económico; un ritmo de vida ostentoso y de consumo sin control, por encima de las posibilidades económicas reales; un no salirse en las conversaciones y tertulias de lo que se dice “políticamente correcto”, para no desentonar…

Estos y otros modos de pensar, de sentir y de vivir nos crean un clima que, por un lado desafía nuestra fe cristiana y compromete nuestro testimonio y por otro, lo descalifica y a nosotros nos amenaza con la condena y la exclusión social.

Este clima hostil, no es literalmente una persecución religiosa, pero es realmente un desafío y una presión moral que genera sutilmente coacción y miedo para expresarnos libremente y cumplir con la misión de evangelizar.

Ante esta situación sí que tienen sentido las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “No tengáis miedo a los hombresNo tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… Y luego en positivo, una invitación a la confianza en Dios: “Hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados”.

Esta llamada a la confianza en Dios es también una buena recomendación para el miedo que nos induce la amenaza del coronavirus. Hoy finaliza la situación social de alarma, que por el bien común ha impuesto el gobierno de la nación. El cese de la norma política debemos entenderla como una apelación a la responsabilidad. Primero de todo, como creyentes debemos confiar en Dios. Pero la confianza en Dios no es un salvoconducto para liberarnos de las reglas y normas de prudencia. La confianza en Dios ha de reforzar nuestro sentido de responsabilidad. Responsabilidad para cuidar de nuestra salud, y también para cuidar y ayudar a la salud de los demás. 

La liberación de normas externas políticas, ha de remitirnos a reforzar nuestra responsabilidad personal, y a asumir normas que nuestra conciencia y nuestro sentido común nos aconsejan y nos obligan en bien nuestro y en bien de nuestros prójimos.

Y el mejor antídoto contra el miedo la gracia y la fuerza de la eucaristía.