-Textos:
- Jer 20, 7-9
-Sal 62, 2-6. 8-9
-Ro 12, 1-2
-Mt 16, 21-27
“¡Lejos
de ti tal cosa, Señor. Eso no puede pasarte!”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“¡Lejos
de ti tal cosa, Señor. Eso no puede pasarte!”.
Son contundentes y atrevidas estas palabras de san Pedro a Jesús. Se
las dice, sin duda, porque ama a Jesús y está entusiasmado con él.
Y, sin duda también, porque el posible fracaso de Jesús, le puede
acarrear a él también al fracaso y a la desgracia.
Pero
fijémonos también en la respuesta, igualmente contundente y
taxativa de Jesús. ¡Apártate
de mí…, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”.
También
a nosotros hoy nos pasa parecido: Cuando no nos van las cosas como
creemos de buena ley que debería ir, cuando nos suceden
acontecimientos imprevistos y además contrarios a lo que nos parece bien y lo razonable, -pensemos, por ejemplo en la pandemia y en
las consecuencia que nos está trayendo-, en estas situaciones u
otras parecidas, nos rebelamos contra Dios o nos asalta la duda o nos
quejamos: “Pero, Señor, ¿por qué permites estas cosas?”.
Y
Jesús, como a Pedro nos dice: “Tú
piensas como los hombres, no como Dios”.
Pero, ¿cómo piensa Dios?
“Dios
cree en el amor: “Tanto
amó Dios al mundo, que envió a su propio Hijo, para que el mundo se
salve por él” “Y si Dios nos amó de esta manera también
nosotros debemos amarnos unos a otros”…
Sabemos por experiencia, y en Jesús, lo vemos muy claro que amar de
verdad, amar como Dios y su Hijo Jesús nos ama, en muchos casos
provoca dolor, sacrificios y, a veces, persecuciones y hasta la
muerte.
Pero
esta mañana nos ha dicho Jesús: “Quien
quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí,
la encontrará”-
No todos los hombres piensan así, pero Dios, sí. Para Dios ni la
cruz, ni el fracaso, ni la muerte, y ni siquiera el pecado son la
última palabra de la historia y del hombre. La última y definitiva
palabra para Dios es el amor. La lógica de Dios es el amor y la
misericordia.
Jesucristo
creía y vivía en la misericordia de su Padre Dios. Por eso, Jesús
en su vida entre nosotros tuvo un único norte y un único objetivo,
cumplir la voluntad de su Padre. “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre que me ha enviado”. Y
su Padre no le defraudó. Permitió, con dolor, que los hombres
rechazaran a su Hijo y lo crucificaran. Pero al final, por haberse
hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, Dios, su Padre, lo
resucitó, lo “exaltó
y le dio el nombre sobre todo nombre“.
Introducirnos
en la lógica de Dios, y no en las de los hombres, nos puede dar
fuerza y aliento para sobrellevar con buen ánimo y con esperanza las
cruces, las contradicciones de esta vida.