-Textos:
-Ex
20, 1-17
-Sal
18, 8-11
-1
Co 1, 22-35
-Jn
2, 13e-25
“No
convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos: Hoy no voy a transmitiros palabras mías, sino del
papa Francisco. Justo en este día en que está realizando ese
arriesgado viaje a Irak.
Dice el papa:
“Del evangelio que acabamos de proclamar
comentaremos dos cosas: una imagen y una palabra. La imagen es la de
Jesús con el látigo en la mano que echa fuera a todos los que se
aprovechaban del Templo para hacer sus negocios. El templo, el
espacio sagrado, divino, limpio, el negocio sucio, profano, son
incompatibles. Esta es la imagen. Jesús toma el látigo y procede a
limpiar el Templo.
En
este contexto, el evangelista nos cuenta una frase terrible: “Pero
Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos, y sabía
lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2, 24-25).
(Reflexionemos, dice el Papa) Nosotros no podemos
engañar a Jesús. Él nos conoce por dentro. No se fiaba. Él,
Jesús, no se fiaba.
Y
esta puede ser una buena pregunta en la mitad de la cuaresma: ¿puede
fiarse Jesús de mí? ¿Puede fiarse Jesús de mí, o tengo una doble
cara? ¿Me presento como católico, como cercano a la Iglesia, y
luego vivo como un pagano? “Pero Jesús, me digo, no lo sabe”. No
es cierto. Él lo sabe. “Él,
en efecto conocía lo que había dentro de cada hombre”.
Jesús conoce todo lo que hay dentro de nuestro
corazón: no podemos engañar a Jesús. No podemos, ante Él,
aparentar ser santos, y cerrar los ojos; actuar así, y luego llevar
una vida que no es la que Él quiere. Y Él lo sabe. Y todos sabemos
el nombre que Jesús da a estas personas de doble cara: hipócritas.
Nos hará bien, hoy, entrar en nuestro corazón y
mirar a Jesús. Decirle: “Señor, mira, en mí hay cosas buenas,
pero también hay cosas nos buenas. ¿Te fías de mí? Soy pecador…”
Esto no asusta a Jesús. Si tú le dices: “Soy un
pecador”, no se asusta. Lo que a Él lo aleja es la doble cara:
mostrarse justo para cubrir el pecado oculto: “Yo voy a la Iglesia todos los domingos, y yo…”. Sí, podemos decir todo esto. Pero
si tu corazón no es justo, si tú no vives la justicia, si tú no
amas a los que necesitan amor, si tú no vives según el espíritu de
las bienaventuranzas, no eres católico. Eres hipócrita. Primero,
preguntemos a Jesús: “Señor, ¿tú te fías de mí?”.
Comentemos el segundo gesto: Cuando entramos en
nuestro corazón, encontramos cosas que no están bien, como Jesús
encontró en el Templo esa suciedad del comercio de los vendedores.
También dentro de nosotros hay suciedad, hay pecados de egoísmo, de
orgullo, de codicia, de envidias, de celos… ¡tantos pecados!
Podemos incluso continuar el diálogo con Jesús:
“Jesús, ¿tú te fías de mí? Yo quiero que tú te fíes de mí.
Entonces te abro la puerta y tú limpia mi alma”.
Y pedir al Señor que, así como limpió el Templo,
venga a limpiar mi alma. Pero quizás imaginamos que Él viene con un
látigo de cuerdas… No, con eso Jesús no limpia el alma. ¿Vosotros
sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar el alma? La
misericordia. Abrid el corazón a la misericordia de Jesús. Decid:
“Jesús mira cuánta suciedad. Ven, limpia, limpia con tu
misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias”. Y
si abrimos nuestro corazón a la misericordia de Jesús, para que
limpie nuestro corazón, Jesús se fiará de nosotros.”
Y nos dejará limpios para entrar y celebrar en su
templo la eucaristía.