domingo, 31 de enero de 2021

DOMINGO IV T.O. (B) (JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA)

-Textos:

       -Dt 18, 15-20

       -Sal 94, 1-2. 6-9

       -1 Co 7, 32-35

       -Mc 1, 21b-28

Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y le obedecen”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, en el evangelio vemos a Jesucristo mostrando una autoridad soberana, expulsa a un espíritu inmundo, que no tiene más remedio que obedecerle. Jesucristo puede más que el demonio, Jesucristo libera al hombre víctima del poder del mal.

Jesucristo es el Profeta verdadero y prometido, comienza enseñando la verdad del evangelio y avala sus palabras con los hechos mostrándose liberador de los demonios y de los poderes que provocan a la humanidad dolor desgracia y muerte.

La gente sencilla exclama con admiración y alborozo: “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y le obedece”. En el fondo la gente está diciendo: “Este es el profeta que tenía que venir al mundo, es el Mesías prometido, es el Salvador del mundo”.

Queridos hermanos: Esta confesión de fe de aquella gente que veía y oía a Jesús es una buena noticia para nosotros hoy: El dolor, la desgracia, el pecado, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. La última palabra la tiene Jesucristo, el Profeta que ha venido a este mundo, el Salvador, que ha dado la vida por nosotros, y que ha resucitado.

Jesucristo vence al mal, al pecado y a la muerte, y nosotros, si creemos en Jesucristo, podemos vencer al mal, al pecado y a la muerte; y todo hombre y mujer de buena voluntad que sigue los valores del evangelio, puede vencer los malos sentimientos del corazón y vivir desde el amor, la generosidad la compasión, la justicia y la paz. Unos valores nuevos, para un mundo nuevo.

Pero advirtamos una cosa: Nosotros por el bautismo también somos profetas, partícipes del poder de Jesús para curar enfermedades y expulsar demonios que arrastran al pecado, al engaño, al dolor y a la muerte. Profetas por ejemplo ante el desafío de la pandemia, ante la situación de las personas ancianas, enfermas o solas, de las penalidades de los emigrantes y los refugiados… Sí, por el bautismo somos partícipes de la vocación profética de Jesús, si somos coherentes con nuestro bautismo, estamos llamados a socorrer todo estos males y sufrimientos.

Y una nota final: Hoy, la Iglesia española celebra la XXV Jornada de la Vida Consagrada: Hombres y mujeres bautizados: monjes y monjas, religiosos y religiosas, personas seglares, que creen en Jesús y que han sentido una llamada a seguirle de manera especial con los votos de castidad, pobreza y obediencia, y a practicar la vida de comunidad y la fraternidad. Ellos y ellas son profetas, son testimonio vivo de que la fe en Jesucristo da fuerza para vivir según el Espíritu de Jesús y para construir un mundo desde otra lógica y otros valores, un mundo que se regula por el amor y la libertad, la justicia, el respeto a las personas y el amparo de los más débiles. ¡Qué labor y qué testimonio tan beneficioso para la Iglesia y para el mundo.

Pidamos por las vocaciones a la vida consagrada. Nosotros que estamos aquí, pidamos especialmente por esta comunidad benedictina que nos acoge y nos invita cada domingo a la eucaristía.

domingo, 24 de enero de 2021

DOMINGO III T.O. (B)

-Textos:

-Jon 3, 1-5. 10

-Sal 24, 4-5a. 6. 7cd. 8-9

-1Co 7, 9-31

-Mc 1, 14-20

Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos ante una oportunidad única y sumamente beneficiosa. San Pablo en la segunda lectura nos lo dice con tonos impactantes: “El momento es apremiante… la representación de este mundo se termina”; dicho de otra manera: la vida es breve, el mundo se acaba.

No sé si vivimos bajo esta sensación. Mucha gente, al menos, vive como si estuviéramos en este mundo para siempre.

Sin embargo, las experiencia diaria es que no podemos controlar la vida. La experiencia de la pandemia que nos ha sobrevenido, la tormenta de nieve y la lamentable explosión de gas en una casa parroquial en Madrid, son acontecimientos que nos muestran palpablemente que no podemos controlar del todo, ni mucho menos, nuestra vida, nuestro futuro.

Confiamos en la sabiduría de los científicos, en la generosidad de los médicos y sanitarios, en la capacidad de la ciencia y la técnica para ir solucionando los imprevistos… Y ahí nos paramos, pero al final la vida se acaba, “la representación de este mundo se termina” para cada uno. No estamos asentados en este mundo para siempre, estamos de paso, en camino.

En vez de intentar no pensar en que la vida se acaba, haremos bien en confiar en Dios y pedirle, para que los científicos tengan acierto en sus experimentos, para que los médicos y sanitarios no se cansen en el esfuerzo enorme a que están sometidos, para que la ciudadanía sea responsable ante Dios y ante el prójimo, y colabore para que cese la pandemia.

Jesús hoy nos dice y grita: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el evangelio”.

Convertirse quiere decir creer en Jesucristo, aceptar el Reino de Dios y trabajar por él. Él nos dice en san Lucas: “El Espíritu de Señor está sobre mí, él me ha enviado a evangelizar a los pobres…”; Él nos habla de un camino y de una meta, la vida eterna: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Cuando vaya y os prepare lugar, volveré y os llevaré conmigo”. Todo esto entra en el proyecto del Reino.

Y ante este proyecto Jesús, hoy nos hace una invitación muy concreta: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”.

A vosotras hermanas contemplativas, a vosotros seglares adultos, a vosotros y vosotras, jóvenes, a mí mismo, nos dice: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Rezad y trabajar por la unión de los cristianos, transmitid la fe a las generaciones jóvenes, luchad por encontrar solución para la pandemia, trabajo para los desempleados, hogar para los emigrantes; dad testimonio de vuestra fe y atended a los enfermos, a los ancianos y a las personas solas. ¡Hay tantos problemas y tanta necesidad! Vosotros que estáis en camino y sabéis que nos espera una vida eterna y feliz con Dios, “Venid conmigo… El momento es apremiante… la representación de este mundo, pasa”; trabajad por una tierra nueva y un mundo nuevo.


domingo, 17 de enero de 2021

DOMINGO II T.O. (B)

-Textos:

       -Sam 3, 3b-10.19

       -Sal 39, 2-4ab. 7-10

       -1 Co 6, 13c-15a. 17-20

       -Jn 1,35-42

Habla, (Señor) que tu siervo escucha”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dios nos crea y nos recrea. “Nos creó, porque nos amó” dice incisiva y sobriamente San Agustín. Dios pensó en nosotros, pronunció nuestro nombre, y valiéndose de nuestros padres, nos trajo a la vida. Una palabra de amor, la palabra de Dios nos trajo a la existencia. Y otra palabra de Dios nos hizo cristianos. Dios nos amó y en el bautismo, a través de la comunidad cristiana y de la familia, nos llamó, pronunció nuestro nombre (Ángel, Isabel, Carmen, María), y nos hizo hijos suyos, hijos de Dios en su Hijo Jesucristo.

¡Cuánto ánimo, cuánta alegría, cuantas ganas de vivir y de luchar nos vienen, cuando encontramos a nuestro alrededor personas que nos conocen, nos aprecian, nos aman, y nos llaman y cuentan con nosotros! ¡Qué penosa y triste la vida de aquellas personas, a las que nadie les llama y nadie cuenta con ellas!

Nosotros sabemos gracias a la fe que Dios nos ama, nos llama y cuenta con nosotros. Dios nos habla continuamente, Dios habla siempre. En la medida que escuchamos la Palabra de Dios y crecemos en la fe, descubrimos a Dios en toda circunstancia de nuestra vida. Dios nos habla a través de los consejos de las personas que nos conocen y nos quieren, Dios habla también en los momentos de dolor, de desgracia, o de apuro y desconcierto.

Pero, para descubrir y entender que Dios nos habla, es preciso que alguien que tiene fe y tiene experiencia de Dios nos inicie, nos enseñe y nos ayude a interpretar el lenguaje, el idioma, de Dios.

Samuel no acertaba a descubrir que Dios le hablaba, hasta que Elí le dijo: “Cuando oigas la voz di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Jesús pasaba”, pero tuvo que ser Juan el Bautista quien dijera a sus propios discípulos: “Este es el Cordero de Dios”. Y ¡qué gran favor les hizo el Bautista! Entraron en un diálogo con Jesús envidiable: “¿Qué buscáis? –Maestro, ¿Dónde vives? –Venid y veréis”. Y salieron llenos de entusiasmo y diciendo. ¡Hemos encontrado al Mesías!

Hermanos: Todos hemos aprendido a hablar escuchando a los mayores que ya sabían hablar. Para que los niños y las generaciones jóvenes descubran que Dios habla continuamente y en toda circunstancia de nuestra vida, para que despierten a la fe, es preciso que los que ya tenemos la gracia de creer nos tomemos el cuidado de enseñar a escuchar a Dios en todo, a descubrir que Dios nos quiere, está con nosotros y nos llama continuamente, porque para él somos importantes, y quiere contar con nosotros.

Nos lamentamos de muchos jóvenes y no tan jóvenes que no sienten interés alguno por la fe cristiana, pero pensemos primero si nosotros tenemos experiencia viva, alegre y palpitante de Dios que nos habla, de Jesucristo que nos sale al encuentro y nos llama. ¿Sabemos y experimentamos a Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida?

¡Qué pantalla de mensajes tan preciosos nos ofrecen las lecturas de la palabra de Dios hoy!: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, “¡Hemos encontrado al Mesías, Cristo!”; “Aquí estoy, Señor, porque me has llamado”; “Maestro, ¿Dónde vives?”.

Y Jesús nos responde: “Aquí, en la eucaristía, para ti y para todos.

domingo, 10 de enero de 2021

DOMINGO DEL BAUTISMO DE JESÚS

- Textos:

       -Is 55, 1-11

       -Sal Is 12, 2-3. 4b-6

       -1 Jn 5, 2-9

       -Mc 1, 6b-11


El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios”; “¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es Hijo de Dios?

Este domingo en el que celebramos el Bautismo de Jesús, se nos hace una llamada clara y estimulante a creer en Jesús.

A Jesús lo vemos hoy adulto, humilde y mezclado entre los pecadores, que recibe un bautismo de conversión de manos de Juan el Bautista.

Pero precisamente en este acto de humildad se revela quién es este Jesús que se bautiza y cuál es la misión trascendental que va a desempeñar.

San Juan Bautista dice que Jesús bautizará con Espíritu Santo. Es una nota extraordinariamente reveladora, porque en el Antiguo testamento está dicho repetidamente que el Mesías, el que Dios enviará para cumplir definitivamente las promesas hechas al pueblo de Israel, sería un Mesías ungido con el Espíritu. Juan el Bautista está diciendo en ese momento que ese hombre Jesús, que ahora se bautiza, es el Mesías envidado por Dios, el Cristo, el Ungido con el Espíritu Santo con poder pleno para llevar a cabo el plan de Dios y la Alianza prometida.

Pero, además, en esta escena, es Dios mismo, el Padre de Jesús, que habla en segunda persona y se dirige a Jesús y le dice unas palabras que no pueden decir nada más grande, misterioso y admirable sobre la persona y la misión de Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Jesús no solo es el Enviado, sino el Hijo de Dios. No solo el enviado prometido y por fin llegado, para una misión, sino el Hijo único de Dios, que goza de la intimidad del amor de Dios, porque participa de su naturaleza divina.

Ahora entendemos bien las palabras de Juan en la segunda lectura: “El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios”; “¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es Hijo de Dios?

Este domingo es un domingo para reafirmar nuestra fe bautismal: “¿Crees en Dios Padre todopoderoso? –Sí, creo. ¿Crees en Jesucristo, su único Hijo que nación de Santa María Virgen? –Sí creo”.

Pero, reafirmar nuestra fe en Cristo, es comprometernos a seguir a Cristo.

¿Qué consecuencias puede traer este compromiso de creer en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios? Dos palabras reveladas, una de San Juan en la segunda lectura: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos”. La otra de San Lucas, en un texto programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena noticia a los pobres; me ha enviado para dar la libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor”.

El bautismo de Jesús nos lleva a pensar en nuestro propio bautismo: nosotros somos hijos adoptivos de Dios. Hemos de cumplir sus mandamientos, creer en Jesús y poner en práctica su evangelio.

miércoles, 6 de enero de 2021

FIESTA DE LA EPIFANÍA

-Textos:

       -Is 60, 1-6

       -Sal 71, 2. 7-8. 10-13

       -Ef 3, 2-3a- 5-6

       -Mt 2, 1-12

Vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después le ofrecieron regalos…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy popularmente celebramos la fiesta de los Reyes Magos, la liturgia la llama fiesta de la Epifanía del Señor, de la manifestación del Señor a todo el mundo.

Dios se ha hecho hombre, ha nacido en Belén para salvar a todo el mundo. Desde este punto de vista, que es el más importante, la fiesta de hoy es una fiesta eminentemente misionera. Para acordarnos de los misioneros y misioneras cristianos esparcidos por todo el mundo anunciando el evangelio, para pedir por las vocaciones misioneras, y para reavivar en nosotros la conciencia misionera.

No caemos en la cuenta suficientemente de lo necesario que es que el mundo crea en Jesucristo: los bienes y la felicidad que aporta para esta vida, y la esperanza que suscita para la vida eterna: “No hay judío y griego -dice San Pablo-, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todo vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esencialmente iguales, y dotados de la misma dignidad, porque somos imagen y semejanza de Dios. Ante Dios valemos tanto que para él ha merecido la pena bajar del cielo a la tierra, hacerse hombre para salvar a los hombres del pecado y de la muerte, y nacer pobre para mostrar su preferencia por los pobres, los débiles y los más desfavorecidos. Y además, con su resurrección, abrirnos a la esperanza de una vida eterna y feliz.

No caemos en la cuenta todo lo que significa esto para dar sentido a la vida y situarnos en ella. Los misioneros, sí que han tenido muy vivo el sentimiento de llevar por todo el mundo esta manera de ver la vida, y de dar a conocer la trascendencia que tiene que Dios se haya hecho hombre, y que Jesucristo, Hijo de Dios, haya nacido pobre en un portal.

Ante la escena de los Magos tenemos que reavivar nuestra conciencia misionera y ser testigos abiertos y transmisores de la fe a las generaciones jóvenes.

¿Cómo ser testigos y transmisores de la fe?

Observemos despacio la escena de los Magos. Ponemos la atención en los regalos, pero el evangelio subraya primero que “cayendo de rodillas lo adoraron”. Adora el que cree en Dios, adorar es dar la persona, entregarse; adorar y ponerse de rodillas es digno solo ante Dios. En su gesto de adoración los magos demuestran que creen en Dios, y nos descubren a todos que ese Niño ante el cual se postran y adora es Dios. Por eso los Magos se cuentan entre los primeros testigos, transmisores de la fe. Por eso ellos son una llamada y una lección para todos nosotros. Sí, ofrecen cosas y muy valiosas, sobre todo por su valor simbólico, pero antes, adoran a Jesús, como a Dios. Antes de regalar cosas entregan sus personas, se ponen a disposición de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Es la gran lección: Hoy en día, ¿en qué queda la fiesta de los reyes? La preocupación son los regalos, que no tienen mucho de simbólicos, pero queda en segundo plano, o desaparece del todo, el testimonio de fe, la adoración de Jesús, como Dios y Salvador de los hombres y del mundo entero.

La eucaristía que estamos celebrando nos ofrece la oportunidad de rectificar: Adoremos al Señor, el niño de Belén y comulguemos con Él: que él avive nuestra fe y nos comunique el temple misionero para transmitirla.


domingo, 3 de enero de 2021

DOMINGO II DE NAVIDAD

-Textos:

       -Eclo 24, 1-4. 12-16

       -Sal 147, 12-15. 19-20

       -Ef 1, 3-6. 15-18

       -Jn 1, 1-18

“…les dio poder de ser hijos de Dios a los que creen en su nombre”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nuestra madre, la Iglesia, en la liturgia de este domingo segundo del tiempo de Navidad nos propone de nuevo el evangelio que llamamos “Prólogo de san Juan”.

De toda la riqueza que encierra el texto me permito subrayar una frase: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.

La encarnación del Hijo de Dios, que se hizo hombre y nació pobre en Belén para salvar a los hombres, ha dado lugar a que, cuantos creemos en él adquiramos, por el bautismo, la propiedad de ser hijos de Dios.

En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que se hace hombre, pero, además, deberíamos celebrar también el nacimiento a la vida de hijos de Dios los que hemos recibido el bautismo.

Pero no sé si incluso los que estamos bautizados somos suficientemente conscientes del regalo tan grande que se nos hizo el día en que nuestros padres, la Iglesia, nos llevó a bautizar. San Pablo en la Carta a los Efesios nos ha dicho: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos…” San Juan en su primera carta exclama jubiloso: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. (1 Jn 3, 1-2).

Como criaturas de Dios, nuestros padres nos dieron la vida natural, tan valiosa y que tanto estimamos, pero gracias al bautismo esta vida natural queda enriquecida, queda transformada con la calidad propia que tiene la vida de Jesucristo que vive resucitado en el cielo.

Esta vida se nos da, junto con el Espíritu Santo, en semilla para que la desarrollemos a lo largo de la vida con las “buenas obras”, como dice san Benito, es decir, poniendo en práctica el evangelio de Jesús, y los mandamientos de la ley de Dios.  

Tenemos la vida de gracia, pero seguimos siendo hijos de esta tierra: Acosados por el coronavirus, preocupados por la educación que se da a los hijos, temerosos de perder el trabajo, atendiendo a nuestros familiares enfermos o ya mayores… Pero hay algo que no nos puede quitar nadie: Dios nos ama, nos conoce, nos hace partícipes de su vida por Cristo; en cierto modo nos diviniza; nos hace hijos suyos, y a pesar de nuestras debilidades y pecados, nos sigue amando, y nos propone como destino vivir con él para siempre. En esto consiste ser hijos de Dios.

Pero si somos hijos de Dios vivamos como hijos de Dios. Seamos coherentes y comprometidos en nuestra vida. Preguntémonos: ¿De veras nos sentimos hijos, oramos como hijos, actuamos como hijos? Si somos hijos de Dios hemos de mirar a los demás con ojos nuevos, la Navidad ha reforzado la fraternidad entre los hombres.

El Verbo de Dios, el Hijo de Dios, ha considerado digno de sí hacerse hombre como nosotros, nosotros bautizados en su nombre, tenemos que hacernos uno con nuestros prójimos. Especialmente con los más necesitados.

Momentos antes de la comunión vamos a ser invitados a decir el Padrenuestro, es decir, vamos a invocar al Padre de todos. Comulgar con Cristo es confraternizar con el hermano.

viernes, 1 de enero de 2021

FIESTA DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

-Textos:

       -Núm. 8, 22-27

       -Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8

       -Gal 4, 4-7

       -Lc 2, 16-21.

Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz Año Nuevo! Es la fórmula convencional que hoy todos repetiremos muchas veces, añadiendo el deseo de que este 2021 sea mejor que el 2020.

La palabra de Dios en la liturgia nos lo dice con un sentido más profundo, nos invita a que nuestros buenos deseos no se queden solo en palabras ni siquiera solo en una invocación de cordialidad humana, sino que vayamos hasta el fondo y que nuestro deseo se fundamente en Dios. Repito la bendición bíblica de la primera lectura como la mejor, la más bella y rica fórmula para transmitir un deseo amoroso y saludable: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostros sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

Pero, si somos fieles al sentido de la celebración de este día, tendremos que advertir que hoy es el último de la octava de Navidad, y la liturgia nos invita a contemplar a María con el título más valioso, más digno y extraordinario que tiene: La Virgen María es Madre de Dios. En ella, por obra del Espíritu Santo, el Hijo de Dios, se hizo hombre como nosotros, y nació pobre y humilde en Belén. Esta colaboración obediente a Dios, hizo a María, Madre de Dios.

En el famoso concilio de Éfeso, en el siglo V, los Padres de la Iglesia proclamaron que Jesucristo era verdadero Dios y verdadero hombre, y reconocieron además que María es consecuentemente Madre de Jesucristo y por consiguiente Madre de Dios. En ese momento el pueblo cristiano salió a la calle irrumpiendo en una manifestación clamorosa de gozo y entusiasmo, cuyo espíritu contagió a la Iglesia universal y dura hasta nuestros días.

Muchas consideraciones se pueden hacer sobre la verdad de la Virgen María Madre de Dios. Nos vamos a quedar en este primer día del año 2021 solo con una: El poder extraordinario que tiene María ante Dios a favor de los hombres, a favor de nosotros. El concilio Vaticano II dice: “La Virgen, cuando subió a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor de madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustia y peligros, hasta que lleguen a la patria feliz”

Desde siempre, en las primeras comunidades cristianas y a lo largo de la tradición de la Iglesia hasta hoy la fe de los creyentes intuye la poderosa y eficaz intercesión de María a favor de todos los hombres.

Al comenzar el año 2021 acudamos a Dios, que él sea protagonista de nuestra vida, y acudamos a su Madre y Madre nuestra, la Virgen María. Su intercesión amorosa nos llena de confianza. Pidamos, cómo no, que si, 2020 ha sido el año de la pandemia, el 2021 sea el año del fin de la pandemia; pidamos sobre todo que sea un año de paz donde los derechos fundamentales de las personas sean respetados; un año en el que la fe, la esperanza y la caridad, crezcan en cada uno de nosotros y en todo el mundo.