-Textos:
-Gn 22, 1-2. 9ª. 10-13. 15-18
-Sal 115, 10. 15-19
-Ro 8, 31b-34
-Mc 9, 22-10
“Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto y se transfiguró delante de ellos”.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesús subió a la montaña con tres de sus discípulos, hoy, por medio de la Iglesia, somos invitados todos nosotros a subir a la montaña. La montaña ha sido siempre, y es hoy también, un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. La montaña es una metáfora de la Cuaresma. La cuaresma es un tiempo de gracia que nos prepara para la Pascua, allí, en Pascua, veremos la gloria del Señor, cómo entregó su vida por nosotros y cómo su Padre Dios lo resucita para que nosotros por la fe podamos alcanzar también la salvación y la vida eterna.
Subir una montaña supone ganas, ilusión de alcanzar la cumbre, y también esfuerzo y trabajo. La montaña de la cuaresma nos está pidiendo a todos nosotros ilusión de llegar a la pascua convertidos, renovados, y más decididos a seguir a Jesucristo. Pero, ¿estamos ya en marcha? ¿Estamos ya poniendo en práctica un plan de cuaresma, que no interrumpe las obligaciones diarias, pero sí me supone un esfuerzo y alguna práctica que se sale de lo ordinario, y me ayuda a mantener viva la esperanza de experimentar el gozo de la Pascua de 2021?
El evangelio dice que “Jesús se transfiguró ante ellos”; a nosotros es la Palabra de Dios la que nos ilumina y nos permite experimentar por la fe los frutos y las enseñanzas que se desprenden del misterio de la transfiguración del Señor.
Dice el prefacio de la misa de hoy: “Para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. La aplicación es clara: Es preciso vivir bien y seriamente la cuaresma, para experimentar toda la alegría y todos los frutos de gracia que nos ofrece la pascua.
Pero el evangelio de hoy todavía nos guarda el mensaje más importante: “Este es mi Hijo, el amado: ¡Escuchadle!
No es un cualquiera quien nos comunica este mensaje: Es la voz que sale de la nube de la divinidad, es la voz misma de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo: “Este es mi Hijo, el amado: ¿Escuchadle!”: Creamos en Jesucristo, como creyó Abrahán, que creyó que Dios tenía poder de resucitar a los muertos (Heb 11, 16); amemos a Jesucristo con el amor que nos recomienda San Pablo en la epístola: “Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y… además intercede por nosotros”.
Puestos los ojos en Jesucristo, seremos capaces de afrontar todas las pruebas, contrariedades y sufrimientos que nos trae la vida y el esfuerzo sincero de cumplir la voluntad de Dios.
Y, por supuesto, poner los ojos en Jesús, nos permite llevar un plan de vida de cuaresma que nos dispone para una pascua renovadora que tanto necesitamos.