-Textos:
-Sal 22, 1b-3. 5-6
-1 Co 15-26. 28
-Mt. 25, 31-46
“Pues Cristo tiene que reinar…”.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Fiesta solemne de Jesucristo Rey del universo, hoy termina oficialmente el año litúrgico. Año marcado por la pandemia, que comenzó en la cuaresma y todavía no nos ha dejado. Esperamos que el año que comenzará el próximo domingo, primero de Adviento, sea el año del final de la pandemia.
En el evangelio san Mateo nos presenta a Jesús como el Hijo del Hombre glorioso y Rey que, al final de los tiempos, examinará la vida de cada uno de nosotros según hayamos practicado los mandamientos de Dios y las obras de la misericordia.
Esta fiesta de Cristo Rey del universo anuncia también la meta de nuestra vida. Todos estamos destinados a participar del Reino iniciado por Cristo con su resurrección y que al final de los tiempos los establecerá plenamente.
Hoy es un día para levantar la vista, por encima de los problemas, las dificultades y las calamidades que encontramos en nuestra vida, un día para poner los ojos en la meta de nuestra vida que Cristo Rey nos prepara. ¿Quién puede caminar si no piensa a dónde quiere llegar?
Nuestra madre Iglesia en el prefacio de la misa de hoy proclama los contenidos de Reino que Jesucristo anuncia y promete realizar: “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Estas palabras será un día realidad.
Este proyecto de Reino de Dios que Jesucristo inicia y la Iglesia proclama es para nosotros un proyecto y una tarea: estamos llamados a heredar el Reino, y estamos llamados a colaborar y trabajar para construir este Reino en el mundo. Es una meta de felicidad que todos anhelamos, y es una tarea a la que todos estamos convocados por Jesús a poner en práctica.
Hermanos todos: Sí, dos objetivos: pensar y esperar en el Reino de cielo, pero con los pies bien plantados en la tierra. El mundo en el que vivimos no está para ensoñaciones: La pandemia que no acaba de hacer estragos, tantos trabajadores en paro y tantos enfermos sufriendo solos y sin compañía, las pateras en el Estrecho de Gibraltar, el hacinamiento hasta lo insufrible de los emigrantes en Canarias, tanta gente desconcertada, sin esperanza y que no acierta a invocar a Dios…
El evangelio propio de esta celebración es una revelación de lo que Jesucristo piensa de sí mismo y de los pobres; y es, al mismo tiempo, una consigna clara y comprometedora para los discípulos que decimos creer en Jesucristo y esperamos entrar en su Reino:
“Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras… Entonces dirá: “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado… Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber… fui forastero y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis…: -Señor ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer…, y forastero y te hospedamos, enfermo y te visitamos?... En verdad os digo, cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Sí, pensar más y esperar con fe en la plenitud del Reino, pero poniendo en práctica con esfuerzo y coherencia lo que nos propone Jesús para implantarlo.