-Textos:
-Is
55, 10-11
-Sal
64, 10-14
-Ro
8, 18-23
-Mt
13, 1-23
“Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo…, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El
evangelio de hoy nos habla de la parábola del Sembrador, que esparce
la semilla. Al llegar a misa hemos podido constatar cómo los
agricultores de la zona están recogiendo la cosecha que sembraron
allí por los meses anteriores a la Navidad. Tendremos que hablar con
ellos para que nos digan cuánto ha producido la siembra que hace
meses realizaron.
De
las muchas consideraciones que pueden comentarse desde esta parábola
tan sugerente permitidme que subraye una sola. La eficacia de la
semilla sembrada. Ya hemos escuchado: cuando la semilla cae en
terrenos poco favorables para crecer, ella trabaja por brotar y
medrar, aunque no lo consiga. Pero cuando cae en tierra buena, la
semilla es sumamente agradecida y fecunda, y llega a producir el
treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno.
La
semilla simboliza, como sabemos todos, a la Palabra de Dios. Y mirad
que bellamente nos ha hablado el profeta Isaías de la eficacia de la
Palabra de Dios: “Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino
después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para
que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá vacía sino que cumplirá mi deseo y
llevará a cabo mi encargo”. No
puede ser más clara y persuasiva.
El
Concilio Vaticano II, habla también de Palabra de Dios, y nos revela
el porqué de su importancia: Dice el concilio: “Cristo
está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura, es Él quien habla”.
Cuando se lee la Sagrada Escritura, el Antiguo testamento, el Nuevo
Testamento y, especialmente los evangelios, es Cristo quien nos
habla, porque es Cristo quien se hace presente en esas lecturas que
escuchamos.
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos: Cristo está realmente presente
en las especies eucarísticas, y Cristo nos habla realmente en la
Palabra de la Escritura leída y escuchada en su nombre. Los
entendidos hablan de la “mesa de la Palabra” (el ambón o
púlpito) y de la “mesa de la eucaristía” (el altar). Dos mesas
diferentes, pero de muy parecida importancia y eficacia.
Si
no escuchamos y no meditamos y no estudiamos la Palabra de Dios,
podemos llegar a confundir el Evangelio de Jesús y el Credo de la
Iglesia como una religión entre otras o una ideología más de las
que circulan por el mundo.
Si
de verdad deseamos y hambreamos un encuentro personal vivo y
convincente con Jesucristo, necesitamos escuchar y meditar la Palabra
de Dios. No podríamos apreciar el tesoro de amor que encierra la
eucaristía, si no escuchamos lo que Jesucristo, y en general toda la
Escritura, nos enseñan sobre la eucaristía.
Retengamos
encarecidamente lo que hemos escuchado en la primera lectura: -“Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo…, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”.